“Jesús llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia .Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el Zelote, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca”. Mateo 7, 1-7
Jesús nos ha llamado a cada uno por nuestro propio nombre. Nos ha llamado para una misión. Jesús es el médico bueno que el Padre ha mandado a la tierra para curar a los que sufren, a los pecadores, a los enfermos, al desecho de la humanidad. Ha venido para todos, pero sólo los que se saben enfermos acuden al médico. Dios Padre Todopoderoso viendo el sufrimiento del hombre nos envió a su Hijo Único Jesucristo para nuestra curación. Y Jesucristo ha enviado a sus apóstoles y “les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”. Y nosotros, si somos sus discípulos, somos enviados por Jesucristo al mundo con la misma misión. Nos ha llamado por nuestro propio nombre: Pedro, Andrés, Santiago, Juan…
Dice el Papa Francisco que la Iglesia es un hospital de campaña en medio de un campo de batalla, lleno de hombres malheridos por el mundo, el pecado y el demonio. Nosotros somos enviados por la Iglesia en medio de este campo de batalla, y somos enviados para curar, salvar y recoger a los que sufren. Basta con mirar a nuestro alrededor: la mies es mucha y los obreros pocos. Jesucristo nos envía a las ovejas descarriadas de Israel.