Pregunta San Pablo qué nos puede separar del amor de Dios. ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿el hambre? Bien sabe Laura, o la abuela Lari, como cariñosamente le llama su familia, que cuando la fe penetra el alma, la vida se orienta de forma distinta. Aunque los 92 años le hayan arrebatado parte de la vista y el oído, y llenado de hebras de plata su cabeza, continúa siendo aquella mujer valiente y alegre que, con la ayuda de Dios, se enfrenta sin desaliento a las contrariedades. Disfrutaba ella, junto a su marido y sus seis hijos, de una buena posición económica cuando la mano paternal de Dios le rescató de las fauces de la soberbia y la vanidad, e hizo que su vida cobrara un nuevo relieve. Por una mala gestión en su hacienda les sobrevino la ruina; el lujo cedió paso a la modestia, la holgura a la estrechez. Pero como entender la Cruz es hallar la felicidad, no ha habido tiempos mejores para Lari. Saberse amada por Dios en toda circunstancia es la certeza que le permite vivir y morir en paz.
-¿Cómo has conocido el amor de Dios en tu vida?
-Primeramente en la familia. Mis padres eran muy respetuosos con la fe. Eran los tiempos de la Segunda República y en España había mucha necesidad. Mi padre era marino de tierra y vivíamos en Melilla, donde había diversidad de religiones; convivíamos con árabes, hebreos, japoneses, católicos… y nos respetábamos todos. Mi padre nos decía que ante todo había que respetar a las personas, sus costumbres y su religión. Mi madre colaboraba en la parroquia de los Capuchinos de Melilla la Vieja para organizar ropa, comida y medicamentos. Los diez hijos, por el ejemplo de mis padres, siempre hemos estado en la Iglesia. Recuerdo pequeñas estampas que se han quedado grabadas en mi mente, como cuando mi padre bendecía la gran torta de pan que compraba cada día, o mi madre se quedaba cosiendo hasta las tantas mientras rezaba el rosario.
Aunque, realmente donde he conocido el amor de Dios ha sido ya de mayor, en el sufrimiento.
-Dios te ha concedido una vida longeva y el inmenso regalo de ver a los hijos de los hijos de tus hijos. ¿Cuántos hijos, nietos y bisnietos tienes?
-Es verdad, una vida longeva de 92 años. ¡Quién me lo iba a decir! Cuando murió mi marido, hace 14 años, le pedí al Señor que me regalara un año más de vida para disfrutar de mis nietos. ¡Y hasta he podido conocer a mis bisnietos! Ha sido un regalo del cielo. He tenido seis hijos, aunque uno ya murió, 23 nietos y 12 bisnietos. A los hijos los tienes que educar y sufres cuando hay que castigarlos. Con los nietos ya es diferente, aunque procuras corregirles, vienen a tu casa y les das todo. Ahora veo y oigo poco, pero cuando me ponen a los bisnietos en los brazos ¡es tan diferente! Los abrazo, los estrujo…. El cariño es inmenso para todos.
-La vejez se presenta como un tiempo favorable para comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la “sabiduría del corazón”. ¿Cómo vives tu ancianidad?
La vivo con mucha paz y mucho amor. ¡No le doy gracias a Dios lo suficiente por la vejez que me está regalando! He perdido vista y oído, y le digo a Dios: Señor, ¿qué quieres de mí, que todavía me mantienes aquí con lo inútil que soy? No puedo ayudar a mi hija, que viene del trabajo y tiene tanto que hacer en esta casa. Pero vivo con alegría, rodeada de nietos pendientes de mí.
Siempre he estado en la Iglesia, pero desde que hace unos años vivo mi fe de manera más comprometida, ha sido como un resurgir a la vida. Me ha dado la vuelta como un calcetín: he visto que el perdón tiene que ser momentáneo y que la vanidad no sirve para nada, y aún menos la soberbia. Estos pecados me han hecho sufrir muchísimo, no lo puedo negar, pero he visto a Dios.
a los de roto corazón vendas sus heridas
-La vida es un peregrinaje que pasa aprisa. A la luz de la fe ¿qué balance haces de todos estos años vividos?
