Cuando a Jesús le sobrevino el primer episodio de trastorno bipolar quedó totalmente desconcertado. Tenía tan solo 17 años y muchos interrogantes que bullían en su aturdida mente. Se sintió prisionero de un pánico desmedido y quiso huir, ignorando que, fuera adonde fuera, siempre llevaría como polizones al miedo y la inseguridad. Un segundo brote bastó para delatar ese volcán que torturaba su alma y que él con tanto empeño ocultaba. Le diagnosticaron una psicosis maníaco-depresiva, pero le costó años y disgustos aceptarla como compañera de andanzas. Un buen día escuchó que Dios, siempre a su lado, le esperaba para romper los cepos que le atenazaban. Comprendió entonces que su mente no es una nota discordante, una falta de ortografía ni un renglón torcido, sino el plan amoroso del Padre para llevarle a compartir la herencia de los santos.
El encuentro con Dios cambia el corazón del hombre. ¿Cómo has conocido el amor de Dios en tu vida?
Lo he conocido en mi enfermedad: padezco una psicosis maniaco-depresiva, lo que se conoce como enfermedad bipolar. Mis padres me educaron en la fe cristiana pero lo vivía como una rutina; mi poca vocación se me anulaba con la enfermedad. Pero por un amigo del trabajo empecé a frecuentar la Iglesia y reencontrarme con la fe. Desde ese momento pude descubrir que Dios me ama y que el dolor tiene un sentido; que, aun con mi enfermedad, podía seguir el camino de Jesucristo, que mi cruz era como otra cualquiera… A partir de ahí se me han ido curando las heridas del corazón y he aprendido a amar a los demás y sobre todo a amarme a mí mismo. Antes de conocer el amor de Dios no me aceptaba como era.
¿Cuándo te descubriste la enfermedad?
Yo siempre he sufrido una depresión constante: unas veces eufórica y otras endógena, heredada de mi madre. Cuando tenía 17 años tuve un brote psicótico, aunque no sabía lo que era. Me sobrevino un miedo y una inseguridad atroces, que no podía dominarlos. Estaba tan perdido que decidí abandonar los estudios para huir del colegio y que nadie lo descubriera. Me sentía muerto; solo llorando volvía a la vida. Esa inseguridad iba tomando matices diferentes; unas veces la camuflaba con agresividad, otras con irascibilidad.
“¿adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada?”
¿Cómo iba transcurriendo tu vida?
Empecé a trabajar de pinche de cocina y mis padres seguían sin saber lo que le pasaba a mi cabeza. Mi cuñado me ofreció la posibilidad de trabajar como interino de funcionario de prisiones y desde ese momento se acabaron mis problemas laborales. Dios me ha protegido muchísimo. Desde los 18 años hasta los 54 que tengo ahora me ha llevado sobre alas de águila. Estuve un año trabajando en la cárcel de Carabanchel, con delincuentes que me doblaban en edad y en picaresca, y salí airoso. Me pude hacer con ellos porque trataba de quererlos. Yo me sentía identificado con ellos; muchos eran como yo, víctimas de su enfermedad y sus circunstancias, y me salía el quererlos. Ellos lo notaban. Al año siguiente aprobé la oposición, a pesar de la enfermedad y con muy poca preparación, y decidí marcharme a Mallorca. Quería huir de los problemas de mi casa, con mi madre enferma por depresión y mi padre delicado físicamente. En ese tiempo falleció mi madre y fue un duro golpe.
¿Era posible disimular la enfermedad?
Lo intentaba al menos. En Mallorca trataba día a día de conjugar el ganarme el respeto de los presos haciéndoles ver que yo era más fuerte con el deseo de quererlos. Yo solo tenía a mi favor el uniforme -pues no llevaba arma alguna- y el preso no tiene nada de tonto y mucho de psicólogo.
Cuando volví al siguiente año a Carabanchel, la enfermedad era más evidente pero le no hacía caso; unas veces me encontraba eufórico y otras deprimido. Un día mis jefes se dieron cuenta de mi peculiar personalidad al darme un brote fuerte en el que mi inseguridad pasó al otro extremo y sentí comerme el mundo. Tuve lo que en psiquiatría llaman una “idea deliroide”. Me trajeé, me perfumé y, como en el fondo tenía ese arraigo cristiano transmitido por mis padres, salí a la calle dispuesto a ayudar a los demás. De camino a la cárcel me encontré con un grupo de gitanos y decidí hacerme amigos de ellos para compensar la mala consideración que se tenía de ellos. Al verme mi jefe llegar tan trajeado y subido en el carro de los gitanos me mandó enseguida al médico. Fue entonces cuando me ingresaron por primera vez en un psiquiátrico.
“cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará”
¿Cuál fue el diagnóstico?
