«En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”». (Lc 6,20-26)
Lo primero que vemos en el pasaje del Evangelio de hoy es que Jesús levanta los ojos siempre; lo que no hacemos nosotros, pues tenemos tanta murmuración en nuestro corazón que la mirada muchas veces va hacia abajo.
María, ya desde las bodas de Caná de Galilea, nos dejó el “Haced lo que Él os diga”. Pues todo lo que ha salido de la boca de Jesús es para nuestro bien; Él no puede negarse a sí mismo y nos ama tanto, tanto, que quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven.
Si ya es nuestro el Reino de Dios, es porque se cumple lo que ya nos había dicho: que el Reino de Dios está dentro de nosotros.
Siempre estamos deseando dar una imagen de nosotros mismos para que nos alaben, hablen bien de nosotros, nos adulen, nos regalen el oído… Pero al mismo tiempo sentimos una insatisfacción que no sabemos de dónde viene, pues no somos dioses de nuestra vida. Una vez más, Jesús, que nos conoce mejor que nosotros mismos, viene a darnos la clave que por discernimiento ya Juan el Bautista ha descubierto: “es necesario que yo mengüe para que Él crezca”.
El Reino de Dios lo gozaremos en plenitud en el banquete celestial, si el Padre nos concede estar a su derecha, pero ya podemos ir degustando en esta vida, a través de su espíritu, vivir estas bienaventuranzas.
Fernando Zufía