Pablo VI en un Mensaje a los Artistas afirmaba: “Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. Y todo ello está en vuestras manos. Que estas manos sean puras y desinteresadas”. *
Si no lo son, si las manos son impuras, o hay en ello un interés ajeno al acto de amar, lo que hay de eterno en el arte desaparece, se esfuma, como cuando reunidos en su nombre sin un amor pleno Jesús en Medio, éste nos niega su presencia. Y ésta es una buena advertencia para el artista. No se puede ser artista impuro. Si lo es deja de ser artista para convertirse en un simple “hacedor” de objetos.
Si Pablo VI hacía notar la importancia de la vocación artística en la Iglesia a través del Concilio Vaticano II, el Papa Juan Pablo II intentó ir más allá desgranando el porqué de esa importancia, que rebasa las obras destinadas al culto y aquellas basadas en una iconografía cristiana que didácticamente desmenuzan el mensaje evangélico.
Todo ello logró expresarlo con claridad en dos textos muy directamente dirigidos a los artistas: la homilía de la Santa Misa para los artistas en Bruselas el 20 de mayo de 1985 y la Carta dirigida a los artistas el 4 de abril de 1999. En ambos documentos el Papa intenta hacer conscientes a los artistas y a la sociedad del alcance y el significado del verdadero arte, la vocación del artista cristiano, y lo que él considera la “vía de la belleza”.
el yo al servicio del tú
¿Por qué nos habla Juan Pablo II de la belleza como un camino como podría ser la vía ascética? Él nos dice que “quien percibe en sí mismo esta especie de destello divino que es la vocación artística —de poeta, escritor, pintor, escultor, arquitecto, músico, actor, etc.— advierte al mismo tiempo la obligación de no malgastar ese talento, sino de desarrollarlo para ponerlo al servicio del prójimo y de toda la humanidad”.
La belleza es la vocación a la que el Creador le llama con el don del talento artístico. Es por tanto a través de ella, de su búsqueda, como su corazón se purifica, su alma alcanza la sabiduría y consigue donarse a los demás. Es más, Juan Pablo II afirma que esa búsqueda de la belleza, que es el arte, es un camino de acceso a la realidad más profunda que la fe ilumina.
Quien participa del arte encuentra en él una dimensión nueva y un canal extraordinario de expresión, y por consiguiente, también de comprensión. Para todos, los que crean y los que contemplan, es un auténtico camino de crecimiento espiritual.
En esta “vía de la belleza” y en relación con esta gran dimensión espiritual del arte, Juan Pablo II afirma que existe un estrecho vínculo entre la fe, la caridad y la esperanza, y la creación artística, siendo todas ellas grandes riquezas del ser humano.
camino de acceso a la fe
Insiste en esta proximidad entre el camino de la fe y el camino del arte o de la belleza afirmando que la fe es un modo de mirar la vida, la historia, a la luz del Espíritu Santo; y, al mismo tiempo, de mirar más allá de la historia. A través de ella nosotros nos transformamos atentos a la realidad más profunda. El artista con su fe se va enriqueciendo atento al más allá de las cosas, y a través de su creación y su materialidad visible aproxima la realidad invisible a los demás hombres.
Por eso dice que el arte implica un camino análogo a aquel de la fe, porque cuando éste es auténtico, se esfuerza por acercarse al misterio e interpreta la realidad más allá de lo que perciben los sentidos; nace del silencio del estupor o de la afirmación de un corazón sincero; se sitúa en lo más profundo del hombre y se acompaña de una intuición fugaz de la Belleza (presencia del Espíritu Santo) y de la misteriosa unidad de las cosas (visión trinitaria).
Y continúa argumentando: “Es cierto que la fe es de otra naturaleza: ésta supone un encuentro personal de Dios en Jesucristo, la luz y la atracción que vienen de él; pero cada arte auténtico es, a su modo, un camino de acceso a la realidad más profunda que la fe ilumina. Un mundo sin arte difícilmente se abriría a la fe”, porque evidentemente el arte facilita un encuentro con el Absoluto.
expresión del amor trascendente
Dice Juan Pablo II: “El amor dirige la mirada sobre la realidad profunda del ser encontrado”. “El hombre que ama a su prójimo sabe interpelarse a través de él de un modo radical, irreversible, como el buen samaritano”. El cristiano reconoce tras el rostro del otro el profundo misterio del Hijo del Hombre.
“Parte del corazón y bajo el impulso del Espíritu Santo, se alcanza el rostro en el cual se expresa la llamada de Dios: así es el camino del amor. Y este amor encuentra naturalmente en el arte —la pintura, el canto, la música, la obra literaria— una expresión de la profundidad y las emociones vibrantes que la acompañan”.
El prójimo es un acceso a la realidad trascendente, y el arte, a su modo, testimonia un misterioso lanzamiento que parte del corazón de uno hacia el otro. En sus formas más auténticas el arte es la expresión misma del hombre, de toda la humanidad. Para Juan Pablo II el arte es una expresión privilegiada del amor, aquel amor que ayuda a tocar lo más profundo del hombre. Y afirma: “Un mundo sin arte se arriesga a ser un mundo cerrado al amor”.
