«En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: “¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies’. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo? La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo» (Mc 12,35-37)
Hoy el Evangelio cita en labios de Jesús el texto del Antiguo Testamento, que corresponde al salmo cristológico por excelencia, el salmo 109, y que el mismo Jesús nos ayuda interpretarlo. Si una clave para comprender toda la Sagrada Escritura es leerla a la luz del acontecimiento de Jesucristo, en el caso que hoy se nos ofrece contemplar, sobresale la concordancia con los hechos que tuvieron lugar en la vida del Señor.
Siempre recuerdo cuando visito el Huerto de los Olivos en Jerusalén —que está en la falda del mismo monte en el que se venera la Ascensión del Señor a los cielos— la recomendación que me hizo un día el P. Rafael, franciscano de Sevilla, al mostrarme las ermitas que hay en el jardín, para quien desee hacer días de desierto. Me dijo que, si alguna vez me decidía a pasar algún tiempo en la ermita, tuviera mucho cuidado porque había escorpiones y víboras en el entorno.
Sorprendentemente, en Getsemaní Jesús fue besado por el discípulo traidor. Allí vivió la noche más amarga y triste, en la que por los textos evangélicos conocemos la angustia que padeció el Maestro, hasta llegar a sudar sangre. El pasaje bíblico cita a los enemigos, y es en el Huerto de los Olivos donde se visualizan los que acosan y apresan a Jesús.
Si es verdad que en la falda del Monte de los Olivos se sitúa la mordedura de los enemigos mortales, donde la violencia, la traición, la blasfemia tuvieron lugar, también es verdad que en lo alto del mismo Monte se venera, dentro de un recinto musulmán, la edícula de la Ascensión de Jesucristo a los cielos, y resuena la profecía del texto sálmico: “Pondré a tus enemigos como estrado de tus pies”.
La Iglesia, que celebra cada domingo el triunfo de Cristo sobre la muerte, a la hora de Vísperas entona el salmo 109 y con ello proclama la victoria de Jesús sobre la muerte. Si se tiene en cuenta todo el salmo se contempla cómo los humillados son exaltados.
Si en el camino de Getsemaní a los tribunales, en la noche del Jueves Santo, el Maestro “bebió agua del torrente”, imagen con la que se representa la sed terrible, aplacada con agua de arrastre, que simboliza el mayor abajamiento; precisamente “por eso, levantará la cabeza”. Y como canta el Magníficat: “El Señor derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes”.
Ahora sí podemos exaltar a Jesucristo, Señor y Mesías, de la estirpe davídica, en quien se cumplen todas las promesas, heredero del trono de su Padre, y a su vez mayor que David, pues el rey lo llama Señor. Es muy bueno conocer las Escrituras y comprenderlas. Así sentiremos el gozo, como los contemporáneos de Jesús, que disfrutaban al oírle.
Ángel Moreno