“Sería ideal poderle decir a Dios que más no he podido hacer”
Para este pediatra de casi sesenta años de profesión, la vida es un reto permanente con sentido de misión; en su caso, misión de proteger y devolverle la salud al más indefenso, el niño. Esto le ha llevado a hacer de la medicina algo más profundo y humano que el mero interés por la enfermedad de sus pacientes. A sus 84 años, y después de una vida repleta de vivencias, Antonio Garrido-Lestache colecciona premios y condecoraciones por su trayectoria médica a favor del recién nacido. Sin embargo, el reconocimiento mayor por cuantos le han conocido es el de haber ejercido la caridad en toda persona y ocasión. Modelo de empatía y afecto, el mundo necesita no solo hombres de ciencia sino médicos con rostro humano, y él es uno de ellos.
¿Cómo conoció el amor de Dios en su vida?
En casa, junto a mis padres, los diez hermanos y un primo. Íbamos juntos a misa, rezábamos el rosario todos los días en familia… Luego fue afianzándose mi relación con Él en el colegio, con los Hermanos Maristas y después con los Jesuitas. Puedo decir que mi vida la ha marcado el amor y temor a Dios, y el amor a la Virgen.
Ha sido el promotor del Sistema de Identificación del Recién Nacido por dactiloscopia. ¿Cómo surgió el interés por ello?
El niño tiene el derecho fundamental a que en el momento de nacer sea identificado y registrado como hijo de su madre, pero a veces esto no sucede por error, mala voluntad o lástima. Como en el año 1988 se estaba trabajando a nivel mundial en la Convención sobre los Derechos Humanos del Niño (CDN) mandé mi denuncia sobre ello y enseguida me atendieron. El 26 de noviembre de ese año pude exponer ante la ONU que había miles de niños en el mundo que no eran registrados convenientemente y eso provocaba enormes problemas cuando eran mayores, por lo que yo proponía nada más nacer su identificación por la huella dactilar —formada a los ciento veinte días de vida intrauterina y que persiste hasta la desintegración total de los tejidos—. Esto protege a los niños de muchos peligros, sobre todo en los países pobres: rapto, tráfico de niños, explotación sexual y laboral, pérdida en la guerra o en los desastres naturales, etc. y es una garantía para sus derechos humanos y civiles. Por ejemplo, un tornado asola un país y UNICEF se encuentra con doscientos niños huérfanos, ¿quiénes son sus familiares? Afortunadamente fue aprobada y ratificada por ley por los parlamentos de todos los países, excepto EEUU y Somalia. Aunque el desideratum sería obtener la huella dactilar en el vientre de la madre, es decir, hacer un DNI prenatal.
Todo esto lo ha recogido en un interesante libro acerca de la identidad del ser humano…
Desde que empecé a luchar por el derecho del niño a ser identificado no he dejado de trabajar en este tema. Tanto que después de doce años de recopilación de datos, errores, falsificaciones y garantías de identificación he sacado a la luz “La identidad del ser humano”, un libro repleto de anécdotas, como la de aquel humilde gallego que cuando veía a Franco le saludaba con un “buenos días, Don Claudio”. A lo que este le preguntó: “¿Se puede saber por qué me llama usted así?”. Y el gallego respondió: “Si no le importa, yo le llamaré Don Claudio aunque los demás le llamen Claudiño”. Como esta cuento otras muchas historietas verídicas en relación con la identidad del ser humano.
más clínico que erudito
De familia de médicos, su padre fue Juan Garrido Lestache, destacado cirujano pediatra, ¿qué le enseñó?
La tenacidad, el amor por el trabajo bien hecho, la satisfacción del deber cumplido y el hacer algo por los demás, siempre pensando que estamos en este mundo para ganar el otro. Elegí pediatría porque viví todo esto en casa; hemos sido cuatro hermanos pediatras.
Lleva sesenta años de labor continuada en el mundo de la medicina, ¿cómo concibe esta? ¿Ha cambiado mucho en estos años?
