En aquel tiempo, dijo Jesús:
-«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
-«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mi son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.» Jn 10,1-10
La parábola, como muchas otras parábolas de Jesús, comienza con una referencia a la vida cotidiana, para hacernos reflexionar e invitarnos a dar una respuesta personal. No está hablando de un asalariado ni de un millonario, sino de un pastor que no tiene criados, que cuida él mismo de su propio rebaño. No trabaja por dinero. Cada animal es importante para él, ninguno le es indiferente. Que le queden noventa y nueve no le resarce de la pérdida de uno. Así que, si se extravía una oveja no ahorra esfuerzos ni fatigas. Cuando la halla, cura sus heridas y la carga sobre sus hombros. Su alegría es tan grande que no se la puede guardar y la comparte con sus amigos: «Alegraos conmigo, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido».
El verdadero pastor, dice Jesús, se diferencia claramente de un asalariado. Éste último cuando llegan los lobos hambrientos a atacar el rebaño huye. Mientras que el dueño de las ovejas arriesga su vida por defenderlas. El buen pastor conoce a sus ovejas y es capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce las necesidades concretas de cada una. En la Biblia, el verdadero conocimiento no es una mera relación intelectual, sino la comunión en el amor. Conocer a alguien es comprender sus sentimientos más profundos, los motivos por los que actúa de una forma concreta. Eso es precisamente lo que Jesús hace por nosotros que conoce nuestros nombres, nuestras heridas, nuestros problemas y sufrimientos, nuestra historia y nos ama con un cariño único e irrepetible.
Toda la vida de Jesús fue un continuo buscar a las ovejas descarriadas: «Él vino a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19, 10). Para eso descendió del Cielo, para cargar con nuestros pecados y para llevarnos sobre sus hombros a la Casa del Padre, haciendo con todos «un único rebaño con un solo pastor. Lo nuevo de su mensaje es el anuncio de que Dios no espera a que seamos justos para amarnos, sino que nos quiere siempre, con pasión, y su mayor alegría es cuando somos recuperados dentro del rebaño que el guía y cuida. Como dice el salmo «El Señor es mi pastor y nada me falta. “, porque nos dará una » vida abundante» .
Todos conocemos la imagen del Buen Pastor que lleva sobre sus hombros a la oveja perdida. Desde siempre esta imagen representa la misericordia y el amor de Dios hacia los pecadores. Esta imagen ha sido desde la iglesia primitiva, ya en las catatumbas romanas, uno de los iconos más repetidos y pintados por artistas y cantados por los poetas clásicos. Es una hermosa y tierna alegoría, la de este Pastor que se desvive por esa oveja descarriada que conoce «personalmente», y amorosamente carga con ella y que tanto se alegra cuando la vuelve a encontrar.
Esa oveja somos nosotros y ese Pastor es el Señor.