Un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: “El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”.
El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas (San Marcos 12, 28b-34).
COMENTARIO
Hoy la buena noticia viene acompañada de acontecimientos extraordinarios, estamos en una situación de pandemia motivada por el coronavirus, y ante esta situación se establecen nuevos reales decretos que intentan combatir, atajar y conseguir las vacunas que puedan curar o parar la enfermedad (covid-19) y por otro establecer leyes que paralicen el movimiento de los ciudadanos, sujetándolos en casa para evitar la propagación y contagio.
Por la pantalla de televisión vemos y oímos como se nos anuncian los nuevos decretos o reglas de juego que van a regir en estos escasos primeros quince días y que obligatoriamente tenemos que cumplir. Hoy cumplimos cinco días de reclusión, (y después esto… nada sabemos).
Escuchar al Presidente del Gobierno y al día siguiente a cuatro de los ministros: Interior, Sanidad, Defensa, y Transporte, respaldados por las fuerzas de seguridad, provoca incertidumbre.
En el monte de la Transfiguración se oye una voz que sale de la nube y dice: Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo. Escuchar es una buena opción porque necesitamos saber que se nos pide.
Escuchar y contemplar al Hijo, al Elegido es ver y tocar la extraordinaria obra que Dios ha hecho con todos los hombres, sacándonos del pecado, de la envidia y de la muerte, regalo que nos permite empezar a estar agradecidos por el regalo de la vida y recordar las palabras de vida que Dios da en el Monte Sinaí a Moisés y que empiezan así: Escucha Israel…, ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo.
Hablamos de leyes, decretos y preguntamos también como el escriba, ¿cuál es el primero o más importante?, hoy son tantas las leyes y los preceptos que tenemos que cumplir que no resulta fácil contestar. Haremos una reflexión sobre las leyes y sus consecuencias y después apostaremos por lo que más nos convenga o nos convenza. Son tantos los preceptos que hay en la escritura y no digamos la cantidad de legislación con la que nos movemos en las distintas sociedades y países, que me parece que no damos un paso sin que tengamos detrás o delante una ley, decreto o reglamento que lo regule. Una cosa es bien cierta, y es que las leyes se han redactado para ser cumplidas, aceptamos que las leyes existan, que existan derechos y obligaciones, sabemos que son necesarias por ser las que regulan el comportamiento, la convivencia, el respeto, la protección de los bienes y de las personas. Las leyes escritas definen a los países que las promulgan y cuanto más en cuenta se tiene a los ciudadanos, más desarrollados o más democráticos son los países que las promulgan. Las leyes están para que los ciudadanos, incluidos sus gobernantes, las cumplamos y cumpliéndolas se pueda desarrollar la sociedad y el Estado, se pueda vivir en paz y se pueda respetar a todos cuantos pertenecemos a un pueblo o país determinado y de paso respetar a los países vecinos. ¡Pero es cosa curiosa esta!: observamos que pese a que aceptamos la ley como un bien, tantas veces todos, pequeños y grandes políticos o no, nos dedicamos, con más frecuencia de la que sería deseable, a saltárnosla.
Repetimos: se nos imponen cientos de leyes y cada día más, no hay parcela de la vida que no tenga detrás una ley, una regulación o una ordenanza que nos diga cómo tenemos que hacer o no hacer.
La ley que nos viene a través de hombres, nos sirve para muchas cosas buenas, aunque también para establecer diferencias y seguir divididos.
Nos perdemos en medio de nuestras discusiones domésticas sobre el cumplir la ley y ser coherentes, esto nos impide ver la novedad de estos mandamientos de vida, lo que dice Jesús, escucha y aprende esta nueva ley ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Y aún va más allá, la Ley se nos da ya cumplida “No he venido a abolir la ley si no a dar cumplimiento”. El inicio que marca el “escucha” es tan asombroso como el regalo que se nos da con estos Mandamientos. Amar a Dios a quien no ves es amar al prójimo a quien ves y amar al prójimo a quien ves es amar a Dios a quien no ves. En esto consiste la vida eterna, y la vida nueva, en el AMOR. Así que, entre el ¿Crees esto? y el ¿Qué nos da la fe? Se llega a la vida cristiana y a la vida eterna.
Por último, hay que resaltar que la Palabra de Dios, por encima de cualquier otra deliberación, es creadora y por tanto tiene el poder de crear lo que dice: “hágase la luz y la luz se hizo”. Ahora dice: Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, y con esta palabra da el poder para cumplirla.
Esta Ley de Dios, si la acogemos en el corazón, tiene la potencia de crear una nueva sociedad, una nueva vida.
Pongámonos en este tiempo a echar una mano al que lo necesite.