“El anuncio del Evangelio está desactivando bombas de odio en África”
Con 23 años, mochila al hombro y sed de aventura, Juan Ignacio Echegaray cambió su vida cómoda en Madrid por el trabajo duro en África a favor de los pobres. Estando allí vio que Cristo, quien también tiene rostro africano, le llamaba como pastor a enjugar las lágrimas de un rebaño acuciado por el hambre y la falta de esperanza, y no se resistió. Si Dios había injertado amor en sus heridas, ¿cómo no pregonarlo a voz en grito? Desde entonces, ha pasado casi cuarenta años anunciando sin descanso que el Cielo ha sido abierto en la cruz de Cristo. Su testimonio de palabra y obra es uno de los muchos que conforman esa Iglesia desinstalada que sale a la calle y a la que el Papa Francisco nos invita insistentemente a formar parte.
¿Cómo conociste el amor de Dios en tu vida?
Nací en una familia católica en la que mis padres se preocupaban mucho de que sus diez hijos recibiéramos los sacramentos. Mi madre me preguntaba a menudo: “¿Te has confesado? ¡Mira que te puede caer una teja en la cabeza y morirte!”. Había una vida de piedad en casa y una cultura cristiana en la sociedad que me hacía recibir el amor de Dios como una simbiosis. Pero entre los dieciocho y veintidós años quise salir de ahí y vivir mis propias experiencias. Entonces abandoné la práctica religiosa.
¿Qué ocurrió para dar un giro radical y sentir la vocación al sacerdocio?
Dios no dejó de seguirme la pista aunque yo me alejara. A los ventidós años, cansado de mi propia vida, comencé a acercarme a Dios y acudí a las vigilias de la Inmaculada que se celebraban en mi parroquia. Conocí a sacerdotes que vivían su ministerio con gran entusiasmo, sobre todo el que luego fue mi director espiritual, un padre jesuita, que ha sido para mí la presencia de Dios en la Tierra, y volví de nuevo a la Iglesia. Dios me estaba esperando para reparar el primer portazo que yo había dado tanto a la Iglesia doméstica (la familia) como a la insitucional.
En este tiempo leí un anuncio en la parroquia que decía: “Seglares para Hispanoamérica”, en el que ofrecían formación para ayudar a la misión evangelizadora en América. Sentía una necesidad de escapar de mi propia historia, y, cuando vi abierta esta ventana, no lo dudé. Había acabado los estudios para marino mercante y me apunté. Llegó de Roma un obispo de Burundi buscando ayuda para la misión y me preguntaron si no me importaba ir a África en lugar de América. “¿Dónde hay más pobres?”, dije yo. “En África”, me contestaron. “Pues allí voy”. Fui a Burundi y me quedé durante dieciocho años. Al poco de llegar, sentí la llamada al sacerdocio y allí estudié y me ordené. Con el tiempo me he dado cuenta de que realmente lo que me llevó a África no fue mi espíritu aventurero, sino la gracia del Espíritu Santo. Dentro de mí se estaba gestando una vocación sin yo saberlo. Fue Dios quien me llevó.
¿Qué hace de África un continente tan especial?
Todos nos quedamos tocados cuando la conocemos. Tiene unos parajes bellísimos, pero sobre todo destaca su gente. Para el occidental, el hombre africano es un testimonio de que Dios existe, porque le hace preguntarse cómo es posible susbistir sin prácticamente ningún recurso. Nuestro concepto estético de la belleza es diferente del suyo. Como tenemos la barriga llena, nos emocionamos ante un paisaje o una pieza de música. Para el africano que lucha dirariamente por llevar comida a sus hijos, la belleza es ver llover, que crezca lo sembrado y cosechar para poder comer.
¿Cómo era su realidad económica y social cuando llegaste y cómo es ahora?
África ha cambiado mucho. Desde 1970 a 1988 estuve en Burundi. Luego tuve un paréntesis de veintitrés años en Ecuador, y, desde hace poco más de año y medio, he regresado. En este tiempo, la estabilidad de Burundi ha permitido mejorar las condiciones de vida; ha habido un desarrollo de infraestructuras, de formación universitaria, profesional, etc. En el Congo el contraste no ha sido tan grande, porque desgraciadamente la guerra no lo permite. Como presbítero itinerante vivo a caballo entre ambos países, y, cuando estamos en el Congo, la inseguridad es constante. Intentamos vivir con normalidad, pero de fondo está la guerra. Existe un grupo armado llamado M23, que actúa sobre la población civil indefensa, violando, reclutando niños, con el objeto de posesionarse del territorio geográfico para hacer un Estado. Es tan desbordante su riqueza mineral —uranio, diamantes, oro, gas natural, petróleo, coltán…— que muchos la ambicionan.
