En el marco del XI Encuentro Misionero de Jóvenes 2014, organizado por las Obras Misionales Pontificias, conocemos la experiencia de Íñigo Illundain, un joven navarro con corazón inquieto, que ha llevado el evangelio a lugares tan variopintos como Honduras, Calcuta, Marruecos, Senegal o Sudán del Sur. La cifra no es baladí: Catorce mil misioneros españoles se están dejando la piel, cada día, en los lugares más inhóspitos de nuestro ancho mundo. Son catorce mil vidas entregadas a comunicar de una forma tangible el amor que Dios Padre tiene por cada persona humana. Estos misioneros conciben la misión como un regalo de Dios que, al fin y al cabo, adquiere la forma de un búmeran, ya que aquello que dan les es devuelto con creces.
“Los que tenemos el don de nacer en Navarra (allí nació san Francisco Javier, nuestro patrón), de alguna manera llevamos el don de la misión muy adentro, en el ADN —señala Íñigo Illundain, y prosigue—. Y así como nuestros predecesores, sacerdotes y misioneros, nos han ayudado a despertar en la fe, ahora hay mucha gente joven que da ese paso adelante y trata de poner en práctica la fe que ha recibido. A mí me alegra que la gente joven haga suyo el Evangelio y lo dé a las personas más necesitadas, porque la teoría, sin práctica, a veces hace que nos perdamos en otras cosas…”.
Íñigo, misionero y profesor salesiano, comenzó su andadura hace quince años, fruto de “mis estudios con los salesianos así como de escuchar a tantos misioneros que pasaban por mi parroquia”, comenta. Su primera experiencia misionera fue en Honduras, con una realidad que le conmovió hasta el tuétano: los niños de la calle. “Una realidad —dice— que aquí en España conocemos por los telediarios, aunque ya empieza a haber niños de la calle en nuestras calles, pegados a las drogas (allí al pegamento), como síntoma de una sociedad bastante desequilibrada. Me fui a un país que aquí solo conocemos por los famosos que van a una isla perdida… o porque jugamos contra Honduras en el Mundial de fútbol, o por el huracán Mitch. Ahí empieza mi caminar, mi descubrirme como persona creyente en un entorno en el que el Evangelio se hace vida. Allí es muy sencillo creer, es muy sencillo hacer coherente lo que dices. Lees el Evangelio y lo haces vida el mismo día; aquí no. En nuestra sociedad, a mí personalmente, me cuesta más vivir el Evangelio en las cosas cotidianas que hago”.
un jornalero coherente
Íñigo, más que misionero se considera un jornalero que intenta vivir la fe coherentemente… “Como mínimo, todos los que nos decimos creyentes hemos de darnos cuenta de que tenemos una misión fantástica, la de contagiar a toda nuestra gente la fe: a amigos, familiares y demás, que a veces vagan sin sentido, sin esperanza…; esta es nuestra primera misión: que la gente vea que creemos en Alguien, y que además somos capaces de hacerlo de forma coherente en nuestra vida. Y a partir de ahí, el vientecito del Espíritu sopla, y esto se nos queda pequeño, y vemos que hay muchos países donde la necesidad es más grande”.
Íñigo apunta una idea: la experiencia como misionero debería ser asignatura obligatoria para todo cristiano. “Nuestra sociedad nos hace creer que nuestra vida cómoda es lo normal, y estamos muy equivocados. Cuando conocemos la realidad que viven millones de personas en el planeta, vemos que lo nuestro no es lo normal. Y esto nos interpela. Sobre todo si lo abordamos desde el punto de vista del Evangelio, y como buenos jornaleros que queremos ser, somos llamados al trabajo, a la misión”. Y comienza a hablar de lo que se vive en la misión, de esa experiencia que engancha una vez probada, creando, en la mayor parte de los casos, adicción: “Los que habéis estado de misión fuera, os habéis encontrado con un mundo maravilloso: gente muy sencilla que te quiere solamente por lo que eres y no por lo que tienes. Descubres una forma de vivir el Evangelio que en nuestra sociedad de consumo a veces se nos olvida. Es muy enriquecedor visitar campos de misión, conocer otras realidades, ver cómo se vive la fe en otros lugares del mundo… Esto nos hace más sensatos o ¡más locos!; porque cuando a alguien le dices que vas a ir a Sudán del Sur. te tachan de loco. Pero es la bendita locura del Evangelio que no nos tiene que asustar. Yo no me considero desequilibrado —señala, sonriente—, y a todos los que estáis aquí, os veo bastante cuerdos; pero, sobre todo, tenemos un ejemplo fantástico, el de Jesús. Si queremos, lo tenemos fácil: lo tenemos por escrito, solo hay que leerlo, seguirlo, y adaptarlo a nuestra realidad, a nuestro momento”.
