Rómulo Marín es peruano y seminarista en Santo Domingo (República Dominicana). Después de años de dolor, desesperanza y sinsentido, se encontró de bruces con Dios a través del amor desinteresado de un cristiano anónimo. Tiene cincuenta y dos años y una enorme ilusión por ser sacerdote misionero y proclamar en cualquier lugar del mundo la buena nueva de Dios.
¿Cómo conociste el amor de Dios en tu vida?
Soy el tercero de una familia de cinco hermanos, mi padre trabajaba en una fábrica de zapatos, era sindicalista, mi madre era ama de casa. Fui bautizado, pero no recibí ninguna formación religiosa.
¿Cómo transcurrió tu infancia?
Era un tiempo donde el sindicalismo estaba en pleno apogeo y mi padre era un líder sindical en la fábrica, con lo que vivíamos más o menos bien. Tenía ideas comunistas y estuvo unos días preso, hacía huelga de hambre… No creía en la existencia de Dios, aunque ahora pienso que sí; lo que pasa es que el comunismo estaba de moda en esos momentos.
Yo por otra parte sufría en silencio porque no sentía el amor de mi madre; muchas veces pensé que a mí me habían adoptado. Me acuerdo que un día se lo pregunté a mis padres, pero no recibí respuesta. No le dieron importancia y a mí esto me atormentaba porque quería sentir las caricias de mi madre, que yo veía que les daba a mi hermanos. En un momento pensé que sería porque mi hermano era más inteligente que yo por sus buenas calificaciones e intenté aplicarme. Pero no conseguí nada; esto fue un choque muy duro que me llevó a rebelarme contra mi familia. A los diez años me intente suicidar ahorcándome, pero Dios lo impidió. De ahí para adelante sentí que mi vida no tenía sentido.
¿Cómo fue tu juventud?
A los trece años me emborraché por primera vez y nació una rebeldía que no podía controlar; mis estudios fueron cayendo y empecé a beber con más frecuencia. En plena dictadura militar del general Velasco, en los años setenta, vi por primera vez la violencia en las calles, las represiones del Gobierno… Me impresionó muchísimo ver cómo golpeaban a gente inocente que solo quería vivir un poco mejor. Ya para este tiempo renegué de la existencia de Dios y empezó a calar en mí el comunismo y, por supuesto, a declararme ateo. Comencé a consumir drogas, aunque no muy frecuentemente.
En los años siguientes, ya con otros gobiernos, nace el movimiento revolucionario “Túpac Amaru”, de la izquierda marxista, al que me incorporo; mi rebeldía y mi sed de justicia afloraron. Me dediqué a poner bombas caseras donde me indicaran y aprendí el manejo de armamentos. Entré en la Marina de Guerra del Perú para aprender mejor el manejo de armas, llegando a robar unos fusiles. El servicio de inteligencia de la Marina me fue a buscar a casa de mis padres y fui torturado, pero siempre me declaré inocente. Me detuvieron por unas semanas y después me soltaron por influencia de mi madre, que en ese tiempo era cocinera de los oficiales de Marina. Cuando me torturaron en presencia de mi familia, les causó mucho dolor y sufrimiento. Mi hermano me dijo que ya había ocasionado muchos sufrimientos a la familia y que era mejor que me fuera de la casa. Me ofreció pagarme el viaje a EE. UU. En un par de días me consiguió el pasaporte y pude salir de Perú rumbo a México, y de ahí a EE. UU.
que se alegren los huesos quebrantados
¿Cómo te las apañaste en Estados Unidos?
Cuando llegué al aeropuerto de Newark, en New Jersey, se suponía que me estaban esperando, pero no había nadie. Hacía mucho frío y me fui a dormir al parque, allí estuve durante tres días. Conseguí un trabajo y más tarde un apartamento. He vivido durante veinticinco años en EE. UU. Los primeros años fueron muy difíciles al estar alejado de mi familia, y todavía con el corazón herido por no sentirme amado por mi madre. Fui cayendo de nuevo en el alcohol, muchas veces dormía en la calle por mis borracheras y también consumía ocasionalmente drogas. Hubo un tiempo en el que tenía hasta dos y tres trabajos; empecé a ganar dinero, pero no disponía de tiempo para gastarlo. Mandaba dinero a mi madre para comprar su amor, pero veía que eso no cambiaba nada mi relación con ella. Llegué a un punto en que perdí el interés por la vida, me encontraba solo, sin familia; ya nada tenía sentido, ni siquiera el dinero. La soledad era muy fuerte y vi que la única salida era el suicidio. ¡Total, a nadie le importaba mi vida!
¿Cuándo te encontraste con el amor y la misericordia de Dios?
Cuando tenía pensado cómo suicidarme, cortándome la yugular (pensé que era lo más seguro y no podía fallar), empecé a despedirme de mis pocos amigos. Ellos pensaban que yo regresaba al Perú. Cuando caminaba por la calle, comencé a llorar: ya nada me importaba lo que pensaran de mí, y me crucé con un hombre que estaba sentado. Al verme llorar, me preguntó si me pasaba algo y si quería hablar con él. Yo seguí de largo, pero al momento regresé y le dije que sí. Me llevó a su casa (no es normal llevar a un desconocido a tu casa, pero él lo hizo) y me habló del amor de Dios.