La concibo como una forma de santificación y ayuda a los demás. En mi caso, como pediatra para volcarme en el niño que lo necesita. Indudablemente hay variaciones entre antes y ahora, pero lo que permanece es el amor y el servicio al enfermo. Aunque uno no sea consciente de ello, la medicina es un camino para la santificación. Muchos médicos pueden pensar diferente a lo que digo pero, en suma, la esencia de la medicina ha sido y será el amor. Es decir, un hombre que ayuda a otro hombre. Para mí lo primero es el paciente, y luego viene todo lo demás. Tengamos la sabiduría de Dios para ser santos. El Dr. Jiménez Díaz le preguntó en una ocasión al Dr. Ortiz de Landázuli: “¿Tú que quieres ser, santo o sabio?”. Él le respondió: “Yo quiero ser santo, pero para eso necesito antes ser sabio”. Hay médicos que lo han conseguido, como San Giuseppe Moscati, Santa Gianna Baretta Molla, etc.
¿Qué cualidades debe tener el médico para el ejercicio de su profesión?
Cualidades de entrega absoluta al enfermo, con todo lo que conlleva de estudio, de consulta, de clínica, de observación, etc.; el contacto con la realidad y la gente tanto en la consulta como en la calle es lo que a uno le hace más humano. “Trata a los demás como quieres que te traten a ti”. Siempre he pensado que el niño que viene a mi consulta es el Niño Jesús, y algún día me pedirá cuentas de cómo le he tratado. Yo aconsejo visitar la capilla ya que, como la farmacia, son fundamentales en los hospitales.
San Camilo de Lelis, fundador de la Orden de los Camilos, aconsejaba a sus compañeros: «Poned más corazón en esas manos». ¿Tan importante es la cercanía del médico con el enfermo?
Mucho. Hay que buscar el hombre en su enfermedad, no la enfermedad en el hombre. Por eso Gregorio Marañón nos enseñaba que había que tratar al enfermo con amor, ya que la mejor arma para todo médico es sentarse al lado de la cama y escuchar al enfermo. En medicina, aunque se ha avanzado mucho, hay que seguir aprendiendo, y donde más aprende el médico es sentado en una silla a la cabecera de la cama del enfermo.
¿Qué aprendió de Gregorio Marañón y nunca ha olvidado?
El equilibrio mental. “Todo con moderación”, decía. Se puede convivir con afecciones patológicas si no molestan; si uno tiene un cálculo en vías biliares y lleva con él veinte años y sigue bien, puede continuar con ese cálculo. Marañón tenía su máxima: “Vivir y dejar vivir con moderación; no exigir al organismo demasiado esfuerzo”.
construyendo humanidad
Su profesión le ha puesto en contacto directo con el sufrimiento, ¿qué le ha implicado esto?
No hay recompensa mayor que ayudar a curar a un niño, pero muchas veces he sentido impotencia por no poder hacerlo. La sonrisa de un niño lo da todo y es terrible aguantar la mirada de quien se encuentra grave y lo sabe. Parece que sus ojos dicen: “¿Entonces, no me vas a poder curar?”. ¡Dan miedo! El sufrimiento es un misterio. No siempre el médico puede curar y a veces tampoco aliviar, pero al menos debe consolar con una palmadita, un chiste, preguntar por sus aficiones, por su familia… La muerte forma parte del vivir. Yo no tengo miedo a la muerte porque sé que es un cambio de vida, no el final. El hombre es inmortal.
Usted ha dicho que los niños son lo más preciado de este mundo y proteger sus derechos es contribuir a hacer un mundo mejor. ¿Qué queda por hacer?
Lo dije ante la ONU y lo diré siempre, el niño tiene derecho a vivir su vida —por eso hay que dejarle vivir— y a ser identificado y registrado en el momento de nacer para evitar muchos males. El niño que ha sido feliz, aunque de mayor no lo sea tanto, siempre recordará su infancia como una felicidad. Queda mucho por hacer; lo primero es el amor al niño. Por eso los poderes públicos tienen que pensar que ni una sola moneda de euro se puede distraer en lujos si no se han cubierto las necesidades más elementales de las familias. Los que manejan los caudales públicos no tienen el mínimo derecho a llevárselos a su casa o a despilfarrarlos en obras absurdas que no sirven para nada.
