Él es el Señor. Nosotros somos su “Asamblea del Amor”: los 153 peces grandes.
Si sumamos el número 12 (de los Apóstoles y de las Tribus de Israel – ahora “nuevas tribus”-) elevado al cuadrado más el cuadrado de 3 (el 9 es un número “perfecto”) tenemos 153. Juan ha dejado a sus discípulos la maravillosa idea de lo que es verdaderamente la comunidad cristiana congregada en torno al Señor Resucitado. El valor de 153 en las letras hebreas da la expresión, en opinión de algún experto, “qahál ha ´ahaváh” o “Asamblea del Amor”.
La plasticidad de la narración es magnífica; primero por la “visualización” que nos permite a nosotros hacer desde el corazón de creyentes de la “aparición de Jesús junto al lago de Tiberíades” (21,1) y, en segundo lugar, por la urdiumbre interna de la misma, que lleva al lector a la “confesión de fe” en la Resurrección de quien sabemos bien ser el Señor (v.12). El redactor de Juan 21,1-14, sabía bien que nosotros habríamos de llegar también a saber lo que él conoció y que nos era necesario absolutamente para nuestra vida: llegar al conocimiento de la Resurrección de Jesús, pero no sentados en los pupitres de una escuela, sino formando congregación, Comunidad de fe que celebra la experiencia común a todos de haber sido rescatados del mar de la muerte y del vacío vital por quien puede hacerlo, cuando otros no han podido, pese a toda una noche de brega y esfuerzos (vv. 3.5). Yo señalaría 1Pe 1,3-21 como lectio divina de la narración del Evangelio de hoy. (Jn 21, 3-14 )