«Jesucristo no me ha dicho: “O eres San Francisco de Asís o no te salvo”»
Una vez leí que Jesús solo reprendía a un tipo de pecadores, los hipócritas; para los demás tenía cien toneladas de cariño por cada gramo de reproche, pues nunca condicionó sus milagros ni su ayuda. Por lo tanto, si el oficio de Dios es amar y perdonar, ¿cómo no será ese el de sus discípulos? Cuando Pablo Morata conoció que el sufrimiento era compañero involuntario de muchos en el cuerpo a cuerpo con la vida, comprendió que ser cristiano es dar la mano y acariciar el corazón. Poco después, Dios le llamó a ser sembrador de su Reino como sacerdote. Desde hace 18 años es capellán de la cárcel de Valdemoro (Madrid), y fundador de la Asociación EPyV (Entre Pinto y Valdemoro) para la reinserción de presos. Hacer visible a Cristo, único libertador de los cautivos —y no solo de aquellos que viven entre rejas— es la esencia de su ministerio*.
¿Cómo conociste el amor de Dios en tu vida?
En el primer beso que me dio mi madre en la cuna. Mejor dicho, antes de engendrarme; presumo de ser un niño muy deseado. He tenido la suerte de nacer en una familia donde lo más importante que se nos ha transmitido ha sido la fe. Y esa semilla siempre queda.
¿Cuándo sentiste la llamada al sacerdocio?
Fue en el año 1981. Soy de Quesada, un precioso pueblo de la Sierra de Cazorla, en Jaén. Tenía 21 años y vine a Madrid a estudiar Informática, y a la vez estaba en el colegio de La Paloma como becario y educador. En aquella época, era un internado para chavales huérfanos, de familias desestructuradas, etc. Fue el contacto con esa realidad social y, ayudado de la educación cristiana que había recibido, lo que hizo atraerme por este mundo de ayuda al necesitado. Una tía mía que vivía por ese barrio me invitó a misa a la parroquia de la Paloma. Cuando entré en el templo, vi la forma de la asamblea y escuché al entonces párroco, D. Jesús Higueras, pensé: “Este cura toma café con Dios”.
¿Qué te hizo pensar eso?
La ternura, claridad y cercanía que tenía. Su homilía me sonó a fresco. Cuando anunciaron las catequesis para adultos me apunté, y al año ya sentí la llamada al sacerdocio. Tenía 22 años. Las palabras de Juan Pablo II en 1982, en su visita a España, me confirmaron la decisión.
¿Tú también tomas café con Dios?
Yo soy más de cañas, pero sí, las tomo con Dios.
¿Cómo has acabado siendo capellán de prisiones?
Todo esto siempre es obra de una llamada, y en este caso, además, telefónica. Yo estaba muy a gusto en una parroquia de Móstoles (Madrid) como presbítero recién ordenado, pero veía que corría el peligro de “instalarme”. El capellán de la prisión de Valdemoro se enteró que estaba en disponibilidad absoluta para un nuevo destino y me llamó. “¿Quieres irte de capellán a la prisión?”. “Sí” —dije yo sin dudarlo—. Luego pensé que contestar a esta pregunta en una hora intempestiva, en pleno mes de julio, a la hora de la siesta, tiene estos riesgos.
“estuve en la cárcel y me visitasteis»
¿Qué sentiste cuándo llegaste?
Lo primero que me llamó la atención, y todavía me sigue estremeciendo —el día que se me haga rutinario y normal me tengo que marchar de allí— es el ruido de la puerta cuando se cierra en la nuca; no me acostumbro. No recibí ninguna preparación previa. Simplemente me enseñó la capilla, me presentó a los voluntarios y los reclusos de los diferentes módulos… A los cuatro años me dijo: “Aquí te quedas, que yo me voy de misión”. Llevo 18 años como capellán de la cárcel de Valdemoro.
¿Cuál es tu labor?
Hacer presente a Jesucristo y recordarles que la dignidad de los hijos de Dios no se pierde nunca. Si Dios tiene compasión de mí, no puedo no tenerla por el encarcelado… Su misericordia no se acaba, más bien se renueva cada mañana. Para Dios no hay ningún caso perdido, ya que si lo hubiese, dejaría de ser Dios y la cruz de Jesucristo no habría servido para nada.
¿Hay mucho sufrimiento en la cárcel?
