En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: « Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero él le contestó: «Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»».
Jesús le dijo: «También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto»».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían. (Mt. 4, 1 – 11)
«Es tiempo de volver a ganar guerras», con esta lapidaria frase el pintoresco personaje y recién elegido presidente de los Estados Unidos nos ha metido el miedo en el cuerpo o al menos la preocupación por la justificación de un rearme que ponga en jaque la paz mundial.
Pero a mi me ha hecho pensar en que puede haber muchos tipos de guerras y muchos tipos de armas y que esto de la cuaresma a fin de cuentas es un combate y, además, el enemigo terco, terco donde los haya. Me recuerda la graciosa película de Paco Martínez Soria “Don Erre que Erre” en lo tozudo del personaje; solo que aquí no tiene ninguna gracia. ¡Cómo insiste, cómo enreda, cómo engaña este “trilero”! Con todo el respeto del mundo hacia los nobles aragoneses, si el Demonio fuese español, seguro que era baturro: “Chufla, chufla… que como no te apartes tú…”
Y ante tan empecinado y testarudo enemigo no valen treguas. La cuaresma no es un tiempo de austeridad y recortes, sino todo lo contrario, es tiempo de derrochar, de derrochar en ayuno, oración y limosna, entrenamiento que hipertrofia la musculatura, pero la musculatura de la humildad, y ante la humildad el ejército del Maligno huye como una rata.
Y rearmarse, con las armas de Dios (Cf. Ef. 6, 11-17): Que no te engañen. Bien ceñida la cintura con el cinturón de “la Verdad”, pues la Verdad os hará libres. Te podrán inmovilizar el autobús pero quien se ciñe con la mentira o mejor dicho con la “verdad” de lo políticamente correcto acaba con el trasero al aire y ahí se verá lo que le cuelga o no a cada cual.
Bien acorazados con la Justicia, con la justicia de Dios que no es quien la hace la paga, sino que “hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos”. Coraza inexpugnable como el titanio, pero su fuerza radica en que es permeable y se abre al otro. Es posible que el verdadero enemigo esté dentro de la armadura y no fuera.
También hacen falta unas buenas botas. El terreno es pedregoso y lleno de venenosas alimañas. Calzados con el celo de anunciar el Evangelio de la paz. El plan de salvación de Dios es imparable. Los afilados dientes de la serpiente son incapaces de atravesar este material. Desde que la lanza de un soldado atravesó el costado de Cristo, esta piel se ha hecho tan fuerte que aunque sigue intentando morder el calcañal, la Sangre y Agua han sido de tal peso que le han aplastado la cabeza.
Y como no se atreve a acercarse en primera línea, cobarde pero insistente en atacar, lanza dardos incendiados: “Tu historia está mal hecha. Dios no te ama”. Y flechita a flechita, te ves rodeado de fuego y como un alacrán quieres inyectarte tu propio veneno. Hace falta un buen escudo para parar estas saetas. El escudo de la Fe. La fe de Abraham: Por ti se bendecirán todas las naciones. Bendecir, decir bien. La historia esta bien hecha. Dios todo lo ha hecho bien.
Pero como el peligro de caída siempre existe, hay que proteger la parte más importante del cuerpo y a la vez la más frágil: La cabeza. Y la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, ha dado la vida por ti. ¡De cuántos traumatismos craneoencefálicos nos ha librado el Yelmo de la Salvación!
Buena indumentaria de defensa, pero para ganar las guerras hace falta también atacar o, mejor dicho en esta caso, contraatacar. ¿Con qué arma es mejor pertrecharse? “Ciertamente la Palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de doble filo. Penetra hasta las fronteras del alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón”. (Hb. 4, 12).
No es ningún arma secreta. El enemigo la conoce y la maneja con habilidad: “Está escrito, dice el Tentador: «Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.»
Es tiempo de volver a ganar guerras. Los grandes equipos pierden los partidos cuando desprecian al rival. No hay enemigo pequeño.
“Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.”
“Al que salga vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Ap. 3, 21).
La Pascua es el botín.