La vida se me ha pasado rápido pero me ha enseñado muchas cosas; a amar, a comprender a las personas, a no juzgar, a no envidiar a nadie… Si algo envidio es la espiritualidad. Soy más positiva que espiritual.
De jóvenes pasamos una época muy mala y la Iglesia nos ayudó. Hasta entonces yo había tenido una vida muy buena y muy tranquila; de niña, cuando me casé, en el tiempo en que nacieron mis hijos… Vivíamos muy holgadamente, disfrutábamos de una buena posición social y económica, viajábamos mucho, nos dábamos caprichos… Pero nos arruinamos y nos quedamos de repente con la noche y el día, y seis hijos que mantener. Mi marido tenía tierras en Jaén, olivares, huerta, tierras de secano…Vinieron tiempos malos después de la Guerra Civil, hubo una mala administración, se hipotecó todo, y no pudimos hacer frente a los pagos.
Repartimos a los hijos con la familia para trabajar en lo que fuera y salir de la situación. Nos vinimos a Madrid, solo con la hija más pequeña, que tenía cinco años, a casa de una prima mía que vivía en Guinea y al enterarse de nuestra desgracia nos prestó su casa. Mi marido, de estar rodeado de lujos y sirvientes, se puso a trabajar de dependiente en Papelera Española, pero la tensión fue tan grande que a los pocos días le dio un infarto. Cuando se recuperó nos pusimos a trabajar los dos en un Instituto religioso, por mediación de una cuñada religiosa.
-¿Conseguisteis acostumbraros a vuestra nueva situación?
Mi marido trabajaba de conserje y sacristán, y yo guardaba los recreos de los niños, les vigilaba en las horas de estudio… Habíamos estado rodeados de mucho lujo y eso era un cambio tremendo. Sobre todo para mi marido, que había sido el único varón en una casa de mucho dinero de Jaén. Yo lo he querido mucho y él a mí también, pero estaba muy poseído del dinero y del señorío andaluz.
Cuando nos arruinamos y mi familia tuvo que hacer frente a las deudas, yo estaba muy enfadada con él por no haberme consultado las operaciones que nos llevaron a la ruina. Pero el primer día que le vi con un cubo y una esponja, fregando el coche del director con toda humildad, ¡con lo que él había sido!, sentí una vergüenza y un arrepentimiento grandísimo. Me metí en la iglesia y dije: ¡Señor!, ¿quién soy yo para no perdonar a mi marido? Pedí perdón a Dios y luego a Pepe, mi marido. Entonces fuimos felicísimos, más felices que nunca, mucho más que con los lujos de antes.
-¿Lograsteis pagar lo que debíais?
-Con nuestros trabajos y los de los dos hijos mayores, poco a poco fuimos remontando. Mi hijo José María dejó los estudios con 15 años y se colocó en un Banco. Conforme me entregaba el sueldo entero y la paga extraordinaria se lo mandaba a la familia. Los fines de semana yo le daba cinco pesetas y jamás protestó. Hasta el mismo momento que se casó me fue entregando el dinero. Con mi hija Matilde pasaba igual.
Con los años pudimos reunir de nuevo a nuestros hijos y estar todos juntos. El mismo día que mi marido se jubilaba recibimos una carta de la Gobernación de Jaén proponiéndonos la compra del cortijo. ¡Fue un milagro! Con la pensión de la jubilación no nos hubiera alcanzado para seguir pagando las deudas.
Viajamos hasta Jaén y el gobernador fue el primero en hablar. Recuerdo que sus palabras fueron: “Nosotros ofrecemos tanto, ¿qué piden ustedes?” Mi marido en seguida contestó que trato hecho, pues la cifra de ellos era el doble de lo que nosotros habíamos pensado pedirles. ¡Menos mal que hablaron antes! Nos dieron un cheque y se acabaron nuestras penalidades.
de la boca de la muerte me has arrancado
-¿Por qué crees que Dios permitió este cambio tan radical en vuestra vida; pasar del lujo a la precariedad?
-Por amor. Solo de esta manera Dios ha podido sacar lo mejor de nosotros. De no haber sido así hubiéramos seguido siendo muy vanidosos y soberbios.
Recuerdo que en Jaén colaboraba en la parroquia en la fiesta del Sagrado Corazón, en la del Corpus Christi… Ponían mesas para recaudar dinero y yo lo dirigía todo. Dios me salvó de la soberbia.
