¿Hay algo más grande por lo que merezca la pena dar la vida que el amor? Carlos Morán no lo duda: “Para mí no existe mayor dicha que hacer presente a Cristo en el servicio a la verdad y la justicia”. Sacerdote y canonista, es desde hace cuatro años decano del Tribunal de la Rota en España, única réplica en el mundo de su equivalente en Roma. Para este entusiasta del Derecho, justicia y caridad no son términos contrapuestos, sino las dos caras inseparables de una misma moneda: el amor que nunca pide y siempre da. Pese a que cada año desfilan por sus manos cientos de causas de nulidad, sigue defendiendo el matrimonio como un prodigio de gracia y santificación en el que siempre se encuentran razones para vivir y razones para esperar.
¿Cómo has conocido el amor de Dios en tu vida?
Primero, a través unos padres extraordinarios. Luego, por buenos sacerdotes, como el cura de Almendros (Cuenca), mi pueblo, y desde los nueve años en el seminario menor de Uclés. Donde entre juegos y estudios, cánticos y travesuras fui descubriendo ese amor que se hacía vocación.
¿Cómo fue concretándose la llamada al sacerdocio?
Mi madre asegura que con tres años ya decía que quería ser sacerdote; yo de tan niño no lo recuerdo, pero sí desde que tengo uso de razón. Mi hermano estaba en el seminario y yo deseaba que llegara el domingo para visitarlo y jugar al fútbol con los seminaristas. ¡Dios se vale de cualquier cosa, sin duda alguna! He sido extraordinariamente feliz en esos años en los que fui conociendo a Dios y madurando mi vocación a través del deporte, la música, el teatro, la literatura… Los buenísimos profesores y formadores que tuve me ayudaron mucho a ello.
¿Cómo has acabado siendo sacerdote canonista?
Don José Guerra Campos, obispo de Cuenca, tuvo mucho que ver. Ha sido posiblemente la figura más decisiva de la Iglesia española del siglo XX, no solo en conocimientos, sino en sabiduría de santidad. Una vez me ordené sacerdote me sugirió estudiar Derecho Canónico en la Universidad de la Santa Cruz de Roma. Mi deseo era marcharme a la parroquia de cualquier pueblecito de la sierra, pero él lo vio así y lo acepté como un proyecto de Dios conmigo. Recuerdo sus palabras exactas: “Tus padres han hecho demasiado sacrificio entregando a sus hijos a la Iglesia, ahora le toca a ella. El obispo de Cuenca siempre tendrá para pagar a un cura que se forme en Roma”.
¿Realmente era lo que Dios tenía pensado para ti?
Sí, porque en cuanto empecé con los estudios me fascinó el Derecho Canónico. Estoy feliz de servir a la Iglesia en este ámbito; si no amara la justicia y el derecho desde la fe, no lo aguantaría. Es un trabajo muy duro y el prurito a nivel humano se me hubiera ido en dos meses. Sin los ojos de la fe solo vería expedientes y papeles; desde Dios veo a personas sufriendo.
[quote style=»3″]cetro de justicia es el cetro de tu reino[/quote]
¿Son justicia y caridad términos incompatibles?
En absoluto, ambas pertenecen a las entrañas del Evangelio. Es verdad que el amor es la razón última del obrar de la Iglesia, pero no podemos soslayar la justicia, porque es el elemento mínimo e imprescindible de la caridad. No se puede amar al otro si no se le da, como mínimo, lo que le pertenece. El sacerdote no es propietario de la misericordia de Dios, sino administrador de ella; y lo mismo ocurre con la justicia. El anuncio de la Palabra de Dios sigue criterios de justicia: el fiel tiene derecho a que se le hable de Dios. Un sacerdote que no predicara, además de malograr su misión, iría en contra del derecho de justicia que tiene todo hombre.
¿Necesita la Iglesia de tribunales?
Sí, y como hemos dicho, no es una contradicción con la caridad. Los tribunales de la Iglesia son el anverso de una moneda cuya cara principal es el derecho fundamental a la verdad y la justicia. Al poderoso no le gusta el derecho ni necesita de tribunales, porque quiere imponer su poder y comerse al débil. Sin embargo, la Iglesia —como Madre— ha articulado un proceso y una estructura jurídica al servicio del derecho a la justicia. Por eso hay que ver a los tribunales desde abajo, desde el fiel.