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero
¿Qué sucede cuando la gente oye hablar de Cristo y el mensaje evangélico?
La experiencia de Dios está omnipresente en el africano, pero a nivel de un animismo, de una referencia a la divinidad. Sin embargo, a partir del anuncio del Evangelio, se encuentran con el amor real de Dios. Sigue habiendo un sistema de clan en donde la poligamia está muy arraigada, pero el cristianismo les revela una manera de vivir, que es el modelo de la Familia de Nazaret, que sana a las familias; al contrario de Occidente, donde no hemos sabido apreciar la vida familiar monogámica —que es fruto del judeo-cristianismo— y ahora lloramos su pérdida.
Un riesgo en el que podemos caer los blancos es en el paternalismo, que te lleva a tratar a las personas no como iguales, sino como “pobrecillos los negros”. Y lo captan; piensan que en el hombre blanco hay tal derroche y opulencia que a ellos, por ser negros, se les ha privado de ese bien. El cristianismo lo ordena todo. Solo Jesucristo permite tener una relación de tú a tú en la verdad, en la que se dé una comunión entre iguales y libre de complejos de unos y de otros. Compartir el cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía hace que desaparezcan los odios y prejuicios entre las etnias.
¿Es fácil reconocer su presencia entre los olvidados de la tierra?
Sin la fe cristiana y el kerigma es imposible. Si no has descubierto en la cruz de Jesucristo el camino que Dios ha escogido para revelar al hombre su amor y salvarlo, el sufrimiento no tiene ningún sentido. Yo he visto muy patente en Burundi y en el Congo el sufrimiento de los inocentes y me ha escandalizado. Al principio, quise responder con estructuras escolares, sanitarias, de ayuda económica… que son buenas, pero se quedan cortas. Las motivaciones humanistas no son suficientes. Un día, siendo ya sacerdote, me dijeron: “Juan, ¿te das cuenta de que este tipo de obras que tú haces las puede hacer un comunista?”. Y eso me hizo preguntarme cuántas de las personas que venían preguntando por el Padre Juan buscaban a Jesucristo. Reconocí que mi manera de hacer les permitía vivir mejor, pero no les preparaba para la vida eterna. Simplemente era un parche. Escandalizado por la pobreza, la quería resolver como si yo fuera el mesías, cuando realmente el primer factor de desarrollo para los pueblos es el anuncio del Evangelio. Jesucristo, vencedor de la muerte, es el único que da ojos para ver el amor de Dios en las guerras, en los odios raciales, en la pobreza…
el milagro de la fracción del pan
¿Hay una revolución mayor que el saber que Dios te ama como eres?
No la hay. África está acostumbrada a que lleguen las ONG de todo tipo y aporten recursos, pero solo Jesucristo cambia la vida. El anuncio de que Dios te ama devuelve al africano la naturaleza y dignidad de persona que parece que la miseria le quita. Por eso es tan urgente evangelizar, porque el hombre sin fe ante la miseria, el cáncer, las guerras, el tsunami… levanta el puño al cielo. Pero Cristo tiene una respuesta.
¿Es un acto responsable irse a lugares remotos para mostrar a Cristo cuando en España hay tanta necesidad de encontrarse con Él?
Cada vez que venía a Madrid y me decía mi madre “Juan, aquí te necesitamos también”, se me hacían presentes las palabras de Jesucristo: “El que no odia a su padre y a su madre… y hasta su propia vida, no es digno de mí”. Puede parecer que las ganas de aventura en mi juventud me hicieron liarme la manta a la cabeza y responder con un sí a aquella petición del obispo, pero ahí estaba Dios detrás, cociendo mi vocación. Hoy, responder a Jesucristo supone mucha lucidez porque soy consciente de que el anuncio del Evangelio está desactivando bombas de odio en África —la siembra que el demonio ha hecho de toda esta miseria la ha revolcado contra el hombre y su prójimo— y yo ya no soy el joven de veintitrés años. Tengo una experiencia de vida y de misión que me hace ser consciente de que en Burundi y el Congo hay peligro, pero en España también. Así que, yo estoy donde quiere el Señor que me ponga al servicio, pues ambas son misiones urgentes y peligrosas.