Muchísimo. He visto desarmarse a capos del narcotráfico con más poder que muchos Estados, porque si algo nos iguala a los seres humanos es la debilidad. En las cárceles no solo se vive un encierro físico sino también psicológico. Hoy día, con los sistemas de seguridad que hay, no hacen falta ni puertas ni muros ni concertinas. Pero es muy diferente que te encierren en el chabolo —como llaman los presos a la celda— con un cerrojo enorme que con un pestillo eléctrico. Está todo muy pensado; con el cerrojo no se te olvida nunca que estás encerrado, las luces de los pasillos están puestas en un lateral para veas las ventanas con los barrotes… Si deja cicatrices a los que luego volvemos a casa, ¿cómo no va a dejar con los de dentro?
¿Qué se necesita para participar en la pastoral penitenciaria?
No hay que ir con prejuicios, juicios ni postjuicios. En la cárcel he aprendido lo que el profeta Natán le dijo al rey David cuando le habló de aquel rico que se había apropiado de la pequeña cordera del pobre: “Tú eres ese hombre”. Yo no soy mejor que los que están dentro, y no es una frase hecha. El capellán, los voluntarios e incluso los mismos internos que participan en la pastoral, somos enviados de la Iglesia y no podemos decir: “Ya me las sé todas”. O tienes una experiencia de perdón y misericordia en tu vida o te vuelves exigente con el otro. Yo jamás he recibido de parte de Dios la exigencia de “tienes que cambiar” o “hasta aquí hemos llegado”, por eso tampoco se lo puedo reclamar a ellos. Otra cosa es que haya que llamar al otro a la verdad. Son necesarios los límites —y un padre de familia lo sabe bien—pero se ha de aceptar al otro como es.
sin Ti nada puedo
¿Todos podemos llegar a ser delincuentes?
Podemos llegar a ser, no, ¡somos todos delincuentes! Lo que pasa es que unos delitos están tipificados en el Código Penal y otros no. ¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra! Todos podemos ir a la cárcel…, desde el que ha nacido de mala manera en un barrio marginal hasta uno de la Casa Real.
¿Es posible ser libre entre rejas?
La misma posibilidad hay dentro que fuera. Una de las primeras salidas programadas que hicimos con los presos fue a un convento de clausura. Las monjas me preguntaron sorprendidas: “Pablo, si son presos, ¿cómo están sueltos?”. Y después, hablando con ellas en el locutorio, a través de la celosía, un preso les preguntó: “¿Cómo pueden ser felices estando encerradas? ¿Por qué quieren vivir entre rejas voluntariamente?”. Les expliqué que la diferencia entre dentro y fuera es relativa. “¿Tú ves esa reja? Pues de ahí para dentro está la libertad y de la reja para fuera estamos los que tenemos ataduras”.
Entonces, ¿qué es ser verdaderamente libre?
El alcohólico puede ser libre para decidir si beber whisky o coñac, pero no para elegir beber o no beber. En la cárcel no se puede ser libre para elegir qué beber, porque hay unas limitaciones de espacio, de horario, etc. pero hay sentimientos humanos que pueden hacer sentirte libre y otros no, tanto fuera como dentro de las rejas. La cárcel es mala intrínsecamente, pero también se puede elegir cómo vivir el tiempo en ella: como una condena o como una oportunidad. El Papa Juan Pablo II, en una visita en el año 2000 a la cárcel Regina Coeli, de Roma, les decía a los presos: “Os pueden quitar vuestra libertad, pero no vuestro tiempo. El tiempo es de Dios”. Y los creyentes sabemos muy bien que Dios es el Señor del tiempo, y que ¡hasta en los renglones torcidos de los hombres, Dios puede sacar mensajes derechos! Es como la historia de José, del Antiguo Testamento; vendido injustamente por sus hermanos por envidia y encerrado en la cárcel por calumnia. Pero cuando Dios le pone en un lugar de privilegio, le restituye todo lo pasado y sus hermanos descubren quién es, él les dice: “No os reprochéis lo que habéis hecho. Quién sabe si Dios ha permitido todo esto para que lleguemos a este momento”.
¿Cómo hacerle ver a un preso que detrás de todo acontecimiento está Dios?
Los propios gestos de cada día son los que hablan, y luego los creyentes los llevamos a la eucaristía. En la cárcel o aterrizas en las celebraciones litúrgicas o estás hablando del sexo de los ángeles. La Pastoral Penitenciaria se resume en las palabras del Papa Francisco cuando dijo: “Ninguna celda puede estar lo suficientemente cerrada para que en ella no pueda entrar el amor de Dios”. Yo voy como capellán, no como individuo. Pablo Morata no es nadie; es peor que cualquiera de ellos. Mañana el obispo de mi diócesis decide llevarme a otro sitio y viene un nuevo capellán, pero la Iglesia —como cuerpo visible— sigue estando.
