“El Che Guevara no te cambia la vida pero Jesucristo sí”
Olga es cubana y su infancia transcurrió al margen del conocimiento de Dios. Pero como el Espíritu obra cuando, donde y como quiere, en el recodo más inesperado de su adolescencia le esperaba misteriosamente el propio Jesús. En el ardor aventurero de sus catorce años inicia la lectura de un viejo y raído catecismo que de manera trivial cae en sus manos. Y es en esa rendija abierta por la curiosidad por donde se coló la gracia. Es difícil explicar con criterios humanos la explosión de la misma, pero lo cierto es que al acabar la lectura un torbellino de sentimientos le hace brincar de alegría. Es Jesucristo quien se posa en su corazón como una caricia consoladora y ya nada vuelve a ser como antes. No importa la ideología envolvente ni el ir a contracorriente, la fuerza de aquel encuentro superó y supera cualquier traba. Y es que, desde entonces, no cabe para Olga mayor bien que amar a Cristo.
¿Cómo conociste el amor de Dios en tu vida?
Nací en la Habana aunque desde hace más de diez años vivo en Miami. La adolescencia es una etapa de rebeldía y yo, que crecí en un país comunista, me rebelé conociendo a Jesucristo. Antes de la revolución de 1959 mis padres conocían “socialmente” la Iglesia, iban a misa pero solo por tradición. Cuando se instauró el régimen dejaron de ir. A mi hermana y a mí nos bautizaron pero crecimos sin que se nos hablara para nada de Dios. Sin embargo, Dios se ha colado en mi vida de una manera “casual”. El esposo de una tía mía había estado años atrás muy metido en la Acción Católica, y cuando se marcharon de Cuba hacia España dejaron en su casa todos sus enseres; entre ellos, un catecismo de la Iglesia Católica. Yo tenía entonces catorce años y me dio por leer, así que cuando lo vi me lo llevé para mi casa. Al acabarlo pensé: “Yo creo en Dios”.
¿Qué te hizo llegar a esa conclusión de un modo tan sencillo?
Lo iba descubriendo internamente a través de la lectura; no era ni siquiera una Biblia, sino un catecismo de los antiguos. Tan antiguo que la referencia a la misa estaba en latín. ¡Menuda sorpresa me llevé cuando un tiempo después viví una misa diferente! Una noche me descubrí haciendo oración sin saber cómo se rezaba. Pero sentía que había algo muy fuerte dentro de mí: Jesucristo. Me dio tanta paz y tranquilidad que hasta la fecha no he dejado de querer estar con Él.
si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa
¿Cómo viviste ese proceso de búsqueda y encuentro con el Señor?
No se lo comenté a nadie, ni siquiera a mis padres. Cuando ya tuve edad para salir sola de casa decidí acercarme a la Iglesia, pues sentía una necesidad muy grande de compartir lo que estaba viviendo en mi interior. Entré en la catedral de la Habana disimuladamente, como si fuera una turista más. ¡Quería pasar desapercibida! Entré, me senté en un banco y me puse a rezar. Al salir pensé que un policía me detendría, pues era a principios de los años 80 y la revolución estaba en pleno apogeo, pero nadie reparó en mí y seguí mi camino. ¡Estaba feliz! La siguiente vez que fui le pregunté a un joven cómo podía hablar con el sacerdote. Me llevó hasta él y le conté que creía en Dios y que quería profundizar en la fe. Como le dije que estaba bautizada me invitó a prepararme para la Primera Comunión.
¿Recibías catequesis en la misma catedral?
Sí, todos los domingos antes de la misa teníamos unos encuentros de formación. En cuanto mi hermana se enteró que iba a la Iglesia, le picó la curiosidad y ella también comenzó a interesarse por la religión. Descubrimos una pequeña iglesia cerca de casa, donde estaban las Siervas de María, Ministras de los enfermos, y acudimos allí. Ellas nos prepararon para recibir el sacramento de la Comunión. Éramos unos cuantos jóvenes con inquietudes y formamos un grupo de oración. Estábamos muy unidos; teníamos convivencias, retiros… Nos sentíamos muy felices.
¿Cuál era la razón de vuestra alegría?
El mismo Jesucristo. Si de verdad te abres a esa presencia, aunque estés en el fondo, te levantas y descubres la dignidad de ser hijo de Dios. Cuando la gente encontraba a Jesucristo le envolvía una paz que contagiaba a los demás. Aunque pasara penurias, teniendo a Cristo lo tenía todo. El conocer a María también transformaba la vida de la gente. Desde luego, la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, es la que ha hecho que la fe se haya mantenido en mi país y que las iglesias nunca llegaran a cerrarse. Aun en los años duros de la revolución, donde más represión religiosa había, muchas personas mayores han mantenido la fe intacta.
¿Vivíais la fe secretamente?
Más o menos. No te jugabas la vida pero los encuentros eran clandestinos. Las convivencias —que fueron determinantes pues allí conocí a los Carmelitas Descalzos y sembraron en mí la semilla de la adoración y la contemplación a Dios— las teníamos en una casa regentada por las Hijas de María Auxiliadora, a las afueras de la Habana. Con dinero procedente de la Iglesia alemana construyeron una especie de albergue para jóvenes y allí nos reuníamos con los Carmelitas. Pero tuvieron que decir que era para las monjas, porque si se enteraban que había sido construido para convivencias con jóvenes la cerraban inmediatamente. También estudié tres años en un instituto de cultura religiosa y éramos muchos los que acudíamos allí a formarnos, no solo postulantes y novicios.
quien me ha visto a mí ha visto al Padre
¿Cómo mantenías encendida la llama de la fe?
