Jesús Esteban Barranco«En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?”. El les respondió: “¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Ellos insistieron: “¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?”. Él les contestó: “Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer -no hablo de impureza- y se casa con otra, comete adulterio”. Los discípulos le replicaron: “Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse”. Pero él les dijo: “No todos pueden con eso, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga”». (Mt 19,3-12)
Los fariseos no se dan por vencidos en sus diatribas con Jesús, a pesar de que en todas han salido malparados y, lo que más les molestaba, era quedar en evidencia ante el pueblo. Ya se la habían tenido que envainar en la cuestión —lo cierto es que todas sus cuestiones eran preguntas trampa y casi nunca le planteaban algo inocentemente— de si había que pagar tributo al César o no (ver Mt 22,15ss), o si había que lapidar a la adúltera pillada «in fraganti» —¿y que había que hacer con el respectivo adúltero de turno?— (ver Jn 8,1ss), o si el Mesías, siendo hijo de David, ¿cómo es que David lo llama su Señor? (ver Mt 22,41ss), o si el bautismo de Juan era del cielo o de la tierra, pregunta que dirige Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos que le piden explicaciones por su actuación en la expulsión de los vendedores del templo; estos responden que no lo saben, por lo que la respuesta de Jesús va más allá de las palabras: Vosotros bien que sabíais de dónde era el bautismo de Juan; veo que no me queréis responder, «pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto» (Mt 21,27).
Solamente su empecinamiento y ceguera espiritual —o tal vez la rabia porque Jesús se traía de calle a las turbas, mientras ellos solo recibían un respeto hipócrita— los llevaban una y otra vez a tenderle trampas para comprometerlo y ver si caía en alguna contradicción con la Ley y poder así aplicarle todo el peso de la misma, escondiendo so capa de interesados en cuestiones farisaicas, el odio que su corazón destilaba hacia la persona y doctrina de Jesús.
Por eso la pregunta que le hacen ahora tenía también su explicación lógica, aunque ellos iban de «mala ley»: habían enredado tanto en los aledaños de la institución matrimonial, que la habían descafeinado, revistiéndola de un montón de normas y prácticas que no eran más que tan fútiles como numerosos pretextos para encubrir legalmente el desenfreno de sus bajas pasiones, en definitiva, para conseguir el certificado legal de divorcio “por cualquier motivo”, como explicita San Mateo. Habían llegado a detalles tan nimios como estúpidos para aparecer limpitos por fuera, aunque podridos por dentro —»sepulcros blanqueados» los llamó Jesús más adelante (ver Mt 23)—; el Talmud, por ejemplo, desciende a detalles como que la mujer se muestre en público con la cabeza descubierta, que vaya por la calle o converse con cualquier hombre, que alce demasiado la voz en casa y los vecinos puedan oírla…
El Señor recoge el guante de aquel desorden y corrupción que se había asentado en el pueblo durante siglos, avalado por decisión y permisión del mismo Moisés (ver Dt 24,1-4) y que practicaba normalmente el hombre contra la mujer, y reconduce la cuestión al principio de la institución matrimonial tal como lo estableció el Creador, remitiéndoles al Libro del Génesis.
«De acuerdo —vienen a decir los fariseos—, entonces, ¿por qué mandó Moisés poder dar acta de repudio a la propia mujer?». La respuesta de Jesús es clara y contundente, que, además, en el texto griego ilumina muchísimo la cuestión: textualmente dice que fue por la esclerosis de vuestro corazón, pero al principio no fue así.
Y nuevamente el Señor se pone en un plano superior al del venerado Moisés, el legislador del Antiguo Testamento: «Él os dijo esto y esto…, pero Yo os digo» —y les deja al descubierto que lo que así tapaban era el adulterio—. Jesús se mantiene en la misma línea de doctrina y en el mismo papel de nuevo legislador que había venido no a abolir la Ley, sino a perfeccionarla, como ya en el Sermón del Monte se había pronunciado al respecto: «Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,27-28); y «Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio» (Mt 5,31-32).
Lo cierto es que hasta los mismos discípulos tampoco, parece, se quedaron muy convencidos y guardaban dentro sus objeciones, fruto igualmente de su mentalidad endurecida (esclerosis del corazón) y de no captar lo que era la voluntad de Dios en el matrimonio entre hombre y mujer, como diciendo: «Si las cosas están así, es decir, si el hombre tiene que ‘tragar’ con la mujer que Dios le depare, no vale la pena casarse». Si el hombre no puede mandar a paseo a su mujer —incluso por alguna de esas banalidades que hemos apuntado—, ¿para qué tomarla en matrimonio?, sin que ni a ellos ni, por supuesto, a los fariseos, les cupiere en la cabeza (esclerosis del corazón) cuál era la situación de la mujer repudiada. De ahí el epílogo del Señor, viniendo a confirmar que tanto el que se casa lo hará por el reino de los cielos, como el que no se casa (los que se hacen eunucos a sí mismo) será también por el mismo reino de los cielos.
Estos textos evangélicos han producido ríos de tinta sobre el matrimonio. San Pablo (ver Ef 5,21-33) completará el panorama con la preciosa comparación entre Cristo y la Iglesia, haciendo del sacramento del matrimonio sacramento, a su vez, del amor mutuo entre Cristo y su Iglesia: «Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,32).
1 comentario
Como reponde Cristo: "…no todos pueden con eso" se refiere a aguantar a una mujer, o tienes ese don dado por Dios, o mejor no casarse.
Lo curioso es que no se plantea de la mujer sobre el hombre, sino del hombre sobre la mujer, ¿tendrá algún significado hermeneútico…?