Dice San Pablo que la mayor de las virtudes es la caridad, porque sin ella aun el oro más fino se deslustra. La fe y la esperanza están huecas si no es el amor a Dios y al prójimo el que subyace en toda acción. Joaquín Sanz Gadea, ginecólogo y especialista en medicina tropical, bien sabe de ello. Con 31 años se marchó a uno de los países más convulsionados del África profunda, el Congo, con la certeza de que el amor consigue siempre más de lo que la medicina puede pronosticar.
Y así fue. Secuestrado, encarcelado, amenazado de muerte, Sanz Gadea, ha visto el rostro más descarnado del dolor y el sinsentido del odio fratricida; pero lejos de amedrentarse, durante casi cuarenta años les ha hecho frente con una admirable entrega y donación a los más olvidados del planeta. Consciente de que se puede curar a veces, aliviar a menudo y consolar siempre, su lucha a brazo partido por ejercer la medicina en un medio hostil por la falta de medios y los continuos enfrentamientos bélicos, ha sido reconocida con la concesión en 1998 del Premio Príncipe de Asturias a la Concordia, así como con la candidatura en once ocasiones al Nobel de la Paz. Pero sobre todo, su buen obrar permanece en el recuerdo agradecido de miles de congoleños que han sentido en este sencillo turolense el latido del corazón amoroso de Dios.
¿Cómo surgió la idea de marcharse al Congo con 31 años y recién casado?
Cuando acabé mis estudios de Ginecología y especialista en Medicina Tropical, me iba a marchar a Estados Unidos porque me gustaba mucho la oftalmología y había un concurso para trabajar allí. Me presenté y pasé el primer examen, pero en la prensa leí que la Organización Mundial de la Salud (OMS) requería médicos para el Congo y también me presenté. Siempre he tenido mucha simpatía por el Domund, iba con frecuencia a la iglesia, rezábamos con nuestra madre el Santo Rosario…Ya tenía dentro de mí esa inquietud por ayudar a los demás. Me eligieron y allí he estado desde 1961 hasta 1999 que me vine a España. Han sido años muy conflictivos de los que han nacido guerras posteriores que continúan todavía.
¿Con qué se topó cuando llegó?
En los años sesenta estos países estaban naciendo, pues acababan de conseguir la independencia de las potencias europeas. Me encontré un país fantástico, pero con mucha gente que sufría. Decidí entregarme a ellos y así hice.
Usted ha escrito varios libros, como “Emena” y “Un médico en el Congo”, en los que detalla su impresionante trabajo en los primeros años allí. ¿Quién era Joaquín Sanz Gadea o, mejor dicho, Emena, como le llamaban allí?
Era un laico misionero que hice un gran trabajo en tiempos muy difíciles para el Congo y para África entera. Emena era el apodo cariñoso con el que me llamaban por mi costumbre de correr para poder llegar a todos, diciendo continuamente: “et maintenant, maintenant” (ahora, ahora) y esa pronunciación “Men-nan, Men-nan” derivó en Emena, lo que yo acepté con orgullo.
la práctica del amor en el ejercicio de la medicina
En su trabajo diario ha visto de cerca las terribles consecuencias del pecado del hombre…
Así es. Son pueblos nuevos de gentes buenas, inocentes en su mayoría; pero la ambición y corrupción de los gobernantes conducen a los países a la deserción. Ante una situación de conflicto sale lo mejor entre los expectantes, es decir, entre los de fuera que vamos a ayudar, y sale lo peor entre ellos mismos: el odio entre las tribus. Esta situación de guerra civil ha existido durante muchos años y todavía existe actualmente.
Ha sido testigo directo de matanzas, violaciones, torturas. ¿Sigue confiando en el género humano?
Por supuesto. Hay que confiar siempre en la Humanidad, sin distinción de credos, y esperar que muchos vuelvan a la realidad. Los congoleños son un pueblo muy amable, con una gran lealtad, pero entre los de su misma etnia. Es complicado entenderlos; hay que ponerse en su lugar. He visto cómo estas personas son felices con poco, se han acostumbrado a ello: viven de la pesca del río, del cordero y la cabra. Es la vida en la que han nacido y en la que continúan, pero quieren llegar a ser como los europeos, tener medios, un coche, poder viajar… También existen enfrentamientos por el “coltan”, un mineral que se encuentra en el este del Congo, en el límite con Ruanda: como es indispensable para la fabricación de móviles, ordenadores y armas de alta precisión, los ruandeses entran en el Congo, se lo llevan y lo venden. Ahí esta el conflicto porque los congoleños no tienen esos pingües beneficios.
Decía San Agustín que en este mundo hay dos cosas necesarias: la salud y un buen amigo. Precisamente usted ha entregado su vida para lograr ambas.
