Dios me ama,
no tengo que preocuparme por nada
Del sicomoro, la especie de higuera a la que se subió Zaqueo para ver pasar a Jesús, se obtiene un fruto áspero al tacto y amargo de sabor. Pero si sobre él se hace una pequeña incisión, rezuma el líquido que contiene y se vuelve dulce al paladar. Así es la Palabra de Dios, espada de dos filos que incide en el corazón, le extrae la amargura y lo recubre de esperanza. Esto mismo le sucedió a Fernando Valdés. Cuando escuchó por vez primera que Dios le amaba, la alambrada de pinchos que protegía su alma se fue transformando en tejido mullido donde reposar sus ensueños. Cansado de deambular por la ciénaga de los deseos, la cruz de Cristo le desveló todos sus enigmas. Ya no tenía por qué acurrucarse en su propia amargura, pues el dueño de la vida y la muerte se había dejado morir por él. Entonces, dejó su casa para proclamar que solo en Dios la vida es fecunda. Desde hace más de treinta y cinco años es misionero en Asia.
¿Cómo ha sido Fernando Valdés?
Provengo de una familia formada por tres hermanos y mis padres, en la que hemos recibido una educación católica convencional. Pero en los años de mi juventud, cuando descubrí la sexualidad, comencé a ser un desastre. Los jesuitas me echaron del colegio y ahí empecé a sentirme desajustado. Con diecisiete años me fui a Toronto (Canadá) a descubrir el mundo; pero lo que yo creía que iba a ser algo fantástico, fue un fracaso. Mis padres me pasaban una pequeña mensualidad, que, aun trabajando de lo que fuera, no me alcanzaba para nada y pasaba penalidades. Aquello me bajó ciles en los que hice sufrir mucho a mis padres.
fdifblecido seguid lo que fuera, no me alcanzaba para nada y pasaba penalidadea tierra y puede conocer la realidad de la vida; lo que hizo de mí una persona con amargura, que odiaba a las monjas y a los curas, con violencia interior contra la sociedad y contra la Iglesia… ¿Por qué estos tienen esto y yo no? ¿Por qué la vida es así?, me preguntaba con rabia. A los tres años de vivir en Canadá, murió mi abuela; regresé a Madrid y comencé a estudiar Arquitectura. Pero la simiente de malestar, de deseo de revancha, de inconformismo contra todo lo establecido, etc. crecía en mi interior. Como yo no me aceptaba, tampoco aceptaba lo de fuera. Fueron años difíciles en los que hice sufrir mucho a mis padres.
¿El pecado hiere también al pecador?
El pecado te deja hundido porque cada vez te desprecias más y entras en una profunda amargura. Yo buscaba satisfacer mis deseos inmediatos y eso me destruía. Es como tener hambre y por mucho que comas sigues con hambre. Entonces huyes hacia delante con drogas, sexo, alcohol…; pero la realidad sigue ahí. La ley natural es el amor, y todo lo que haces en contra de él te aplasta.
¿Cuál fue el punto de inflexión que cambió tu vida?
Al estar mal por dentro, todo funcionaba pésimamente en mi vida; las relaciones afectivas, los estudios… Eran los años del movimiento hippie y comencé a tomar drogas. A los veientiséis años, hundido totalmente, mi madre comenzó a formar parte de una comunidad Neocatecumenal en la parroquia de la Virgen de la Paloma (Madrid). Desde entonces algo diferente entró en la casa; otros aires. Comencé a pensar que Dios podía existir e incluso tener un plan misterioso para mí. Murió el padre de un buen amigo y mi madre lo invitó a escuchar las catequesis en la parroquia. Al final, mi amigo no pudo asistir y yo me dejé caer por allí, aunque con las uñas afiladas. No tenía nada que perder; el mundo en el que me había sentido tan seguro —el de la libertad, la sexualidad, los sentidos, etc.— se había fracturado. Fui y vi.
por salvarme te crucificaron
¿Con qué te encontraste allí?
Con una Iglesia y un Dios muy diferente a lo que yo me esperaba; en lugar de un Dios exigente y vengativo por todo lo que yo había hecho mal, me hablaron de un Dios encarnado, Jesucristo, que coge la parte negra de mi vida y ocupa el lugar que me corresponde. Él es el rechazado y crucificado, en mi lugar. Coge toda mi condena, mi amargura, mi depresión, mi culpa… y carga con ella. Me impactó tanto que al volver a casa le dije a mi madre: “Dios me ama, ya no tengo que preocuparme por nada”. A ella, que estaba pintando, casi se le cae el pincel de la mano.
¿Un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia?
