“Dios me ha salvado de la muerte de vivir en el rencor y el odio”
Comenzaba a rayar el alba y todo hacía pensar que iba a ser un día como los demás. Pero la tranquilidad de una vida cómoda se vio rota, cuando cuatro hombres armados irrumpieron violentamente contra Arnold y se lo llevaron a la fuerza. En breves segundos sintió que era empujado hacia el abismo sin poder evitarlo. Sin embargo, gritó al Señor en su angustia y Él le escuchó. Descubrió que junto a sus manos atadas con cuerdas estaban las de Cristo, taladradas por clavos, y encontró consuelo. Al poco, lo liberaron pero nunca volvió a ser el mismo. Desde entonces, este profundo encuentro ha impreso en él y en su mujer, Mariela, una nueva dinámica de amor; Dios no es algo sobreañadido a sus vidas, es una presencia activa que engrandece el nuevo día, aunque el peso de los problemas se empeñe en aplastarlo. Con asombro y a la vez gratitud emprenden el reto diario de caminar en la voluntad de Dios, pues para lidiar en la vida no hay mejor armadura que la fe.
¿Cómo conocisteis el amor de Dios?
Mariela: Nací en Ucrania, de padre ucraniano y madre hondureña. Mis abuelos eran comunistas y enviaron a mi madre a la Unión Soviética para que se formara. Allí se conocieron mis padres, se casaron y con el tiempo decidieron vivir en Honduras. La fe que han transmitido a sus hijos ha sido muy primitiva, pero conocí a Arnold, me invitó a unas catequesis y me entusiasmaron. Ahí empecé a descubrir a Dios.
Arnold: Mis padres han vivido la fe de modo muy comprometido, aunque verdaderamente el amor de Dios lo he conocido en el sufrimiento, a partir de un secuestro que padecí en Honduras.
Cuéntanos cómo sucedió todo.
Arnold: Hacía unos meses que nos habíamos casado y todo era alegría. Mariela estaba embarazada, trabajábamos los dos, teníamos dos coches, una casa preciosa, etc.; pero un día cambió todo por completo. Mariela se había marchado con su madre a Tegucigalpa y yo me quedé solo en casa. Esa noche le pedí al Señor una experiencia fuerte de su paso por mi vida, pues esta era demasiado tranquila y necesitaba sentir su presencia. Al día siguiente, cuando arranqué el motor del coche para ir al trabajo, me asaltaron cuatro hombres; mientras uno me encañonaba con una metralleta, me encapucharon y metieron en otro coche. Me acordé de lo que había pedido el día anterior y dije: “Señor, mejor no, mejor no”. No podía creer lo que me estaba pasando.
¿Cómo supo tu familia que te habían secuestrado?
Arnold: Ese día tenía una reunión de trabajo en la empresa familiar, y al ver que me demoraba, mi hermano se acercó a mi casa. Al llegar vio el motor de mi coche encendido, la puerta del conductor abierta y las huellas de otro coche en el suelo. Aporreó la puerta y, al no abrir, pensó: “Se han llevado a Arnold”. Mi padre llamó a la Policía y, en el transcurso del día, los secuestradores se pusieron en contacto con la familia.
el auxilio me viene del Señor
¿Dónde te llevaron?
Arnold: Estuve dos días sin comer, encapuchado, atado de pies y manos, y encadenado a una silla. Sonaba una música estrepitosa durante las 24 horas del día y a cada rato me amenazaban con matarme si intentaba escapar. Yo lloraba todo el tiempo. ¿Por qué a mí?, me preguntaba. A los dos días me sacaron a empujones de ese lugar.
¿Te liberaron?