He tenido que trabajar con medios muy escasos para atender a miles de enfermos y heridos. Incluso a veces operar con las tijeras de cortar las uñas. Así que, cuando no hay medicinas, una caricia anima mucho en la vida y éste es un pueblo muy agradecido. Yo veía la realidad de una vida de sufrimiento y les ayudé todo lo que pude. Antes de intervenir hacía la prueba del grupo sanguíneo y, si era del mío, me sacaba sangre para dársela a los enfermos, llegué a hacer unas sesenta transfusiones. Si no lo era, yo mismo me iba a comprar la sangre de otras personas. Así he salvado a mucha gente. Para mí era una obligación salvar vidas y no le daba importancia.
Después de estar trece años en el Congo y tres en el Sahara, regresa a España y trabaja como ginecólogo para la Seguridad Social durante un tiempo, pero nuevamente decide volver al Congo. ¿Qué le lleva a dejar esa vida holgada y tranquila y volver al horror de la guerra y la pobreza más extrema?
En el Congo me reclamaban tanto que volví allí. No es que lo buscara, pero es verdad que afronté una vida muy dura ayudando al prójimo, dejando la placidez de la ciudad de Europa. Cuando uno vive el gozo de salir de uno mismo y ayudar a los demás, es una satisfacción, aunque sólo la comprende el que lo hace, porque desde fuera cuesta entenderlo. Mi mujer me acompañó durante algunos años, pero regresó a España con mis dos hijos nacidos allí, por la situación de inseguridad que teníamos. Los otros hijos nacieron en España, pues yo venía con la familia por vacaciones y aprovechaba para aprovisionar toneladas de ayuda: medicamentos, material clínico, plasma, etc.
vocación de servicio a la Humanidad doliente
Ha trabajado en primera línea de fuego con religiosas que incluso han sido asesinadas. ¿Qué ha aprendido de su testimonio?
Yo trabajaba en el hospital del lado izquierdo de Kisangani y las religiosas dominicas y franciscanas estaban allí. Trabajábamos juntos con gran cordialidad y respeto. Aparte de la labor humanitaria, las monjas hacían un gran servicio espiritual hacia los enfermos, los niños y la población civil en general. Ellos eran muy receptivos: acudían a Misa, rezaban el Rosario, etc. Cuando llegó la rebelión de los “simbas”, les dije que se marcharan a Kinshasa, un lugar más seguro pero no quisieron abandonar a su gente. Cuando volví al poco tiempo, no me permitieron pasar. Fue en aquel momento cuando las asesinaron. De ellas he aprendido la gratitud y entrega desinteresada al prójimo; que siempre hay que hacer el bien, en cualquier circunstancia. Ellas no quisieron marcharse y arriesgaron su vida al máximo. A los tres días de ser asesinadas fui a su convento con un congoleño que me ayudó a pasar. Pude rescatar el Cristo que tenían en su iglesia y algunas cosas más. Cuando tuve ocasión de regresar a España se lo llevé a su convento de Navarra y la superiora decidió regalárselo a Franco como recuerdo de estas mártires españolas.
Su actividad en el Congo a favor de los más desfavorecidos es muy prolífica. Se ha ocupado de los más pobres entre los pobres puesto que ha sido director de una leprosería, médico de tres cárceles y ha fundado un orfanato y dos hospitales. ¿Qué hay de aquella obra?
Los hospitales se mantienen regentados por otros organismos, pero la leprosería y el orfanato ya no existen. Los 142 niños del orfanato eran huérfanos de la guerra y no importaban a nadie. Los saqué de la miseria y hoy ya son hombres que han llegado lejos. En su mayoría han estudiado en Francia, España, Alemania. Uno de ellos es diplomático por España en el Congo. Ayudado por las monjas congoleñas de la Santa Familia, los he mantenido bajo un control, les enseñé a hablar español, fueron educados en la fe católica. Eran muchos más, pero como sabían que había un orfanato, mucha gente venía y los reclamaban como hijos. Yo delegaba en las monjas, pues no sabía si era cierto y temía que me los raptaran, ya que los consideraba como hijos propios.
“el que no vive para servir, no sirve para vivir”
Es usted el médico español más condecorado. Incluso ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y once veces candidato al Nobel de la Paz. ¿Cómo ve su labor realizada desde la perspectiva del tiempo?
Estoy satisfecho de lo que he vivido en África. Fue una época que pasó con gran alegría por mi parte por todo lo que pude subsanar, pero con un gran dolor por las escenas que he vivido. Ahora, a mis 78 años largos y con problemas en la visión por una degeneración macular, lo que siento es no poder marcharme allí. Cuando vine para quedarme definitivamente en el año 1999, recién aterrizado de allá, todo me parecía una maravilla, las comodidades, la tecnología que yo ni sospechaba que pudiera existir, pero me gusta más aquello. Amo a África profundamente. Allí, pese a las incomodidades, me había entregado a gentes fáciles y muy agradecidas. Vivía al lado de ellos y eso no se puede olvidar.