El arte no es sólo representación; comunica misterios. Por eso crea vínculos, es universal y desafía el tiempo y el espacio. Nos reúne como hace el amor. Cuando admiramos una obra de arte, todos recibimos este don, cada uno a su modo, y esta experiencia nos enriquece.
Hay un dicho que reza que el árbol se conoce por sus frutos. El corazón del artista, sin pretenderlo se revela a través de sus obras, pero lo sustancial en el arte es arrojar Luz, iluminar lo que está más allá de él. Por eso Juan Pablo II invita a aplicar a la creación artística las palabras de Jesús a los apóstoles: “Vuestra luz brille ante los ojos de los hombres hasta que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16), añadiendo “para vosotros esta luz es la belleza de vuestra obra de arte”.
El amor al hombre confiere dignidad al arte, porque la dignidad del arte debe radicar en el respeto a la profundidad trascendente de su ser.
exhortación a la esperanza
La esperanza nos lanza más allá del sufrimiento y la laceración. Evoca el misterio de una nueva salvación, de un mundo renovado. Los artistas auténticos vibran con toda la humanidad, viven al hombre en toda su unidad, incluida su parte trágica, y saben desvelar los misterios del dolor en la confianza plena. Pero para que la obra se muestre plena ante el espectador, sea capaz de sanar la desesperación, ésta debe estar purificada en el alma del artista, y resuelta plásticamente.
Gran parte del arte del siglo XX ha intentado desvelar la parte oscura del hombre, los misterios de su dolor y del abandono. Otra cosa es que haya sido capaz de desvelarlo, de darle sentido y esperanza. Nuestra sociedad huye del dolor; sin embargo, en la divina lógica el dolor es la llave de la existencia plena, porque hace al hombre abrir las puertas a Dios.
El Concilio Vaticano II afirma: “Este mundo tiene necesidad de belleza para no caer en la desesperación”. Arte y esperanza, pues, deberían ir de la mano, porque en ésta radica parte de su deber ser.
Juan Pablo II concluía esta argumentación de comunión entre las virtudes teologales y el arte manifestando cómo “el arte es para la fe, la caridad, la esperanza una expresión privilegiada. El arte auténtico contribuye a despertar una fe coja. Abre el corazón al misterio del otro, eleva el alma de aquel que está demasiado desilusionado, o cansado de esperar […] Su lenguaje simbólico no sólo evoca, sino que hace participar al alma de la realidad que existe “más allá de las cosas” es como decir: “Dios no está lejos de cada uno de nosotros”.
el soplo creativo del Espíritu Santo
Por tanto podemos deducir de todo ello que la vivencia de las virtudes teologales por parte del artista cristiano enriquece su experiencia espiritual y abre su arte a una dimensión nueva. Sin embargo, no es sólo esto lo que hace florecer su obra, lo que le otorga su sentido trascendente. La creación del artista se ve favorecida también con la presencia del Espíritu, por la gratuidad de su gracia.
Juan Pablo II en su carta a los artistas afirmaba: “La auténtica intuición artística va más allá de lo que perciben los sentidos y, penetrando la realidad, intenta interpretar su misterio escondido. Dicha intuición brota de lo más íntimo del alma humana, allí donde la aspiración a dar sentido a la propia vida se ve acompañada por la percepción fugaz de la belleza y de la unidad misteriosa de las cosas. […] lo que logran expresar en lo que pintan, esculpen o crean es sólo un tenue reflejo del esplendor que durante unos instantes ha brillado ante los ojos de su espíritu. El creyente no se maravilla de esto: sabe que por un momento se ha asomado al abismo de luz que tiene su fuente originaria en Dios”.
Por tanto afirma que el alma del artista se asoma al abismo de luz, lo que quiere decir que lo que ocurre, no sucede en el alma del artista, sino más allá. Este hermoso párrafo en realidad explica el concepto manejado hasta ahora de la capacidad del arte de desvelar misterios. Esta impresión profunda, que en ocasiones desaparece en el artista, pero se queda en la obra, siendo esto lo que dona al espectador, lo que éste logra percibir.
“No obstante, en toda inspiración auténtica hay una cierta vibración de aquel “soplo” con el que el Espíritu creador impregnaba desde el principio la obra de la creación. […] el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de “momentos de gracia”, porque el ser humano es capaz de tener una cierta experiencia del Absoluto que le trasciende”.
Estas palabras son en realidad una escueta explicación de lo sustancial del proceso creativo, y dejan claro que el arte es una experiencia religiosa.
* Los textos que aparecen entre comillas a lo largo de este artículo pertenecen a Juan Pablo II, bien de este mismo Mensaje a los Artistas o de una Homilía en una Misa para ellos. No los especificamos individualmente porque lo que nos interesa resaltar aquí es que se trata del pensamiento del Papa.