En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío levantando la voz, le dijo:
«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». (Lucas 11, 27-28)
Jesús ve interrumpida su predicación por una mujer que de forma imprevista y en alta voz le lanza un piropo haciendo referencia a su madre, algo parecido al “Viva la madre que te parió” de nuestra España profunda. Es un gesto entrañable por su espontaneidad y por el cariño que encierra pero además porque nos conduce a la alabanza a María, la Madre de Dios.
Pero el Evangelio nos dice que Jesús no se queda callado ante la interrupción de su discurso por ese gesto y responde a ese grito espontáneo con una matización muy simple: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.
Está bien entusiasmarse con Jesús, con sus bellos discursos, con su ejemplar vida. Está bien sentirse feliz en compañía del Señor, caminando por su senda, sintiendo el gozo de la gracia. Eso está bien. Pero Jesús nos dice que mejor que los entusiasmos y los sentimientos, en el trato con Dios, es escuchar y cumplir su palabra.
Que la serenidad en la escucha para luego cumplir su palabra es mejor que la espontaneidad y el entusiasmo sin hechos concretos ni compromisos reales. Los gestos y los vítores a Jesús, son buenos pero hacer lo que dice mucho mas.
Su propia madre, María, la madre de Dios y madre nuestra, esa a la que piropea la espontánea del discurso del Evangelio de hoy, escuchó y cumplió las palabras del Señor. Llevó una vida tan serena y atenta a la palabra de Dios que apenas la encontramos en los relatos de las Sagradas Escrituras. Pero cumplió la palabra de Dios en todos los momentos que se le pidió: Belén, Nazaret y el Calvario. Siempre cumplió, porque primero escuchó con serenidad.
Si vamos por los caminos del Señor, un tanto alocados, con buena voluntad pero sólo llevados de las emociones, de los entusiasmos del momento y de las situaciones puntuales de gozo, corremos el riesgo de interrumpir el plan de Jesús en nuestras vidas, el discurso del Señor para nosotros, como le pasó a la mujer del Evangelio. Entonces nos saldrá Cristo al encuentro para serenar el camino y para pedirnos la escucha de su palabra, atenta escucha para luego hacer lo que nos pide.
Puede que si hacemos sin escuchar, no hagamos lo que nos pide, sino lo que creemos que nos pide. Esa serenidad y escucha es la vida de oración. En ella nos preparamos para cumplir su palabra.
Si nos quedamos en los entusiasmos de la fe, las emociones, podemos no escuchar bien lo que quiere de nosotros Jesús y nunca sabremos si cumplimos su palabra o simplemente la nuestra.