-¿Sentíais su fuerza consoladora?
-En todo momento. Mi madre me decía: “¡Hija mía, Dios no te dará más de lo que puedas!” Y así ha sido. En el sufrimiento he sentido a Dios a mi lado, con una presencia grandísima.
Las hermanas del servicio doméstico del Instituto en el que trabajábamos me dieron la oportunidad de ganar un poco de dinero haciendo muñecos por la noche, ya que debía entregarlos a las doce de la mañana. ¡Y los hacía cantando! Nunca he renegado de Dios y eso no viene de mí, es una gracia que Él me ha concedido. No ha permitido que me desesperara; en los momentos más duros siempre había una puerta que se abría. Yo solo le decía: ¡Dios mío, dame fuerza y valor para salir adelante! Nunca nos faltó un pedazo de pan.
-¿Qué has aprendido con el paso del tiempo?
-He aprendido a esperar en Dios, a confiar en Él, a ser humilde, a perdonar inmediatamente, a ser más desprendida… No se puede servir a dos señores. Los cristianos hemos de ser valientes, no se puede jugar a dos aguas. Si seguimos a Cristo lo seguimos para todo y con todas las consecuencias. No podemos ser unos fariseos.
-La cercanía de la meta final permite reordenar las prioridades. ¿Qué es realmente importante y qué es accesorio?
-Para mí lo más importante es la familia y la oración, estar con Dios. Merece la pena luchar en la vida, pero sin olvidar que las personas son siempre más importantes que las cosas.
Cuando cumplí 90 años me hicieron una gran fiesta sorpresa. Vino hasta mi hijo que vive desde hace muchos años en Estados Unidos, con mi nuera y mis dos nietos. Me abracé a ellos, no había forma de separarme.
a todos contaré tus maravillas
-¿Es posible mantener el gusto por la vida a pesar de las dificultades y limitaciones de la edad?
-Ya lo creo que sí. Aun con tantos años se puede seguir teniendo ilusiones, ilusión por ver cómo los nietos salen adelante, por conocer a los bisnietos… Espero seguir disfrutando hasta que Dios quiera, lo que pasa es que no quiero molestar. Como no oigo digo muchos disparates y mis nietos se ríen. Entonces les digo: “Como te veo me vi, como me ves te verás; no te rías nunca de la ancianidad”. Ellos me contestan: “Abuela, cuántas cosas sabes”. “Es que soy muy vieja”, les digo yo.
-Excluir a las personas mayores es rechazar el pasado, con el riesgo de vivir condenados a repetir los errores. ¿Cómo era el testimonio de tus abuelos? ¿Hay mucha diferencia con los de hoy en día?
-No he podido conocer más que a una abuela, la madre de mi madre, y era muy anciana.
Pasaba temporadas en casa de mi tía y otras en mi casa. Recuerdo que era tratada con un cariño y un respeto grandísimo. Pero ahora se vive otra relación con los abuelos; tenemos más contacto con los nietos; hablamos con ellos de muchos temas. Antes se tenía tanto respeto que no nos atrevíamos a molestar.
-La aportación de los abuelos es muy beneficiosa. En muchas familias, los nietos reciben de los abuelos la más directa y a veces única, transmisión de la fe. ¿Cómo ayudas a que tus nietos y bisnietos conozcan y amen a Dios?
Les animo a que vayan a misa, que recen, que pidan por sus padres, que sean respetuosos con las personas mayores, que sean caritativos con todos. También a las nietas les hablo de su noviazgo, que procuren no estar solas en los momentos de debilidad, porque pueden acarrear desgracias para toda la vida.
Mi hija pequeña es majísima pero tiene mucho genio. Muchos domingos procuro ir a Misa con sus dos hijas, mis nietas más pequeñas, de 12 y 14 años. Un día me dijo su madre: “¡Mamá, a mis hijas las educo yo!” A lo que le dije: “Me parece muy bien, pero yo también tengo derecho a hablar les de cosas buenas para ellas”. Mi hija se calló.