Lo que más me impactó fue su persona; nunca había visto a alguien que hablara como él, con una sinceridad que me asombraba muchísimo. Me dijo que era un misionero español y me invitaba a que fuera a la iglesia al día siguiente, que él daría un anuncio. Yo pensé: “Bueno, el suicidio lo pospongo hasta después del anuncio”. Al siguiente día fui y escuché el anuncio. Fue impactante, retembló todo mi ser al escuchar que Dios me amaba tal como era. ¡Por fin uno que me amaba y sobre todo tal como soy! Era el anuncio para las catequesis del Camino Neocatecumenal. Me acuerdo que no dormí aquella noche pensando en Dios.
¿De qué manera te sedujo el Señor?
A mí me impactó mucho el kerigma y sobre todo la confesión de mis pecados, el sentirme perdonado. Como me sentía libre, pude dormir bien después de muchos años. Estaba tan contento que le pedía a Dios morir ya, que me llevara con Él.
Y empezaste a caminar…
Sí. El Señor me fue quitando el alcoholismo, la promiscuidad sexual, empecé a vestirme de otra manera… Me dio la dignidad de persona; me regaló una comunidad con unos hermanos que siempre han estado conmigo, que me han corregido y me han ayudado.
“Este es mi Hijo amado, escuchadle”
¿Cómo transcurría el tiempo?
Me iba encontrando con personas que tenían unos sufrimientos impresionantes y les hablaba del amor de Jesucristo, especialmente a los extranjeros que vivían como yo tiempo atrás. Muchos lloraban después que uno les anunciara el kerigma de Jesucristo. Esta misión me ayudó mucho en mi vida. Después de un tiempo tuve que hacer carne en mí el Credo de la Iglesia y proclamarlo en mi parroquia ante el pueblo. Este acontecimiento fue el culmen de sentirme amado por Dios; ver que Dios ha sido mi Padre y ha llevado mi historia desde antes de la creación, que ha pensado en mí, que me ha cuidado siempre —si no fuera por Él, hoy yo estaría muerto por las balas o por el alcoholismo—, que me ha dado su Iglesia, donde me ha acogido, me ha curado de todas mis heridas.
¿Cómo es la relación con tu madre?
Después de este proceso de curación permitió que mi madre viniera a visitarme a EE. UU. Pude hablar con ella y pedirle perdón de rodillas por haberla odiado toda mi vida. Ella me perdonó y me contó toda su vida: el porqué me rechazó desde mi nacimiento. Esto fue un paso tremendo, crucial, del amor de Dios en mi vida. Por eso cuando alguien me habla de comunismo, le hablo desde mi experiencia: la respuesta a los problemas del mundo no está en el cambio de estructuras sociales ni políticas, sino en el corazón del hombre, en lo íntimo del ser. Solo podemos ser felices en el encuentro con Dios, y nunca a través de la violencia.
¿Cómo sentiste la llamada al sacerdocio?
Estoy cursando el segundo año de Teología en el Seminario Redemptoris Mater de Santo Domingo. Esto me supera, pero en la gracia de Dios sigo adelante; yo jamás podía pensar que a mis cincuenta y dos años cumplidos pudiera estar en un seminario misionero, dispuesto, si Dios quiere y soy presbítero, a ir a cualquier parte del mundo a anunciar la buena nueva de Dios.
He visto que Dios me ha amado de una manera impresionante a pesar de mis pecados. Jesucristo ha entrado en los infiernos de mi vida y me ha sacado, lavado y curado. Me ha dado la dignidad de ser una persona. En muchos detalles diarios veo su amor.
Ramón Domínguez Balaguer
Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II, Extensión dominicana
4 comentarios
Valiente para la batalla. El Espiritu Santo te siga dando ánimo.
Ese es de verdad una llamada de Dios, Dios siempre esta en los momentos difíciles en nuestras vidas
Le Felicito Romulo por haber dejado hablarle a Dios a su corazón, el amor de Dios es grande y su amor perdura eternamente y en los momentos más duros de nuestra vida Dios nos carga en sus brazos amorosos de Padre.
Le animo a seguir adelante en este camino que Dios te ha llamado. soy Religiosa de las Hnas de La Caridad de Santa Ana y te ofresco mi oracion para que siempre sientas la fortaoleza del Señor y la Compañía de nuestra madre Santísima que tambien hoy nos dice hagan lo que el les diga Bendiciones con cariño Hna Virginia Fallas Segura
!!!Animo hermano!!!! Dios te ama !!!ciertamente!!!! y no te ha pedido nada a cambio, que el AMOR DE CRISTO NUESTRO SEÑOR , EL AMOR DEL PADRE TE GUÍEN HASTA EL FIN DE TUS DÍAS .
LA PAZ SEA CONTIGO.