Para nada. Él y yo tenemos una historia de amor, complicada, pero de amor al fin y al cabo. La cruz es siempre gloriosa porque mete a Dios en el corazón; desgarra, sí, pero a través de ella Dios se abre paso en la vida. Los últimos tres años de la vida de mi madre regresé a España y pude cuidarla. Dios me permitió reparar tanto dolor que yo le había causado. Pocos minutos antes de morir me dijo: “Me estoy muriendo, pero no tengas ningún miedo. Yo no lo tengo”.
¿Qué te hizo reconciliarte con Dios y su Iglesia?
Más bien Él se reconcilió conmigo, porque la iniciativa fue suya. El paso adelante lo dio el Señor; la perseverancia, la continuidad, la paciencia, etc. son obra suya. Yo solo he aceptado su propuesta. Ha sido un proceso de perdón. Es verdad que al principio recibí un fogonazo, pero eso no significa que mi corazón cambiara. Romper con aquel mundo de sexualidad, del “todo vale”, de supuesta libertad, etc. fue costoso; pero tenía una fuerza interior que provenía del mismo Jesucristo; sabía que el Crucificado era Dios y que yo no podía existir sino para Él. Había comprendido que era suyo y que ya no me pertenecía. A los dos años de comenzar el Camino Neocatecumenal me ofrecí para marchar a evangelizar a donde fuera. No sabía lo que me esperaba, pero le dije: “Cuenta conmigo”. Hasta eso viene de Él.
¿Dónde fuiste?
De este encuentro con el Señor parte todo, y de ello hace ya treinta y ocho años. Primeramente, junto con un sacerdote y una chica soltera, me enviaron a dos pueblos pequeños de Zamora. Allí mi vida se comenzó a reducir; pasé de una intensa vida social a vivir en un pueblecito de 400 habitantes. Pero nunca dudé del amor de Dios. ¡Descubrí la gran maravilla que es que el Rey del universo se fije en mí y también que el rey del universo no sea yo! Fue una lucha tremenda contra los deseos de la carne, si bien, una persona real y no una ley estaba conmigo: Jesucristo luchaba a mi lado. De ahí pasamos a Córdoba, Canarias, Filipinas, y finalmente a Hong-Kong y a Singapur.
¿En qué consistía la misión?
En anunciar a Jesucristo. Lo que ocurre es que en la misión el tiempo se hace elástico y te come; son horas que no pasan. Si no te agarras a la oración, te vuelves loco. En Hong-Kong tuve una pequeña crisis de evangelización. Es una ciudad con una enorme densidad de población y me sentí como gallina en corral ajeno. Estando en un autobús de dos pisos y lleno de chinos pensé: ¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo metemos a Jesús, la Virgen y San José en esta mole si esto es otro mundo? Era una hormiga entre aquella masa de gente, pero el celo por hacer la voluntad de Dios podía más. Tenía que dar a conocer la única experiencia que a mí me había salvado la vida: el amor incondicional de Dios.
Tú me llevas y yo te digo ¡sí!
¿Cómo reaccionaba la gente cuando le anunciabais este amor?
En Hong-Kong el anuncio de Jesucristo no calaba; era como catequizar cemento. Solo formamos dos pequeñas comunidades. De ahí nos trasladamos a Taiwán y también fue muy difícil que el Evangelio prendiera. Es un misterio. Podemos hacer teorías de cuál es la razón, pero la realidad es que solo Dios es el que conoce los corazones y los convierte. Esto lo he aprendido con sangre. Lo normal es que uno trabaje para obtener un resultado, pero en la evangelización Dios hace lo que quiere y quizá envía a la misión para fracasar. Los frutos son de Él, no nuestros.
¿Cómo fue en Singapur?
Aquí, por el contrario, prendió muy bien en la gente. Sin embargo, aunque el obispo nos defendía, los curas no nos aceptaron. Creíamos que esto iba a ser motivo suficiente para acabar con las comunidades y no ha sido así. Han perseverado y dado muchas vocaciones. Este país es una nación rica. Todo está programado y funciona; la gente obedece, no hay apenas pobreza, etc. Pero en esta jaula de oro no hay pájaro, que es el Cordero, Jesucristo, y para meterlo en la jaula hay que sufrir persecución. Estos cristianos se han hecho adultos en la fe, han amado a la Iglesia de Roma gracias a la persecución, y ahora estamos viendo los frutos. Es un milagro que en este país tan consumista, donde todo es de usar y tirar, permanezcan firmes en la fe.
¿Dónde estás de misionero ahora?
