No es tan difícil llegar a estar en la cárcel
Se llaman Víctor y Carlos y se encuentran cumpliendo una pena privativa de libertad. Saben de exilio, de soledad, frustración y monotonía porque, como dicen algunos, en la cárcel no se viven 365 días del año, sino un día 365 veces. Sin embargo, ambos reconocen que pese a su crudeza, no todo en el “talego” es negativo. El detenerse —aunque haya sido en contra de su voluntad— y reflexionar sobre la propia vida y destino les ha abierto la posibilidad de emprender un camino nuevo bajo una luz nueva.
Víctor es de México y tiene cuarenta y cuatro años. En el año 2005 vino a España por un trabajo de Informática y se vio involucrado en una organización de narcotraficantes. Lleva más de ocho años cumpliendo condena en la cárcel de Valdemoro (Madrid) por tráfico de drogas. Desde hace algunos meses se encuentra en régimen abierto, lo que le permite acudir a la casa de acogida durante el día y regresar al centro penitenciario para dormir.
¿Cómo es la cárcel?
He visto que no es tan difícil llegar a estar en la cárcel. Pero, desde luego, hasta que no estás dentro no te imaginas lo que es. Allí se te juntan todos los sentimientos: coraje, tristeza, odio… Todo es monotonía. Se hacen siempre las mismas cosas y hasta las conversaciones giran sobre un único tema: las leyes, los abogados, los artículos del Código Penal, etc. ¡Se pasa muy mal! Mi madre ha muerto estando yo recluido y no he podido despedirme.
¿Cómo es un día en la prisión?
Nos despiertan, nos aseamos —en mi módulo hay ocho duchas para 120 internos, y el agua caliente dura la primera media hora— y desayunamos. Después cada uno va a sus actividades: escuela —donde se puede estudiar la ESO, talleres de inglés, de informática, incluso estudios universitarios—, economato, enfermería, etc., o simplemente al patio. A las 13:30 es la comida y después te “chapan” otra vez en la celda. A las 17:00 bajas de nuevo a las actividades hasta las 20:00, que es la cena. A las 21:00 subes al “chabolo”, recuento y a dormir.
¿Cómo es la convivencia entre los reclusos?
No es fácil. El ambiente que se vive es raro y eso te lleva a la desconfianza; incluso cuesta abrirse con el compañero de celda porque nos van cambiando. Hay mucho trapicheo y uno trata de juntarse con la gente que le es más afín. Aunque no todo es negativo; yo estuve trabajando en la enfermería como interno de apoyo para los enfermos de salud mental —sobre todo para presos con riesgo de suicidio— y aprendí a escuchar, a tener paciencia… Mi función consistía en llevarles a todas las actividades que tuvieran fuera del módulo. Fue duro porque tenía que animar a los demás cuando yo estaba igual o peor, pero a la larga esta experiencia me ha servido de mucho.
¿Hay mucho sufrimiento en la prisión? ¿Ayuda la Pastoral Penitenciaria?
Todos sufrimos, lo que pasa es que algunos lo disimulan y se protegen dando una imagen de duros y fuertes. Los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria ayudan mucho; están pendientes de ti y te preparan para la vida normal con los talleres de integración social, de búsqueda de empleo, excursiones, etc. Confían en que no vas a cometer un delito cuando sales de permiso, y eso se valora.
¿Deja huella la cárcel?
Sí, uno sale y no es el mismo, ni las cosas están como las dejó. Cuando acabe la condena me marcho a mi país para comenzar una nueva vida. Sé que es muy difícil superar la barrera de haber sido preso; incluso la gente es muy prejuiciosa cuando sabe que uno ha estado en la cárcel, pero te tiene que dar la oportunidad de demostrar que eres como los demás.
La cárcel es una caricatura de la vida
Carlos tiene cincuenta y nueve años y es madrileño. Se encuentra en libertad condicional cumpliendo la última parte de su condena en esta casa de acogida, fuera de la prisión de Navalcarnero, donde ha permanecido casi dos años por un delito de estafa. El próximo 15 de mayo quedará saldada definitivamente su deuda con la justicia española.
¿Por qué motivo estás en prisión?
