Quedamos en una cafetería cerca de su casa. Entre sorbo y sorbo de café, Jesús Acedo —27 años recién cumplidos— desgrana su vida diaria, como profesor de biología y geología en un colegio católico de Madrid.
“Resulta muy gratificante dar clase a chavales adolescentes: están empezando a vivir y tienes la oportunidad de abrirles todo un abanico de expectativas humanas, científicas, técnicas…; son muy receptivos, ves cómo te escuchan y están atentos a cada palabra que les das. Por esto último, pienso que el profesor cristiano puede y debe aportar su granito de arena en la evangelización de los jóvenes. Me encanta mi profesión”.
Eres un profesor católico, ¿verdaderamente vives tu fe también en este ámbito, en el del trabajo, o la relegas a tu esfera personal y privada?
En la sociedad en que nos ha tocado vivir no es fácil vivir la fe; pero trato, en la medida de lo posible, de dar a conocer a Cristo, ser testigo del evangelio, en las clases, entre el profesorado, con mis amigos… Yo he nacido en una familia cristiana y la fe la recibí de mis padres; ellos, desde su experiencia en la Iglesia, me la transmitieron. Hice las catequesis del Camino Neocatecumenal a los quince años, dentro de la educación cristiana que mis padres consideraban que era buena para mí… Pero luego llegó un momento en mi vida en que yo mismo sentí la necesidad de responder a las preguntas fundamentales que tiene todo ser humano —si es verdad que Dios existe, si realmente cuida de sus hijos; por qué la enfermedad, el mal, la muerte…— y hoy puedo decir, con la iluminación del Espíritu Santo, que Dios existe y me cuida, aunque yo a veces no lo vea.
¿En qué se diferencia tu vida respecto a la de otros jóvenes de tu edad?
Básicamente, es que es otra vida diferente. En muchos aspectos vivo una realidad distinta a la de mis compañeros, conocidos o amigos. Mira, no es que yo me pase el fin de semana encerrado en casa; yo también salgo, tomo una cañita con mis amigos; pero hay muchos jóvenes que están esperando que llegue el viernes para beber, irse de fiesta y buscar afectos continuamente… Yo veo que no estoy llamado a esto… Pero no te equivoques, yo no soy un santo, ¿eh?, yo no soy mejor que ellos; yo también tengo la tentación de creer que la vida consiste en tener “salud, dinero, y amor”. Yo no estoy libre de esto; sólo trato de “vivir en el mundo, sin ser del mundo”, como dice san Pablo. La mayoría de mis amigos están en la Iglesia, pero también salgo con compañeros de trabajo que no creen, y no tengo inconveniente en salir con ellos; vivo como un joven normal, pero con la esperanza de que Dios existe, y de que la vida (la felicidad, el sentirme pleno por dentro) me viene de Él, no de otras cosas.
¿Cómo es tu relación con tus compañeros de trabajo? ¿Respetan tus creencias?
En alguna ocasión he hablado con mis compañeros de trabajo sobre mi experiencia de fe, sobre mi encuentro con Jesucristo. Ellos me respetan, no he tenido ningún tipo de persecución; y, si la tuviese, me remito a lo que dice el Maestro: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”.
Entre los jóvenes cristianos, a veces se tiene la sensación de que los “otros” se lo pasan mejor que uno…que no tienen límites, como los puedes tener tú…
Esto es un engaño. Yo no creo que los jóvenes que no siguen a Cristo, estén mejor interiormente, sean más felices, que los que le seguimos. De lo que me he dado cuenta es de que la gente se “muere” porque le falta el sentido a su vida: no conocen a Dios, no le han dado la más mínima oportunidad de “presentarse” en sus vidas… y todo es un despropósito. Hay una necesidad importante de evangelización, también en las escuelas; y muchas veces me siento solo, aislado.
Desde luego tienes por delante una labor ingente, y la asignatura de biología que tú impartes, es un camino abonado para cuestionarse el por qué de la existencia.
Sin duda. Alguna vez me han dicho con sorna que cómo puedo ser biólogo y cristiano, y yo respondo: “Todo tiene una explicación, según la ciencia, hasta llegar a un punto; en ese punto, tienes que optar o por el azar o por Dios”. Es decir, cuando estudias y observas los procesos biológicos, siempre llega un momento en el que decides y optas por creer en un Ser superior que está, por ejemplo, detrás de la formación de un espermatozoide o de un óvulo y que, cuando se unen entre sí en la fecundación, dan lugar a una persona nueva con un patrimonio genético único, o piensas que todo es fruto de la “casualidad” y que cada persona es fruto del capricho azaroso de la naturaleza sin intervención divina. Yo no tengo dudas, Dios está detrás de todo.
La mayoría de los científicos más prestigiosos de la actualidad son creyentes.
Sí. En la actualidad, existen numerosos científicos cristianos, pero en la historia de la ciencia, en todas sus ramas, han existido grandísimos hombres de fe. Así, el gran físico cuántico Werner Heisenberg (1901-1976), premio Nobel por su aportación en los avances de la mecánica cuántica, afirmaba: “Creo en Dios y que de Él viene todo”. En este sentido se manifestó otro premio Nobel, el archiconocido físico Albert Einstein (1879-1955), quien dijo una frase muy significativa: “La Ciencia sin religión es coja y la religión sin ciencia es ciega”. Estos son sólo dos ejemplos de los muchos que existen y que reafirman mi postura de que para el hombre de ciencia es una ayuda importante saber que Dios está detrás de todo lo que ocurre en el universo. Los ateos y no creyentes deben buscar un sustituto de Dios Creador y, en muchos casos, se apoyan en el simple azar o en la mera “casualidad” para explicar los fenómenos naturales que les rodean. Recuerdo una anécdota: Tuve un profesor ateo, que, haciendo un cultivo celular, nos dijo: “Tapadlo… y rezad para que no se os haya contaminado (algo muy normal si no se toman las medidas de asepsia adecuadas en el laboratorio, teniendo en cuenta que estos cultivos biológicos son muy susceptibles de contaminarse por las esporas de hongos que hay en el ambiente)”… De pronto se dio cuenta de lo que había dicho y rectificó: “¡Uy!, rezar…; pero ¡si yo no creo en Dios!”.