Arnold: No. Me llevaron a otro lugar donde me encadenaron a una cama. Dentro de mí empezó un combate tremendo entre el bien y el mal: mi instinto de supervivencia me hacía pensar en escaparme —“defiéndete, te van a matar”—; pero por otro lado me venían a la cabeza las palabras del Salmo “Espera en Dios, que volverás a alabarlo”, que me animaban a no resistirme al mal. Poco a poco la furia comenzó a desaparecer. Empecé a rezar y a darle gracias a Dios porque me habían secuestrado a mí y no a mi mujer, a mis padres o a mis hermanos. “Dios mío, ven en mi auxilio…”, repetía sin cesar. Me venían todos los salmos a la cabeza, los recitaba y me aliviaban.
¿Los secuestradores notaron el cambio de actitud?
Arnold: Sí. Dejé de llorar, e incluso cuando entraba alguno de ellos violentamente al cuarto para amenazarme e insultarme, le decía: “Estoy rezando por ti”. “Pues reza, reza, que te hará falta, porque si no sale bien la negociación te vamos a matar”, me decía. Yo era consciente de que así sería, porque a muchos los mataban aun cobrando el rescate. Pero dentro de la angustia, estaba en paz ya que cuando hablaba con Dios le notaba presente. ”Señor, si es posible, déjame conocer a mi hijo. Pero que se haga tu voluntad”.
Obviamente, no te mataron. ¿Cómo ocurrió el desenlace?
El quinto día, de madrugada —distinguía si era de día o de noche por un pequeño agujero en el techo— me sacaron del zulo a empujones. “Vámonos, pero si haces alguna estupidez te matamos”, me repitieron. Sabía que en unos minutos se iba a definir todo: o me liberaban o me mataban. Me metieron en el coche y al cabo de una media hora de camino me hicieron bajar. Me quitaron la capucha, me dieron dinero para un taxi, me indicaron dónde ir y me gritaron: “Ponte a correr”. Yo apenas podía mover las piernas después de haber estado tantos días inmovilizado, y ahí pensé que me pegarían un tiro por la espalda. Corrí como pude, medio a rastras, y vi que seguía con vida. Comencé a llorar de emoción y a darle gracias a Dios. Llegué a la autopista y milagrosamente pasó un taxi. Al taxista le sorprendió que alguien pudiera estar por ahí a esas horas, pero me llevó al lugar indicado, las puertas de un hospital. Cuando bajé del coche vi a mis padres y a la policía, que salía de su escondite. ¡Calma, ya ha pasado todo!, me decían llorando de emoción. Después de ir a la comisaría a prestar declaración y de hacerme una revisión médica me llevaron a casa. Al entrar, vi a un gran número de personas cantando y llorando: “Gracias a Yavhé, Aleluya. Gracias a Yahvé, Aleluya”. ¡Fue impresionante!
preservaste mi alma de la fosa
¿Cómo viviste tú el secuestro, desde el otro lado?
Mariela: Yo estaba en Tegucigalpa y ese mismo día regresaba. Hablé con Arnold esa mañana temprano para concretar la hora a la que debía recogernos en la estación de autobuses. Cuando llegamos esa tarde, me sorprendió ver a mi suegra. Mi madre bajó primero del autobús y hablaron entre ellas con una cara que me hizo saltar las alarmas. Me dijo que a Arnold lo habían secuestrado. Ahí se me vino el mundo abajo. En Honduras hay mucha pobreza y falta de educación, lo que hace que la delincuencia sea tan brutal que te pueden matar por un móvil. Vivíamos en San Pedro de Sula, la segunda ciudad más insegura del mundo, después de Ciudad Juárez, en México. Nuestro miedo era pensar que podía estar muerto en cualquier sitio. Llegué a casa de mis suegros y me encontré con toda la familia reunida, llorando. Yo estaba embarazada de siete meses y del disgusto empecé a tener contracciones. Decidí marcharme a mi casa con mi madre los primeros días y con una amiga el resto. No pisé la calle para nada; solo me consolaba rezar y escrutar la Palabra de Dios. Pedía a gritos una respuesta: ¿Por qué, Señor? Al igual que Arnold, el tercer día empecé a serenarme cuando leí: “Pedid y se os dará”. Ahí entendí que el que lo soltaran no dependía de mí sino de Dios. Entonces confié en Él y descansé.