Como degeneré en el plano afectivo, me hicieron pruebas y descubrieron la psicosis maníaco-depresiva. ¿Por qué me ha caído este muerto encima?, pensé. Por la bipolaridad, cuando se me mete una idea en la cabeza no puedo reprimirla. Allí en el centro psiquiátrico hice mis propias locuras siempre relacionadas con la fe. Han pasado 28 años pero lo recuerdo perfectamente: confundí a un grupo de enfermos con los apóstoles.
¿Duele el verse frágil y limitado?
Duele muchísimo. ¡Si no fuera por el Señor! La enfermedad mental es desesperante porque pone la vida en riesgo. Si una persona tiene un cáncer de colon y le quedan tres meses de vida, lucha hasta el final por vencer la enfermedad; pero si padece una depresión, aunque esta se pueda curar, lo único que quiere es morir.
Me ha costado reconocer que las pastillas que debo tomar diariamente son fundamentales para la enfermedad, porque no aceptaba mi debilidad. He pasado años sin tomarlas y he montado de las mías. Desde que estoy vivamente en la Iglesia cuento, con las armas del cristiano: la oración, el Espíritu Santo, los sacramentos, el reconocer que como Dios levante la mano de mi cabeza, ¡ay de mí!, etc. que me ayudan cada día.
¿Puede seguir siendo grande la vida cuando irrumpe en ella el sufrimiento?
Solo cuando he podido ver a Cristo en el dolor la he sentido grande. Saber que Dios me ama, que soy importante para Él, que siempre está conmigo, sobre todo en esos momentos en los que hasta la familia me rechaza porque empiezo a disparatar, es lo que me da fuerzas para seguir luchando.
¿Es posible ver a un Padre amoroso en la enfermedad?
Aunque Él siempre haya estado en todos los momentos , no es fácil verlo. Ahora, con los años, me he dado cuenta de la paciencia tan enorme que ha tenido conmigo. He sacado de quicio a mis padres y a mis hermanos, a mis amigos y a tanta gente, pero Dios nunca se ha cansado de mí. Eso me demuestra que es un verdadero Padre. Precisamente en el rechazo de la gente es donde más veo su amor. ¿Cómo es posible que Dios esté conmigo cuando la gente no me quiere? Reflexiono sobre eso y siento que siempre tengo un aliado que me dice: ¡Ánimo, Jesús, que eso mismo lo he vivido yo en la cruz!
“me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad”
La fe y la esperanza se ríen de los imposibles. ¿Cómo ha actuado en tu persona la fuerza curativa y salvadora de Dios?
Muchas veces, por mi enfermedad, me siento hueco, vacío de existencia, como muerto. ¡Es un dolor terrible que no puedo describir! Esa pequeña fe que Dios me ha dado me hace revivir; en la oración, la palabra de Dios consigue emocionarme y arranco a llorar. Entonces es cuando vuelvo a la vida. Si me pongo a analizar, ¡la historia de mi vida es un milagro tras otro!
La salud es un bien fundamental pero se ha convertido en baremo que decide si una vida merece ser vivida o no. ¿Cómo se vive estando enfermo en una sociedad donde se sobrevalora la salud?
Es muy duro llegar al mundo con cualquier deficiencia, sea física o mental, y aún más difícil ser feliz con ella. Aunque no queramos se nos mete de tal manera la idea de perfección, que cuando alguien se sale un poco de las formas establecidas le colocamos el sello de diferente. ¡Y el rechazo de la gente es tan duro como lo es la misma enfermedad! Lo sé porque me han etiquetado muchas veces. Pero también sé que existe otra felicidad más grande que la que este mundo me pueda proporcionar, y es saber que cuando me muera tengo la posibilidad de ser feliz para siempre.
El hombre de hoy busca ardientemente la salud, pero de lo que más está necesitado es de salvación. ¿Dios te ha curado o te ha salvado?
Yo soy de esos que intentan mantenerse en forma y hacer deporte, pero procuro tener presente que a quien amo es a Él, para no caer en la idolatría del culto al cuerpo. Siento que Dios me ha salvado de muchos pecados, de muchas situaciones de muerte espiritual, incluso de dos intentos de suicidio. Recuerdo cómo en una depresión muy fuerte que sufrí en un tiempo donde llevaba años sin querer tomarme las pastillas, pensé quitarme la vida. Me encontraba en Tenerife, en casa de mi hermana, que vivía en un octavo piso y salí al rellano de la escalera con la intención de tirarme. Cuando levanté la pierna para coger impulso y saltar por el hueco de la escalera, vi a unos niños que, sorprendentemente jugaban justo abajo y me miraban asombrados. Me retiré enseguida. El Señor me salvó poniendo a esos angelitos en ese lugar.
