“Ni hierba en el trigo ni sospecha en el amigo”
Autor Desconocido
En Cataluña, durante treinta y cinco años, se ha dejado crecer la mala hierba en el camino de la convivencia. Ahora, con la aplicación por parte del Estado del artículo 155 de la Constitución, se pretende limpiar el camino, intentando restablecer la legalidad.
No sería necesaria tan ardua y dolorosa tarea, si cuando aparecieron los primeros brotes, la misma se hubiera extirpado, no cortándola, como al parecer se pretende hacer ahora, sino arrancando la raíz que ha podrido la pacífica convivencia de toda una sociedad.
La raíz de las desgracias de un país hay que buscarla en las fallas morales de sus gobiernos, y en España, desde que se reinstauró la democracia, hace casi cuatro décadas, en lo que se refiere al problema que siempre han constituido los nacionalismos, los gobiernos, persistentemente se han andado por las ramas, evitando ir a la raíz. Sobre todo, si como es el caso, la raíz es penetrante y puede amenazar con derribar el árbol.
Todos sabemos —y los nacionalistas catalanes deberían saberlo también— que la independencia de Cataluña constituye una fantasía tan delirante, como lo es pintar chuletas para matar el hambre.
Pero las experiencias del pasado, está claro que no les han servido de guía para el futuro, y al menos una vez cada siglo, vuelven a persistir en el intento.
Los nacionalismos, nunca han sido la expresión del amor a la Patria, sino la manifestación de exclusión racista hacia los demás. Y esa es la semilla, que desde que se reinstauró la autonomía en Cataluña, se ha venido sembrando en las aulas de sus escuelas, en las mentes aún no contaminadas de sus jóvenes alumnos, y cuyo fruto, vemos ahora campando por sus respetos, haciendo ostentación de odio hacia todo aquel que no participe de su pensamiento exclusivo y excluyente.
Es posible que el Gobierno, con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, llegue a restituir la legalidad en Cataluña, pero me temo, que si no se toman otras medidas más profundas y a largo plazo, lo que ahora se haga, pueda ser como cubrir con yeso, la brecha abierta en el muro.
Una buena parte, de al menos tres generaciones, han crecido y han sido sectariamente educadas en el odio a todo lo que pueda significar España. En sus mentes han alojado un sentimiento irracional que hoy se manifiesta con una virulencia que les nace de las entrañas, y hasta tal extremo este sentimiento ha impregnado sus almas, que ha sido y sigue siendo apoyado por muchos de los que consagraron su vida a propagar el amor. Esto demuestra, hasta qué punto, el nacionalismo, puede corromper las almas.
Serán necesarios muchos años de una serena y profunda reflexión, y una gran dosis de amor inspirada en la concordia entre los pueblos, para que las generaciones que plantaron el árbol del intransigente fanatismo se desprendan de sus orígenes, y así evitar que quienes les sucedan, se cobijen bajo su sombra.