Pero la misericordia se ríe del juicio…
Es verdad, pero nunca puede ir en contra de la justicia, ni cancelar el dar a cada uno lo que es suyo. La Iglesia es madre y maestra cuando administra la justicia. En el caso del matrimonio, además, existe el derecho a saber la verdad sobre el estado personal. Es decir, si se está o no casado, a pesar de la apariencia de matrimonio.
[quote style=»3″]Él es justo y todo el que hace justicia es nacido de él[/quote]
¿Qué es el Tribunal de la Rota en España y a qué debe su nombre?
España es el único país en el mundo que tiene el privilegio de contar con un Tribunal de la Rota. Este hecho se remonta al siglo XIV, seguramente concedido por el peso de la Iglesia en España y de su Nunciatura. Normalmente el Nuncio (arzobispo representante diplomático de la Santa Sede ante un Estado) no tenía potestades jurisdiccionales, pero en España se le dio la facultad de juzgar; lo que constituyó “el Tribunal del Nuncio”. Con el pasar de los tiempos, las Cortes de Castilla pidieron al Papa un tribunal que, con carácter estable, pudiera juzgar en nombre del Sumo Pontífice, y le fue concedido. La configuración actual data del siglo XVIII, en el reinado de Carlos III. En la guerra civil se suspendió y seis de sus siete jueces fueron asesinados. Al acabar la contienda se reinstauró. En el presente se articula según las normas dictadas en 1999 por Juan Pablo II. Aunque han surgido voces de otros países pidiendo la supresión de este tribunal, y otras solicitándolo, seguimos siendo una institución única en el mundo. Su nombre completo es Tribunal de la Rota de la Nunciatura Apostólica, por copia del de la Rota Romana. Hay varias teorías, pero yo me decanto por pensar que es de la “Rota” porque el sistema de distribución de causas va rotando.
¿Quién lo forma y cuáles son los temas de su competencia?
Somos siete jueces sacerdotes, y luego tres defensores del Vínculo y varios notarios y secretarios, la mayoría laicos. Tratamos cualquier situación jurídica susceptible de conflicto entre fieles, hermandades… Pero la realidad es que el 95% de los casos proceden de matrimonios; al año recibimos unas dos mil peticiones de nulidad.
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Existe mucho desconocimiento y viejos tópicos en cuanto a la acción de este tribunal, ¿por qué?
Estamos en los medios de comunicación casi diariamente. La Iglesia en sí ya es criticada, pero nosotros somos el sector más incomprendido y criticado injustamente. Puede ser porque las sentencias no siempre gustan a todos. Ninguno de los jueces estamos libres de error, pero en esta institución buscamos la verdad con absoluta dedicación, a través de los mecanismos de conocimiento de la psicología, la psiquiatría, el derecho procesal, la vida conyugal, la afectividad, los trastornos y anomalías de la personalidad, etc. Hay un consejo que dice: “cuando administréis justicia, tened delante de vuestros ojos solo a Dios”, y así hacemos para no dejarnos llevar por la pena, la lástima o la celeridad. Puedo decir rotundamente y ante Dios que en todas mis decisiones jurídicas y administrativas lo único que ha dictado mi obrar ha sido la verdad, mi conciencia y la doctrina de la Iglesia.
¿Qué significa que un matrimonio se declare nulo? ¿En qué se diferencia frente al divorcio o la separación?
Hay que distinguir dos conceptos: la nulidad y la anulabilidad. La nulidad es declarar que un acto jurídico —en este caso el matrimonio— pese a su apariencia de válido, no fue tal. La anulabilidad, en cambio, afirma que esa realidad es válida, pero la rompemos o cancelamos, como es el caso del divorcio o la separación. Detrás de una solicitud de nulidad normalmente hay un elemento de fe y de conciencia: conocer su estado ante Dios, casarse nuevamente por la Iglesia, estar en paz, conocer la verdad de lo que vivió… Pero no siempre las motivaciones son religiosas. Las intenciones son tan variadas como las personas que la solicitan; hay gente que accede con motivaciones muy buenas, otras no tan buenas, y otras perversas. Los tribunales no preguntamos la razón ni entramos a juzgar el interior de la conciencia, solo analizamos los hechos que se nos presentan. Lo que ocurre es que estos entran en la intimidad de la persona y revelan conductas y rasgos de su personalidad. Más de una vez nos han dicho: “¿Cómo es posible que le hayan dado la nulidad a mi marido, que ha sido un sinvergüenza y un caradura toda su vida?”. Pues es verdad, lo ha sido, pero precisamente todas las pruebas aportadas nos sitúan ante una realidad de personalidad que hacen que ese matrimonio sea nulo.