Me imputaron en un delito de estafa: el juez dictaminó que no era inocente y me impuso una condena de dos años y medio de cárcel. Independientemente de que la considerara injusta, la condena estaba ahí y debía pagarla. Como creo ser muy práctico y positivo, hice una cuenta matemática rápida: mi condena prescribía en cinco años, para librarme de la prisión tenía que estar semiescondido y desaparecido durante ese tiempo, con el riesgo de que, al estar en búsqueda y captura, siempre hubiera problemas de cruce. Pero si iba a la cárcel, me salían tres años positivos. Así que hablé con mis hijos y les conté lo que pensaba hacer. “Lo que tú hagas está bien hecho, papá. Nosotros estamos contigo”. Ya no necesitaba oír más. Hice mi maleta y me presenté en la cárcel de Soto del Real. Llamé al timbre y salió un funcionario. “Buenos días, ¿qué desea?”. “Muy buenas, vengo a entregarme”. “¿Cómo un señor como usted viene a entrar en el talego?”, me preguntó. “Porque tengo una deuda con la sociedad”, le dije. “Pues sígame”, y entré en la cárcel.
¿Dónde te llevaron?
Tuve una entrevista con el educador y la psicóloga y me llevaron a un módulo de respeto —dependiendo del tipo de delito te llevan a uno u otro— donde las condiciones no son tan duras. Nunca he tenido miedo porque tuve la ventaja de haberme preparado para el ingreso; no es lo mismo entregarte a que te cojan a las dos de la mañana de improviso. A mí no me han puesto unas esposas ni metido en el calabozo.
¿Es posible prepararse para ir a la cárcel? ¿Cómo se consigue?
Sabía que en ella hay unas reglas de juego que tenía que asumir para no buscarme problemas y que, además, solo eran dos años y luego quedaría libre. La cárcel no se diferencia mucho de la vida; es una caricatura de ella. Claro que hay droga, pero con decir que no, como ocurre afuera… Sales al patio y es duro, pero no quise meterme en líos. Es fundamental no converger con lo tóxico, porque lo hay; aquí te encuentras con los mismos personajes que fuera, es decir, con el mentiroso, el trepa, el buena persona, el falso, el amigo, etc. Como me dijo la psicóloga de la prisión, cuanto más preparado está el interno —cultural, social e internamente—, menos mal se pasa en la cárcel.
¿Cómo transcurría tu tiempo?
Al poco tiempo, de la cárcel de Soto del Real me pasaron a la de Navalcarnero, que es más antigua y con celdas más pequeñas. Pero no fui mal acogido. Nada más entrar le pedí al educador un destino para emplear el tiempo en algo —es fundamental estar ocupado—. Me llevaron a la biblioteca y allí, junto con otros cinco internos, nos encargábamos por las mañanas de los más de 25000 volúmenes que hay para 1250 presos. Desde luego el que no lee en la cárcel es porque no quiere. También, como había impartido cursos para la CEOE de negociación inteligente, solución de conflictos, marketing y ventas, etc. los daba por la tarde. ¡Se me hacía corto el día!
¿Conseguías olvidar que estabas entre barrotes?
La liberación es interna. Yo sabía que iba a cumplir una deuda y luego estaría libre, igual que mes a mes pagas la hipoteca, hasta que llega el día en que ya no la debes. No sirve de nada echar la culpa a los demás, ni pensar que Dios no existe porque se ha olvidado de mí.
¿Qué has sacado de positivo en este tiempo recluido?
Algunas cosas buenas. Sobre todo me ha servido para reflexionar, para conocer mejor a las personas… Hay mucha diferencia entre ser funcionario de prisiones y ser carcelero. Hay gente que abre la puerta y dice: “Señores, buenas noches. Hasta mañana”, y cierra la celda. Y otros que solo dan el portazo. El preso enseguida nota la diferencia y no respeta más al segundo que al primero. Es más, este no necesita castigar. Pero igual pasa afuera; es muy distinto ser jefe que capataz, y la gente trabaja mejor teniendo un jefe. También he visto que se les debería sacar partido a los presos para que aporten algo a la sociedad, y no limitarse a tenerlos guardados a buen recaudo.