Sudán del Sur
Y en este punto, Íñigo Illundain aborda su vivencia en Sudán del Sur —un país devastado tras 35 años de guerra, e independizado hace tres, de Sudán—, del que tuvo que regresar cuando apenas llevaba seis meses, a causa de un conflicto armado: “El proyecto salesiano era muy bonito: crear colegios en un país donde los chavales llevan años sin ir a la escuela. Un país, por otra parte, muy feo, que en la mayoría de los mapas ni aparece. En Sudán del Sur no queda absolutamente nada; hablamos de un país que tiene las dimensiones de la península ibérica y un tramo de carreteras asfaltado de 70 kilómetros. La guerra dicen que fue por la religión, yo cada vez creo menos en esto.; al contrario, creo que lo que hay de fondo son intereses económicos. Sudán tiene la desgracia de tener petróleo, y esto ha generado guerras en un país de más de diez millones de personas, las cuales viven hoy por hoy en la más absoluta pobreza”.
De este país, el último en el ranking de desarrollo en el mundo, tuvo que salir Íñigo tras una experiencia, cuanto menos, escalofriante: “Hace tres meses, un domingo por la noche, nos despertaron ruidos de cañones y de metralletas. Yo hasta entonces no había vivido tan en directo una situación semejante. El lugar donde yo estaba se convirtió en un campo de batalla tremendo. Se reabrieron viejas heridas y los señores de la guerra, que por desgracia solo conciben el mundo desde la violencia, decidieron volver a enfrentarse en una guerra civil. Los seis meses que llevábamos trabajando se vinieron abajo de una forma radical, y así, de la noche a la mañana nos vimos envueltos en un enfrentamiento armado: una experiencia no muy agradable, evidentemente. Estuvimos cuatro días incomunicados, había mucha gente preocupada por nosotros, que por suerte lograron sacarnos de allí”.
Pese a ello, para este joven misionero la experiencia de Sudán del Sur ha sido una de las más bonitas que ha vivido: “Fuimos a esto, a encontrarnos con el mayor don que tiene para mí la misión, descubrir el rostro de Jesús en las vidas de toda esta gente. Me encontré con esta realidad que me conmovió” —y enseña las imágenes de los niños acogidos en los centros salesianos—: “Quería traeros esas sonrisas de la misión, para que os provoquen, para que veáis que detrás de cada una de estas sonrisas está Jesús, porque estos son sus preferidos. Hay gente que da su vida a la misión, 24 horas, 365 días al año. Hay otros que, por circunstancias, dedican un tiempo, más o menos largo, a esta realidad; pues a todos os digo, adelante, porque yo os aseguro que es algo de lo que nunca os vais a arrepentir. Yo creo que os sentiréis tremendamente felices cuando miréis atrás. Y quiero hacer mención especial a todas las mujeres del mundo, porque el denominador común de casi todos los sitios en los que yo he estado es que las mujeres son el sostén de los niños y de la sociedad”.
Y para terminar su testimonio, este navarro señala que allá donde ha ido, ha encontrado “un montón de gente joven que en silencio está haciendo un trabajo maravilloso, humilde, sencillo y totalmente gratuito hacia los demás. A veces los jóvenes salimos en la prensa por cosas menos interesantes; sin embargo, creo que es un orgullo —y más aún, si lo haces dentro de la Iglesia— tomar ese relevo y acompañar a los que sufren. Os animo a que nos formemos, porque vamos a trabajar con personas que están viviendo situaciones críticas, situaciones emocionales que no somos capaces de entender. Estas personas son templos del Espíritu, y son personas muy, muy delicadas. Por eso digo que no solamente hay que hacer el bien, sino que hay que hacerlo bien. Las primeras experiencias son durillas, porque nos encontramos con la brutalidad de la desesperación y de la pobreza, algo para lo que nuestro mundo actual no nos ha preparado. De repente te encuentras con un ser humano descompuesto y esto hace tambalear nuestra fe. Hay noches en las que no puedes dormir, y hay noches donde solamente el sustento de lo que tú tengas dentro, te va a hacer permanecer en pie, para, a la mañana siguiente, seguir trabajando. La fe es algo fantástico; si enfocas estas situaciones desde este motor, esto tiene éxito seguro. Que nadie vaya a esos países con la intención de hacer absolutamente nada, porque todo lo hacen ellos; nosotros vamos a acompañar, a aprender, a compartir, y sobre todo a traer esa realidad aquí, porque creo que es la forma más importante de sensibilizar a nuestra sociedad”.
Victoria Luque