Está claro que cuando muera se presentará ante Dios con las manos llenas de obras de misericordia…
Bueno, tengo la satisfacción propia de un deber cumplido. El resto no lo conozco. Pienso mucho en todo el dolor que he visto, en el sufrimiento que han vivido ellos, en cuánto he luchado contra la muerte, y en la alegría tan grande que se siente cuando la vida vence a la muerte. El bien siempre acaba venciendo, por mucho que el mal haga estragos. Ahora tengo una vida íntima. Cuando paso por una iglesia entro, aunque sólo sean cinco minutos.
Usted ha renunciado a la comodidad de España por darse a los demás, ¿ha disfrutado de la vida pese a tanto dolor como ha presenciado?
Claro que he disfrutado de la vida: por el rendimiento propio, por el agradecimiento de las gentes, por los resultados obtenidos. Esa es la vida que amo y la que me ha movido durante estos largos años. Lo que siento mucho es que ya soy viejo y que no puedo volver con ellos. Me quedan los muchos recuerdos.
5 comentarios
Soy sobrino de Sor Olimpia Gorostiaga, una de las misioneras dominicas martirizadas en el antiguo Congo Belga en el año 1964. Precisamente el próximo 25 de noviembre de 2014 se va a celebrar un acto en recuerdo de las monjas dominicas en el Convento de Barañain (Navarra). Emociona leer las palabras del Dr. Sanz Gadea y reconocer el trabajo de tantos laicos y religiosos por las personas necesitadas en países, que siguen desgracidamente, casi como hace 50 años.
Soy misionera dominica, de la misma congregación que las hermanas que mataron en el Congo, que el Dr. Sanz Gadea recuerda. Este año conmemoramos los 50 años de aquellos trágicos acontecimientos. ¿Alguien me podría decir cómo ponerme en contacto con el Dr. Sanz Gadea? Su testimonio me ha emocionado. También vivi muchos años en el Congo y comparto los mismos sentimientos de gratitud.
Conoci al Dr en Stanleyville donde yo era Station Manager de la compañía de la CIA Wigmo . Durante la rebelión de los mercenarios me llamo porque estaba en el hospital , cagadito de miedo porque estaban disparando por todas partes , los soldados katangueses matando a los de la Armee Nationale Congolaise . Tuve que ir a rescatarle por la noche y me lo lleve al Hotel Victoria donde viviamos nosotros y lleve a otros blancos para salvarles . Sanz Gadea dormía dentro de la bañera en hierro fundido porque las balas entraban por las ventanas . Y no digo mas aunque podría decir mucho
Pues aprovecha ahora que ya no se pude defender, lleva muerto poco más de dos semanas, ya va siendo hora de levantar la veda y hacer leña del árbol caído. a ver lo valiente que eres ahora que ya no fardas de estar en el Congo.
Me llamo Didier Vakombua , ya tengo 44 años ,yo conocí a Dr Sanz Gadea cuando yo tenía 11 años y tenía apendicitis ,mi papa trabajaba en la compañía que se llamaba ONATRA ahí trabajaba el Dr Sanz en la ciudad de Matadi en Bas-Congo el Dr Sanz me operó del apendicitis … El operaba mucha gente ,el estaba tanto rápido hasta la operación duraba como 5 minutos .
Dr Sanz es un doctor que hasta hoy la gente siguen hablando de el . fue uno de los mejores doctores de la cuidad . cuando yo veía lo que era el tomé la decisión de ser un médico . me fue a estudiar a una de las mejores escuelas de infermeria que se llama IME Kimpese y después me mandaron estudiar oftalmología y regrese a trabajar en Matadi ahí encontré una ves mas el Dr Sanz cómo médico director en la clínica de Midema ,y cómo ahí no tenía el servicio de oftalmología ,Dr Sanz me mandaba parientes y yo hizo todo para ser su amigo sabiendo que el es un fenómeno un ángel . uno de los mejores médicos que conocí en mi vida .
Unfortunamente el tenía que regresar en España en 1999 ,y gracias a Dios me dieron BK par estudiar la medicina en 2008 ,ahora yo ya estoy en los Estados Unidos en el ultimo año de la medicina. Si un día puedo ver a Dr Sanz antes que el deja el mundo ,yo diré cómo Simeon aunque puedo morir hoy no mi ponrta porque mi sueño a sido una realidad . Estoy aprendiendo el Español solo para poder hablar con Dr Sanz.
Que Dios te bendiga Doctor y que tu familia disfruta las buenas cosas que has hecho en esta tierra .
Dr Didier Vakombua.