Proliferan las sectas engañosas que se aprovechan de la fragilidad de los que sufren y hacen estragos. ¿Cómo combatirlas?
Es verdad que proliferan. Aprovechan la miseria a unos niveles de descaro y desfachatez que llaman la atención: dan dinero inmediato para ganarse a la gente, sobre todo a los más débiles. Juan Pablo II, en el Quinto Centenario de la Evangelización de América dijo: “Tenéis que ladrar como los perros del pastor. Anunciar que esas sectas están manejadas con dólares. Tenéis que gritar y llamar la atención para que la gente no se deje engañar. Son lobos que entran en el rebaño de Cristo”.
Me sorprende que la presencia de la ONU en la zona de los Grandes Lagos (Burundi, Kenia, Malaui, Mozambique, R. D. del Congo, Ruanda, Tanzania, Uganda y Zambia) esté conducida por soldados pakistaníes de confesión islámica, que aprovechan la misión pacificadora para hacer adeptos al Islam; construyen mezquitas, ofrecen becas de estudio en Pakistán… Por otro lado, es una llamada a la conversión para la Iglesia Católica, porque donde hay fe y espacios pastorales bien atendidos, ahí no entran las sectas. Estas no tienen nada que hacer si la Iglesia está atenta a la oveja perdida.
bogar mar adentro
España, cuna de misioneros, se ha convertido ahora en tierra de misión. ¿Cómo se no nos ve desde fuera?
Cuando veo en un canal de TV internacional el lenguaje de los medios de comunicación españoles me da vergüenza. Tenemos un tono de superioridad respecto a otros pueblos que nos hace antipáticos. Es verdad que hemos alcanzado un progreso y somos solidarios, pero tratamos al otro como inferior. Y ya lo dice el libro del Eclesiástico: “No mezcles la limosna con el reproche y el desprecio”. Nos hace falta convertirnos para pulir esa relación con el prójimo. Muchos españoles, y occidentales en general, llegan a África de safari y graban cintas y cintas de su viaje, pero en ellas no sale un solo ser humano. ¡No se quieren encontrar con el hombre!
¿Hay una Iglesia perseguida en África?
Sí. La Iglesia está perseguida por instancias políticas, ideológicas, económicas, por el fanatismo islámico, por las sectas… Hemos pasado de ser la Iglesia Católica la única presencia en África a ser un continente ambicionado por muchas ideologías. La pregunta es por qué los políticos persiguen a la Iglesia si es evidente que hace tanto bien. ¿Qué hay detrás? Lo mismo ocurre en España. Cuando después de llevar años sin venir, volví de visita y vi que el aparato del Estado, que debe estar al servicio del hombre, de la creación de empleo, del bien social, atacaba a la Iglesia Católica, ¡no me lo podía creer! Pues esto es trasladable al continente africano: detrás de las bambalinas están los mismos. Nuestro combate no es contra la carne ni la sangre, sino contra los espíritus del mal que habitan los espacios tenebrosos: el demonio.
¿Qué has aprendido de la misión? ¿En qué medida te ayuda para tu fe?
Primero, al comprobar en los años de seminario que son más inteligentes y con un espíritu de conversión digno de elogio, se me quitó ese complejo de superioridad que como occidental traía. El ejemplo de los cristianos en África me ayuda a responder con sinceridad y ganas al espíritu del Evangelio. Han estado tantos años ausentes a la vida de la gracia que, cuando se encuentran con Dios, responden con deseo. Y eso que aquí el combate entre el paganismo y el cristianismo es a muerte, porque se tienen que enfrentar al clan y a las tradiciones. Pero su adhesión a Cristo es tan fuerte que nos anteceden en el Reino de los cielos.
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Buenísimo, y tengo que darle gloria por ello. Por mis complejos, durante muchos años he estado ciego a este amor de Dios. Jesucristo ha puesto barro en mis ojos y se ha hecho el milagro. Ser perdonado por Dios y poder perdonar es una experiencia de resurrección fantástica.
Victoria Serrano Blanes
Periodista
1 comentario
estoy buscando Juan Etchegaray que conoci en Burundi entre 1970-1972 cuando trabaje en «le petit seminaire de Kanyosha», cerca de Bujumbura, la capital de Burundi.
Es posible que Vds pueda me pone en contacto con el?
Ahora, vivo en Bizkaia con mi mujer vasca!
Gracias y atentamente