Hace poco se ha casado un nieto por lo civil. La ceremonia fue muy emotiva pero no se hablaba de Dios por ningún lado. Como ya no tengo nada que perder, pedí que me pasaran el micrófono y delante de todos recité el himno a la caridad de San Pablo a los Corintios. Les animé a que la firma que acababan de hacer no fuera un mero trámite, sino una verdadera firma de amor, de perdón, de humildad, de paciencia…Terminé dándoles a los novios la bendición de parte de Dios, porque no se la iba a dar nadie. Mi nieto me dio un beso grandísimo. Hasta la jueza que les casó me cogió las manos y me las besó. Acabamos todos llorando de emoción.
Procuro en cada momento hablar de la Verdad, pero sin soberbia ni violencia. Proponiéndola más que imponiéndola.
-Y en este mutuo intercambio de saberes y pareceres, ¿qué te enseñan y aportan ellos?
Los nietos me dan mucho amor y mucho cariño. Me gusta hablar con ellos, ver cómo accionan y se relacionan. Me aportan mucha riqueza.
en todas tus obras eres amoroso
-El valor de cada vida no termina aquí, sino que se abre a la resurrección y la vida eterna. ¿Cómo te enfrentas personalmente a la muerte?
-La verdad es que no quisiera morirme, pero sé que me va a llegar el momento. Recientemente me han hecho dos operaciones y tenía la convicción de que no saldría con vida. He entrado al quirófano rezando y he salido hablando, ¡qué cosas! Todos los días le pido al Señor que me ayude en el combate, sobre todo en el momento de morir.
-¿Cómo te intenta robar la paz el demonio?
-Me quiere tentar con la fe; me presenta muchas dudas. Entonces cojo el rosario y me pongo a rezar. Desaparece rápido.
-La mentalidad dominante de evaluar la vida en términos de utilidad provoca que los ancianos se cuestionen si su existencia merece la pena. ¿Qué opinas de la eutanasia y del aborto?
-No solo en Holanda, como dicen, a mí también me da miedo ir al hospital en España, que me pongan una inyección y se acabó. La eutanasia es un disparate. Tenemos que aceptar lo que Dios nos mande porque siempre será lo mejor para nosotros. La vida se acaba cuando lo decide Dios. No son pocos los que han vuelto del coma.
En cuanto al aborto también opino lo mismo. Se nos presentó un caso en la familia en la que los médicos aconsejaban el aborto: una nuera mía, después de tener a su primera hija, estuvo gravísima con la enfermedad de porfiria. Gracias a Dios poco a poco fue saliendo. A los doce años se quedó embarazada otra vez y el médico le animó a abortar. Mi hijo me preguntó qué podían hacer. Después de escucharme decidieron seguir con el embarazo y nació un niño precioso. Poco después murió mi hijo y mi nuera ha salido sola adelante. Sus dos hijos, sobre todo ese niño pequeño, le han dado la fuerza para seguir luchando.
-El servicio al Evangelio no es una cuestión de edad. ¿Qué aportas tú como cristiana a la Viña del Señor?
-Ofrezco mi oración y mi sufrimiento por los demás. Creo firmemente en el poder de la oración; rezo cuatro rosarios al día por situaciones concretas de sufrimiento. He visto el fruto de la oración; he conocido la transformación de personas por las que he rezado mucho. El rezo hace milagros. El que diga que la oración es una fantasía es un pobre desgraciado.
Sin la fe mi vida estaría vacía. La Iglesia me ha dado mucho espiritual y materialmente. Cuando nos quedamos sin nada, ella nos abrió las puertas y nos dio trabajo. Creer solo en el dinero es terrible. Yo sé, por experiencia, que el dinero no vale para nada. Cuando menos hemos tenido, más unidos hemos estado mi marido y yo. El sufrimiento une mucho.
-Después de una vida tan larga, ¿crees que Dios ha sido bueno contigo?
-¡Mucho! He visto su mano fuerte, su amor y misericordia en todo momento, y sobre todo en el sufrimiento. Y yo lo necesitaba. De la Laura que vivía rodeada de lujos no podía sacar nada bueno, pues con la vanidad y la soberbia no se puede ser feliz. La humildad y el perdón son lo mejor, ya que a partir de ahí se puede vivir alegre. Pero no con la alegría festiva, sino con la interior, con la que fluye del corazón y se transmite. Dios es un Padre celestial, ¡que gran verdad!