En Indonesia es imposible evangelizar porque es un país musulmán por excelencia. En Hong-Kong y Taiwán se quedó otro equipo de itinerantes, y nosotros —un sacerdote siciliano, una chica escocesa y yo— desde hace veinticinco años nos encargamos de Singapur, Malasia, el norte de Borneo y Tailandia. De todos estos lugares, el más difícil para que prenda el Evangelio es Tailandia; es un pedrusco duro para cualquier realidad eclesial. El budismo —con la cuestión del karma, el destino, etc.— les da una respuesta y con ella se conforman, aunque el mundo se los traga sin piedad. El rey es una persona deificada, y desmontar esto cuesta mucho. El budismo es una religión materialista, es decir, no solo espiritual. Utilizan la religión para que les ayude en su mundo material; hay que tener contentos a los antepasados, que no se enfaden conmigo, y así pueda prosperar mi vida. Es el mismo proceso mental que sigue cualquier religiosidad natural —rezo para que me vayan bien las cosas— y que también en el cristianismo podemos caer.
Pero seguís anunciando a Jesucristo pese a las dificultades…
Sí, claro; esa es nuestra misión. Al principio San Pablo no buscaba a Jesucristo, sino que perseguía a los cristianos para matarlos; pero Él le llamó. Dios puede hacer lo mismo aquí, y lo hace, aunque de un modo misterioso. Tailandia quizá necesite la sangre de muchos mártires para que se encuentre con este Amor. El crecimiento económico tan bárbaro en el que viven hace que no haya tiempo para la trascendencia. Hay libertad de culto, pero la abundancia, los cochazos, las mansiones… tienen un precio y es la propia sangre. La gente tiene estos bienes a su alcance, pero paga un dineral por ellos; con lo cual necesita trabajar de sol a sol y de lunes a domingo. ¡Es muy difícil salir de esta rueda!
cuando acaba el yo empieza la gracia
¿Qué le ocurre a quien capta el mensaje liberador de Jesucristo?
El hombre asiático es religioso y tiene más respeto por las otras confesiones que en Europa, pero el desarrollo económico ha hecho que lleve el dólar metido en el corazón. Aunque hay libertad de culto, la lucha por la vida es su peor enemigo. Sin embargo, cuando se da el milagro y resuena en su corazón que Dios le ama, se le abre un horizonte de vida y de felicidad indescriptible. Entonces, aunque no tiene una estructura judeocristiana detrás, comprende de maravilla que no se puede servir a dos señores, que hay que amar al enemigo, que la justicia es de Dios… Los cristianos son una minoría, pero viven el Evangelio radicalmente. Su testimonio y los signos de conversión son impresionantes: desprendimiento de bienes, reconciliaciones, firmeza en la fe, perseverancia, etc. ¡Verdaderamente está Dios detrás!
¿Los planes de Dios encadenan o desarrollan al hombre?
¡Desarrollan, sin duda! Lo que ocurre es que se trata de una promoción para la vida eterna y no a la manera del mundo. La verdadera libertad es entrar en relación con Dios, no hay otra. Todo pertenece a la esfera del amor; si parte de él y lleva a él, entonces sí que promociona y desarrolla al hombre. Pero no siempre la gente lo entiende así; cree que el desarrollo solo consiste en construir escuelas orfanatos, tuberías para el agua… Claro que eso está muy bien, pero la auténtica promoción es dar a conocer el ser de Dios al hombre, saber que tenemos su naturaleza divina. Comprender el triunfo de Cristo en la cruz es toda una revolución, un cambio de contenido, ya que para la mayoría de la gente el Crucificado es un perdedor.
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Sí. Mi vida se ha reducido a la evangelización. Vivo como un monje itinerante y no me ha faltado de nada; Dios lo ha provisto todo, y no me refiero solo a lo material. He estado muy escaso, pero no se han desgastado mis sandalias. Al principio, entender esto me costó lágrimas y sangre, porque yo interpretaba a Dios desde mis esquemas afectivo-emocionales, mi justicia, etc. Pero poco a poco he visto que Dios lo ha hecho todo perfecto y me ha llevado a donde me había prometido, que es a la cruz, junto con Cristo crucificado y colgado de las manos del Padre. A mis sesenta y nueve años estoy feliz con mi soledad porque mi tiempo lo llena la presencia de Dios.
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Doy gracias a Dios que he podido leer este artículo porque me anima porque me identifico con esta experiencia ya que estamos como familia en misión en Gabón-África. Por otro lado me permite descansar en la historia de salvación que el Señor va haciendo con sus hijos y donde siempre nos muestra su Gloria. Es una muestra que la sabiduría de Dios es inmensa y sobrepasa toda inteligencia humana, miserias y pecados; gracias a la muerte y resurrección de Jesucristo.