¿Cuáles son las causas para que se otorgue? ¿Solo se conceden a los ricos y famosos?
Son muchas pero en la práctica las más comunes son la exclusión de la prole y la indisolubilidad, la incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio y el no consentimiento voluntario. La administración de la justicia por parte de la Iglesia no tiene nada que ver con criterios económicos. Habré participado en unos tres mil procesos de nulidad y entre los cuales, de “famosos”, no creo que hayan sido más de ocho o nueve. Solo se pagan las tasas, y si alguien no tiene recursos y lo acredita, ni siquiera. Todos los tribunales de la Iglesia son deficitarios, ya que el coste de los servicios prestados nunca se llega a cubrir con el importe de las tasas.
[quote style=»3″]clemente es Dios y justo; misericordioso es nuestro Señor[/quote]
¿Se puede esconder una “mentalidad divorcista” en la solicitud de la nulidad?
La mentalidad divorcista existe en la sociedad y por ósmosis se puede instalar en la Iglesia, tanto a la hora de casarse como de solicitar la nulidad. Es verdad que hay gente que pretende engañarnos, pero la verdad prevalece y al final las artimañas se destapan. Lo que ocurre frecuentemente, más que el deseo de engañar, es que la percepción de la verdad de los hechos de una parte es distinta de la percepción de la otra, incluso difiere hasta de la propia realidad que se vive. Por ejemplo, la personalidad inmadura tiene mucho desconocimiento de sí misma —además de otros rasgos como inestabilidad, intolerancia a la frustración, egoísmo, etc.—; por eso su percepción es diferente de la de una persona madura. ¡Y no es que esté mintiendo, es que lo aprecia de modo diferente!
¿Cuáles son los pasos a seguir?
El interesado presenta una demanda en el tribunal de su diócesis y se aplica el procedimiento como en cualquier otro proceso judicial: declaración de las partes, pruebas periciales… Su duración depende de la complejidad de la causa, pero en líneas generales, cuando llega al Tribunal de la Rota la media es de seis meses. No es necesario que ambos cónyuges estén de acuerdo en solicitarla.
¿Es el matrimonio un derecho natural o un producto cultural?
Si nos preguntamos qué es el hombre, su respuesta nos coloca esencialmente ante el amor: estamos hechos para amar. Pero no de un modo cualquiera; no es lo mismo amar un rato que para siempre, un amor profundo que uno superficial, ni un amor disperso que en exclusividad. Dos que se aman quieren estar juntos siempre, compartirlo todo y sin que interfiera nadie. Esto está en lo más profundo del ser humano ¡y hasta ahora no hemos hablado de Dios! Por eso el matrimonio es ante todo un derecho natural, que, además, para los bautizados, Cristo ha elevado a la categoría de sacramento. Sin embargo, la tragedia de la sociedad actual es concebir el matrimonio como un contrato entre voluntades que se tienen “afecto”, con lo cual si este se esfuma, desaparece el contrato. Partir de esta premisa conduce irremediablemente al fracaso, porque sobre algo momentáneo no se puede fundar una familia.
¿Buscar la nulidad es huir de la cruz? ¿Afirmar que Dios lo ha hecho mal?
Este es uno de los grandes temas que nos planteamos. La cruz es una condición indispensable para ser discípulo de Jesús: “El que quiera venir en pos de mí, que coja su cruz y me siga”. La cruz es personal y libre, porque si escapa de la libertad, ya no es cruz. La persona que tiene un trastorno de personalidad, por ejemplo, una gravísima inmadurez afectiva, no es que sea mala, es que está enferma. Es verdad que sus acciones son objetivamente malas y que provocan unas consecuencias dañinas, pero se escapan de su libertad. Y la persona que está a su lado no está obligada a llevar esa carga. A nadie se le debe imponer una obligación que es incapaz de asumir, y hay sujetos para los que la vida conyugal es tan imposible de llevar adelante que el contrato no es válido. Este no poder no es la cruz de la que habla Jesús en los evangelios.