¿Es favorable la cárcel para encontrarse con el Señor?
Un preso nunca puede adaptarse a la cárcel porque la naturaleza humana no está hecha para ser recluida —como un león no puede adaptarse a la jaula—, pero sí hay grandes conversiones en ella. Incluso algunos curas se convierten cuando van a la cárcel… El Evangelio cala aquí; se puede ver en las caras de alegría de los presos cuando salen de la eucaristía. Jesucristo resucitó después de descender a los infiernos, y precisamente por eso, Cristo resucita en la cárcel. Una de las experiencias más impactantes para un cura es celebrar el triduo pascual en la cárcel.
en tu regazo pongo mis pesares
¿Cuál es la realidad penal y penitenciaria de hoy en España?
Llevo 18 años en la pastoral y en este tiempo ha cambiado mucho; de ser una pastoral asistencialista o meramente litúrgica se ha pasado a todo lo que hemos dicho. También es diferente el perfil del preso. Ya no estamos únicamente ante el tirado, marginal, navajero, de familia desestructurada…, también tenemos el chico de la llave, al que los padres nunca le han puesto límites y siempre ha hecho sus caprichos. En estos últimos años ha habido un aumento exagerado del número de presos.
¿Las cárceles abarrotadas puede ser el reconocimiento de un fracaso social?
En España —sin contar Cataluña, que tiene competencias propias— se ha llegado a contabilizar unos 80.000 presos. Cada vez hay más cárceles, más reclusos, más reincidencias… Ha habido un endurecimiento del Código Penal, que quita las redenciones, y eso para mí ha sido un error. Lo quitaron simplemente porque venía del Código de Franco. Podía necesitar modificaciones pero no que lo suprimieran. Ahora no hay redenciones objetivas —que eran habas contadas: tantos días sobre tu condena, tantos días firmados— y sí beneficios penitenciarios —que son como prometer caramelos que no llegan—. Al preso se le dice que a la cuarta parte de su condena podrá salir de permiso, pero llega ese momento y no se lo conceden; o el tercer grado y nada; la libertad condicional, y tampoco. Entonces viene la depresión, los rebotes, la baja autoestima… “Me han engañado”, piensan. Con las redenciones era justo al revés: “Ya he pasado lo peor”, decían. El sistema penitenciario es consciente de todo esto, pero ¿y qué? Aquí sucede lo que me decía el médico cuando de niño me ponía una inyección: “A mí no me duele”.
¿Por qué hay tanto desconocimiento de este tema?
Porque ojos que no ven, corazón que no sienten. Igual que con los cerrojos y las luces, ocurre con la ubicación estratégica de las cárceles; están todas escondidas, alejadas de las ciudades para hacer que no existen. Al menos, cuando estaban dentro de la ciudad, el niño que iba de la mano de su madre y veía el mazacote con ventanas pequeñas y rejas, preguntaba qué era eso. Y la madre le respondía: “Hijo, es una cárcel. Pórtate siempre bien para no ir allí”. Pero en esta sociedad hedonista, todo lo que no nos gusta lo llevamos a la periferia. Aunque no por eso deja de estar. Por ejemplo, cuando construyeron el Parque Warner en San Martín de la Vega (Madrid) la autopista que llega hasta allí se desvió adrede para no pasar por delante de la cárcel. Y con el tren pasó lo mismo. No sé cuántos millones de euros se gastaron para hacer el tren, que ya está cerrado por ruinoso. En su día se pidió que se hiciera un apeadero al lado de la cárcel pero se negaron. Se tarda un promedio de veinte minutos caminando hasta llegar allí, porque no hay ningún servicio de transporte público. ¿Y cómo va la madre del preso, la mujer, los familiares? A las 6 de la tarde ya es de noche en invierno, hace frío, llueve, y en verano ¡con un sol tórrido de 50 grados!, suben y bajan con el paquetón de ropa para lavar. En la cárcel de Aranjuez no hay transporte público que pase cerca. Solo se accede por coche particular o taxi, que cuesta 22 euros de ida y otros tanto de vuelta desde la estación más cercana hasta la puerta de la cárcel. ¡Encima castigan a los familiares!
enséñame el camino que he de seguir
¿Es consciente el preso del daño producido?