El médico es como Jesús, el Buen Samaritano cercano a los enfermos y a los débiles, y a la vez el enfermo es el mismo Cristo sufriente. ¿Cómo le ha ayudado tener esto presente?
Es un espoleo constante a hacer las cosas mejor, con más conciencia, más técnica, más conocimiento, mejor trato… Todo en beneficio del enfermo. El fin del médico es dar más años a la vida y más vida a los años.
¿Qué opina de sus colegas que defienden el aborto y la eutanasia, en contra del juramento hipocrático de comprometerse a ser servidores de la vida?
Para mí no son médicos, pues en la facultad de Medicina no hay ninguna cátedra destinada a destruir la vida. Además, el médico siempre busca el bienestar del paciente y no su muerte, el procurar su bien y no aplicar el mal. A los niños hay que dejarles vivir; vigilar su sistema nervioso, su peso, su alimentación, lo que aprenden en el colegio…, e igual en el vientre de la madre. Hay que dejarles vivir en paz y así a los nueve meses nace un niño. Si es rubio con ojos azules, bien; que es moreno y con ojos negros, bien; que tiene síndrome de Down, bien… Porque sea como sea ¡es una persona! Nadie tiene derecho a matar a nadie y todos tienen derecho a vivir, aunque sea un niño polimalformado y vaya a vivir poco tiempo —como también el enfermo terminal—. Si no podemos hacer nada para prolongarle la vida, dejemos que se extinga cuando sea su hora, pero no nos lo quitemos de encima. El aborto y la eutanasia supone eliminar la vida, que es el mayor regalo que nos ha dado Dios.
una puerta a la esperanza
¿Mantiene la ilusión por mejorar este mundo como cuando empezó?
Por supuesto que sí. Tengo 84 años pero todavía puedo hacer muchas cosas. Recuerdo que al Dr. Enrique Salamanca, catedrático de Patología Médica, le preguntaron: “Usted, que lo ha sido todo en este mundo, ¿qué aspira más de la vida”. Contestó él: “Aspiro a ver a Dios”. “¿Y qué le dirá cuando le vea”. “Que más no he podido hacer”. Sería ideal que pudiera decir yo lo mismo.
¿Qué le ha proporcionado la experiencia de los años? ¿Qué tiene de bueno envejecer y ver el paso de la vida?
El haber vivido mucho da una experiencia fantástica. A medida que pasan los años uno va ganando serenidad; sabe lo que ha hecho, lo que no ha hecho, lo que debería haber hecho… y, aunque reconoce que siempre se podía haber hecho más, aprende a afrontar los engaños y desengaños. Se ha hablado mucho del consejo de los ancianos, y en medicina no digamos. Siempre se ha dicho: “Médico viejo, cirujano joven”. Envejecer no es malo, porque tener muchos años supone mucha riqueza intelectual, mucha vivencia sentimental… La universidad de la vida es lo que más enseña. Yo digo lo que Plácido Domingo: “Mientras pueda cantar seguiré cantando y alegrando el oído a los demás”.
¿Qué consejo da a las nuevas generaciones de profesionales de la salud?
Tres cosas: trabajar, trabajar y trabajar. Con eso se amplía el campo en todos los terrenos. Aunque las cosas estén difíciles, hoy día hay medios para conseguir lo que uno se proponga, siempre que se ande lo necesario.
¿Cree que Dios ha sido bueno con usted?
¡Ay, sí! Te puedo contar muchos detalles de mi vida en los que Dios ha estado ahí. Desde quedarme dormido conduciendo, despertarme justo en la curva y dar un volantazo, o sencillamente estar ante un enfermo grave que no sabía qué tenía e iluminarme Dios y salvar la vida de esa persona. Tengo la seguridad de que Dios siempre ha estado a mi lado. Dejándome, indudablemente, libertad para actuar, pero en el momento dado la ayuda de Dios conmigo ha sido francamente descarada. El balance es bastante positivo, con sus luces y sus sombras… Uno ha llegado a lo que ha podido, no a lo que ha querido, pero me quedo con haber hecho algo por los demás.