[quote style=»3″]uno más uno igual a tres[/quote]
¡Qué importante es por tanto el noviazgo!
El matrimonio es un acto tan relevante en la vida que debe ser meditado y preparado a conciencia, y para eso sirve el noviazgo. Sin embargo, más importante aún es la preparación remota, es decir, la que se enseña en la familia. ¿Dónde aprende una niña a ser esposa y madre? Pues mirando a su madre. ¿Y dónde aprende un chico a ser esposo y padre, y a respetar a las mujeres? Mirando a su padre. Yo he hablado mucho en clase, en charlas y conferencias del amor, pero cuando pienso en la donación y la entrega, automáticamente me viene a la cabeza el matrimonio de mis padres. El amor, como tantas otras cosas en la vida, tiene sus tiempos. La juventud es la etapa de sembrar, de descubrirse y conocerse, pero no es el momento de anticipar lo que vendrá después. Toda acción tiene sus consecuencias, y si anticipo el futuro, lo malograré. Por eso los jóvenes que viven en pareja no hacen lo adecuado, y no solo por una cuestión de pecado, sino de consecuencias. Vivir juntos sin estar casados responde a una dinámica de “lo quiero, me apropio”, y el amor es justamente lo contrario: “lo quiero, me expropio”. Debo aprender lo que es la renuncia para que llegue el momento en que te pueda decir: “Puedo amarte como debes ser amado, y puedes amarme como necesito que me ames”.
¿Cómo afrontar y evitar las dificultades que surgen en la vida matrimonial?
Las dificultades deben ser una ocasión para aumentar el nivel de confianza y comunicación con el otro, para amarse y entregarse más aún. El matrimonio en crisis debe hacer lo que pájaros: cuanto más se dobla la rama, más se aferran a ella. Cuando uno no está en paz, las decisiones que se tomen siempre serán equivocadas. Aquello de San Ignacio de “en periodo de turbación no hacer mudanzas” es una gran realidad. Por eso se deben buscar momentos de paz, de presencia e intimidad con el Señor. A veces también hay que dejarse aconsejar por especialistas.
¿Es posible quererse para toda la vida?
¡Claro que es posible! Es más, el ser humano está creado para un amor para siempre. El hombre solo manifiesta plenamente su libertad cuando se compromete de por vida. Afirmar del hombre que no es capaz de llevar adelante sus compromisos, no es hacerlo moderno: es hacerlo pequeño. El yo débil es el que no puede establecer obligaciones para toda la vida; obviamente esto requiere un sacrificio y un esfuerzo, y la fe ayuda. La vida conyugal no es fácil porque el hombre y la mujer son diferentes, aunque complementarios. Los hombres necesitamos sentirnos admirados, y si la mujer lo machaca continuamente, el efecto es pernicioso para la relación. La mujer, por su parte, demanda delicadeza, ternura, cariño, y eso el esposo debe tenerlo en cuenta. Todo esto tiene que comprenderse, intercambiarse y ser integrado en el día a día de la pareja.
Conociendo tan bien las grandezas y miserias del alma humana, ¿sigues confiando en el género humano?
Soy profundamente optimista, pese a las tragedias que conlleva la mentalidad modernista. La entrega de un hombre y una mujer, hecha ante Dios, con la involucración personal de todo lo que son, tienen y viven, es tan verdadera y bella que siempre tendrá la posibilidad de ser vivida. Cuando hablo a los adolescentes del amor en el matrimonio se quedan maravillados. Mientras haya jóvenes que desean esto para sí, habrá vida.
¿Crees que Dios ha sido bueno contigo?
Excesivamente bueno cada día. Uno de los salmos que rezo con más devoción es: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. En su bondad y misericordia veo confrontadas mis propias miserias, pero le pido al Señor poder cumplir, al menos, la bienaventuranza que dice: “Dichosos los que trabajan por la paz y la justicia, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.