Algunos sí y otros no. ¿Somos conscientes nosotros de que cuando vamos a la tienda de los chinos estamos generando desempleo en España? ¿Sabemos realmente que cuando decimos que nos lo hagan sin IVA estamos estafando? Se están dando pasos para la mediación entre el agresor y el agredido, sobre todo si son delitos menores. Este encuentro hace que ambos se pongan rostro y comprendan la realidad que vive cada uno. Yo siempre he pensado que el Juicio Final consistirá en ponerte delante de tu enemigo y que Dios diga: “Os dais una brazo o no entráis ninguno de los dos”.
¿Para qué sirve la cárcel?
Para nada. Y esto se ve la Doctrina Parot, por la que salen a la calle violadores peligrosísimos que, después de haber estado casi treinta años presos, siguen igual. Entonces, ¿de qué les ha servido haber estado allí? ¡Estamos reconociendo el fracaso! La Constitución Española obliga a que la reinserción sea el objetivo principal de la cárcel, pero hay profesionales que trabajan en ella que no creen que sea posible. ¡Yo no podría ser cura si no creyera en la resurrección de Cristo!
¿Cuál sería el sustituto?
Si hacemos un lugar cerrado que se viva como una oportunidad para regenerar a la persona —sabiendo que el brazo misericordioso de Dios no tiene límites— entonces es otra cosa. Se ha demostrado que la pena de muerte no sirve para nada, pues no existen grandes variaciones en actos delictivos entre los Estados donde es legal y donde no. Está claro que la sociedad tiene el legítimo derecho y deber de defenderse de las conductas antisociales y de los que las provocan —mi casa tiene cerradura y mi coche tiene llave— pero yo no siento reparado el daño viendo cómo sufre el que me lo ha hecho.
¿Cómo podemos ver en el preso a un hermano y no un enemigo o una amenaza?
Mirándonos al espejo. A mí Jesucristo no me ha dicho: “o eres San Francisco de Asís o no te salvo”…
María fue madre de un preso, ya que Cristo fue arrestado y encarcelado. ¿En qué te ayuda la Virgen?
Nuestra Patrona es la Virgen de la Merced, y merced significa regalo. De ella todo me ayuda pero, sobre todo, la actitud de guardarlo todo en su corazón. Lo que ha ocurrido y no entiendo, lo que quisiera hacer y no puedo, donde me gustaría llegar y me siento impotente… lo guardo en mi corazón y confío en Dios.
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Demasiado bueno. Soy como ese niño que sabe que se ha portado mal y, aún así, su madre le da un petit-suisse.
Victoria Serrano Blanes
*En el próximo número de Buenanueva se incluirán las entrevistas a dos presos y una voluntaria del Centro ISLA Merced, el piso de acogida que la asociación dispone en Casarrubuelos (Madrid).
3 comentarios
!Enhorabuena Pablo! me gustaría que muchos pudieran leer tu bello testimonio.
Como bien dices no te acostumbres nunca a los grandes sufrimientos que vives cada día que te encuentras con un preso , porque tú sabes muy bien que detrás de cada preso está el gran sufrimiento de sus familiares también. Ellos tambíén sufren la cárcel. Por eso Pablo !ánimo y sigue siendo «caricia de Dios» para cada persona que encuentres en la Prisión
Enhorabuena Victoria Serrano por acercar tan evangelico como verdadero,testimonio. La criminología y la reincidencia muestran poca o débil eficacia de la cárcel pero fuertes e irrecuperables daños.No hemos avanzado mucho del «ojo por ojo»¿ nos estará dejando ciegos a todos? y sin vida a muchos en tanto en China como en USA ¿las cárceles obtienen beneficios y cotizan en bolsa?.Él bajó a los infiernos y Pablo Morata testimonia q resucita
LA CARCEL. Para mi el primer objetivo es la necesidad de proteger a la sociedad de ladrones, asesinos, violadores, etc.
El segundo la rehabilitación del delincuente.
El tercero el afecto disuasorio de delinquir porque el miedo a las consecuencias del mal queramos o no reconocerlo es un mecanismo psicológico de la conducta humana que ha reprimido y sigue reprimiendo muchos males. Otra cosa es la educación, la responsabilidad y sobre todo el amor. Pero el amor viene de Dios y muchos hemos tenido o tenemos el oído cerrado a la Palabra de Dios.