Desde el año 1986 hasta el 2002, año en que salí de Cuba, me ayudó mucho el vivir asiduamente los sacramentos, el encuentro con Jesucristo en la Eucaristía y el apoyo de la comunidad cristiana, es decir, el ver que no estaba sola, que éramos cada vez más los que queríamos hacer de la fe nuestro estilo de vida. Allí o eres coherente o no puedes decir que tienes fe. Así que vivíamos este encuentro con Dios tan intensamente que organizábamos misiones de evangelización para anunciar a Jesucristo. No sabíamos ni a qué puerta estábamos llamando; si dábamos con una casa de alguien del partido nos montaba una que para qué, y teníamos que salir corriendo. ¡Qué pena me da que algunos consideren a Cuba un paraíso! Ahí vimos las carencias de la gente, y no solo en lo básico y material, también en el plano espiritual. Había mucho desconocimiento e ignorancia porque durante décadas no se transmitió la fe. Solo el que tenía cierto interés buscaba la manera de profundizar en ella. Los cubanos a la hora de elegir tenemos un problema, y es que no sabemos hacerlo. Nos hemos criado sin cultura de la elección.
¿Cómo reaccionaba la gente ante el anuncio “revolucionario” del evangelio, pero tan opuesto a la revolución socialista de Fidel Castro?
Muchos nos escuchaban con interés porque estaban decepcionados con el régimen. Y es que era normal; tiene que haber algo superior. Tú no puedes por el Che Guevara, por lo que él dijo o por los dirigentes, hacer cosas que requieren verdadero sacrificio, porque ellos no te cambian la vida. En cambio, por Jesucristo sí lo puedes hacer porque Dios te da la gracia para ello. El sistema en el que han basado su vida y sus valores no se sostiene por ningún lado. Y no solo económicamente. La gente siente un vacío muy grande ante la sed de eternidad que tiene. Necesita algo en qué agarrarse pero lo que tiene a su alrededor se desploma. Ese era y es el meollo de la evangelización en Cuba: decirle a la gente que Dios le ama. Pero no en abstracto, que Dios ama a todo el mundo. No. ¡Es que Dios te ama a ti en concreto, en tu vida, en tu realidad!
¿Percibieron algún cambio en ti tus padres, tus amigos? ¿Se sorprendieron?
Sí. Descubrir que Jesucristo está vivo y pasar a ser alguien para mí me hizo tener paz, pedir perdón, ser más servicial… La intimidad con el Señor no quedaba en la oración sino que era una constante en mi vida, y eso lo notaban todos aunque yo no les dijera nada. Incluso un día una tía mía me dijo medio jugando: “¡Tú estás enamorada de Jesucristo! ¡Y no te vayas a meter a monja!”. Me quedé perpleja.
Oh, qué dulce es tu amor conmigo
¿Cómo es la Iglesia en Cuba?
Es una Iglesia muy asistencial —Caritas allí funciona muy bien— pero la evangelización es lo más importante. Si lo ha sido en los años duros de la revolución cómo no lo va a ser ahora. Es una Iglesia valiente que ante todo anuncia a Jesucristo. No es solo hacer un comedor donde vengan los viejitos a comer, se hace una oración y ya está, cada uno a su casa. No. La Iglesia en Cuba muestra a la gente, ante todo, el amor de Dios.
¿Cómo sales de la isla e inicias una nueva vida fuera de tu país?
Mi madre se fue de vacaciones a Miami a casa de sus hermanos y allí se quedó. Luego, nos reclamó a mi hermana y a mí, y en el 2002 pudimos salir. Yo lo tuve complicado porque soy enfermera y al personal sanitario no le dejan salir con facilidad. A los tres años me marché a Ponce (Puerto Rico) a estudiar el bachillerato de Psicología en la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico. ¡Un sueño que se me cumplió! Allí descubrí que no bastaba con asistir a misa los domingos, con ser buen cristiano, cumplir los mandamientos, frecuentar los sacramentos… ¡Dios me llamaba a algo más! Regresé a Miami y continué los estudios por Internet, aunque ya dejó de ser lo fundamental en mi vida. Mi meta era tener más intimidad con el Señor, amar el silencio para escuchar a Dios. Después estuve dos años en España viviendo con unos tíos mayores que necesitaban a alguien que les cuidara. Me encantó vivir aquí y darme cuenta que la Iglesia está presente en todo el mundo. Un católico, donde quiera que vaya, si hay una iglesia se siente en casa, ya sea en La Habana, Miami, Ponce o Madrid. Después regresé a Miami y allí sigo.
¿En qué punto está ahora tu vida?
En un tiempo hice misión porque Dios me lo pedía, en otro participé activamente en la parroquia con catequesis, apostolado, etc. Ahora me llama a la vida contemplativa siendo laica, es decir, a vivir la radicalidad del Evangelio. Siento un gran amor de su parte, que es el mismo que le dio a su Hijo en la cruz. Si Él se entregó por mí, ¡no lo voy a despreciar!
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Sí, y muy misericordioso. Mi vida ha sido una serie de acontecimientos para encontrarme con Él, desde algo tan sencillo como la lectura de un catecismo hasta su presencia viva en los sacramentos. He vivido un camino de purificación, de despojarme de lo que me sobra…, y Dios ha tenido mucha paciencia. La sorpresa es que me levanto cada día y Dios me habla en cada acontecimiento. Lo único que espero es poder serle fiel y descansar en sus brazos.
1 comentario
Me ha gustado el artículo de Olga.
Y quisiera que me explicara si es religiosa contemplativa ó quiere serlo. Espero su contestación.
Gracias