“la paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo”
¿Qué te proporcionan los sacramentos?
A mí los sacramentos me ayudan a desahogarme de mis pecados. Todo lo que sea escuchar la Palabra de Dios, comulgar, confesarme… para mí es una liberación. En la apatía que sufro tantas veces y que me lleva a una muerte psíquica, solo el espíritu de Dios que recibo por los sacramentos me hace reaccionar. Entonces recupero el deseo de hacer cosas, de amar a los demás -incluso a los que no soporto-, de anhelar la felicidad eterna en la que creo… Se me revoluciona la mente y el espíritu. ¡Solo Dios puede sacar vida de una piedra!
¿Cómo se enfrenta uno a la enfermedad mental a la luz de la fe?
Yo he vivido mi enfermedad sin Jesucristo y con Él. Cuando comenzaron los primeros brotes no le conocía más que de oídas, y solo me apoyaba en mis fuerzas, que eran muy pocas, con lo que la enfermedad me vencía. Ahora con Jesucristo es distinto; Él no se escabulle ni su apoyo se disipa. Puedo contar siempre con Él en todas las circunstancias: en casa, en el hospital, cuando me siento apático, en un rechazo de la gente, etcétera. Sin Cristo la enfermedad se vive a pelo, y eso es imposible. ¿En qué me apoyaría? ¿En mi nómina? ¿En la salud física? Si me apoyo en la roca firme, que es Cristo, todo tiene un sentido. Hasta el último aliento de mi vida, entregada al Señor, tiene la mejor compensación: el Cielo.
¡Que sería de mí sin la esperanza! Con mi enfermedad, vivir sin saber que me espera la vida eterna, el estar con Dios para siempre, sin dolor, solo gozando de su amor… ¡sería espantoso!
Una vez escuché que Dios no elige personas capacitadas, sino que capacita a los elegidos ¿estás de acuerdo?
Sí, totalmente. Por mis muchos complejos esa frase la repito en mi interior continuamente. Si no fuera por las pastillas tendería a tener un comportamiento “excesivo”, es decir, que excede de lo “normal”, pero mi intención de corazón es amar a Dios por encima de todo, otra cosa diferente es que lo consiga. Yo vivo para dar gloria a Dios y Él me da las fuerzas para seguirle.
La enfermedad es una experiencia cargada de misterio, que no es fácil de aceptar. ¿Puedes discernir para qué te ha hecho Dios así?
Dios me ha hecho como soy y así me quiere. Su poder es tan sumamente infinito y tan variada su forma de amar, que cada persona experimenta el amor de Dios en su diversidad. Si no fuera por mi debilidad puede que no hubiese descubierto la Iglesia ni hubiese formado parte de ella, de esa comunión de personas que tenemos un mismo sentir y un mismo querer. Yo solo conocía un Dios justiciero, del que me convenía estar a buenas con Él por lo que me pudiera mandar, pero el verdadero Padre que es, su amor y misericordia, solo lo he conocido por la enfermedad.
A veces me llaman loco para herirme, pero si el Señor lo permite, para mi bien será. Dios quiere hacerme maduro en la fe, que confíe en su poder y no en mis fuerzas, por eso me ha hecho tan débil, para que me haga pequeño y sepa dónde está Él y dónde estoy yo. Solo así entraré en el Reino de los Cielos.
“si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”
¿Se puede ser feliz con una discapacidad?
La felicidad no existe plenamente hasta que lleguemos a la vida eterna. Yo no creo en la felicidad, creo en la resurrección.
¿Quién es para ti la Virgen María?
María es mi madre. Ella es la que me acoge y me abre sus brazos. Aunque a veces me cueste acercarme a ella, siempre me espera. Cuando era joven el rezo del Rosario me parecía muy repetitivo, pero con el tiempo he descubierto la maravilla de abandonarme en cada “Ave María”; donde me rodea una atmósfera celestial que me hace ver la victoria de Dios en mi vida, por la intercesión de la Virgen.
¿Cómo te engaña, o al menos pretende hacerlo, el demonio?
Repitiéndome que he tocado techo y no puedo conseguir mis pequeños sueños. No me engaña diciéndome que Dios no me quiere, porque he descubierto un Amor tan grande que no me lo puede robar; pero sí lo hace recordándome mis limitaciones. Yo lo combato pensando que, si Dios ha abierto caminos en el desierto, ¿no los va a abrir en el barrio de Campamento?
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Muy bueno, no puedo dejar de reconocerlo. ¡Con lo que le he fallado y siempre dándome nuevas oportunidades…! He pecado mucho -quizá ahora sea cuando menos peque porque estoy más estabilizado- y Dios siempre ha estado esperándome y perdonándome. Me ha seducido y me he dejado seducir, como dice el profeta Jeremías.