¿Cómo se llevaron a cabo las negociaciones?
Arnold: Mi padre tuvo el temple de negociar con los secuestradores. Llamaron al cabo de unas horas informando que me tenían retenido y exigiendo una cantidad exagerada de dinero por mi rescate. Mi familia salió por las calles pidiendo dinero y oraciones. Recaudaron tanto que una parte se la llevaron a la esposa de un profesor de Universidad que también lo habían secuestrado.
¿Es fácil olvidarlo? ¿Es posible perdonar?
Arnold: Intenté retomar la vida normal, pero me sentía raro. La Policía me dio unas indicaciones: no seguir siempre la misma ruta, no detenerme en los semáforos al lado de un coche, no dejar espacio para que circule una motocicleta, no tener horarios estrictos, no salir de noche… Pero esto me creaba mucha tensión. Respecto al perdón, Dios me ha permitido perdonar de corazón. Con el tiempo, la Policía sorprendió a mis secuestradores preparando otro secuestro y los detuvieron. Descubrimos que uno de ellos era hijo de unos íntimos amigos de la familia; mis padres eran padrinos de algunos de sus hijos y sus hermanos trabajaban con nosotros. Pero este era el hijo mayor, que se había marchado a Estados Unidos a probar suerte, y no lo conocíamos. La Policía me llevó al zulo donde me retuvieron y allí estaba él con su hermano, al que sí conocía bien, quien me pidió perdón avergonzado por lo que me había hecho su hermano. “No te preocupes —le dije muy tranquilo—, ya lo he perdonado”. Al secuestrador le dije lo mismo. Lo más triste era ver a sus padres llorando desconsoladamente y pidiéndonos perdón. También mis padres los pudieron perdonar. “No os preocupéis, ya ha pasado todo”. Es cierto que lo primero que te sale es: “Estos me las pagan”; pero si Dios me ha perdonado, dejándome vivo y permitiéndome conocer a mi hijo, cómo no voy a perdonar yo a mis secuestradores. Dios me ha salvado de la muerte inmediata y también de la muerte que supone vivir en el rencor y el odio.
¿Cómo llegasteis a España?
Arnold: A los seis meses del secuestro me llamaron de la Universidad Complutense de Madrid anunciándome que había sido admitido en el máster de Arquitectura Domótica que solicité antes del secuestro. Vimos que era la oportunidad de poner tierra de por medio durante un año. Lo que no sabíamos era que también en España íbamos a vivir otra historia igual de emocionante…
¿Qué pasó aquí?
Mariela: Llegamos los tres —nuestro hijo ya había nacido— y pasamos un año en Madrid. Poco antes de que Arnold acabara el máster y volviéramos a Honduras, al niño se le inflamaron los ganglios. Después de muchas prueba, el neurólogo mandó hacerle un análisis genético. Decidimos seguir en España hasta que dieran con el diagnóstico y mientras tanto yo haría un máster en Arquitectura de Interiores, con la idea de regresar a Honduras un año después. Al día siguiente de enterarnos de que estaba nuevamente embarazada, nos dieron los resultados de las pruebas. El niño tenía distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad degenerativa que no tiene cura. ¡Nos cayó un jarro de agua fría! Ahí le dije a mi marido: “A ver qué has pedido que es la segunda vez que nos vemos en una situación donde nadie nos puede ayudar, solo Dios”.
Arnold: Nadie, ni nosotros, ni nuestros padres, ni el dinero —porque en el secuestro aun pagando me podían haber matado—, ni los médicos, etc. podían salvar a nuestro hijo. La situación solo dependía de Dios.
no hay nada mejor que vivir con el Señor
¿Cómo os lo tomasteis?
Arnold: La verdad es que no muy bien y nos rebelamos contra Dios. Sin embargo, en la primera revisión de este segundo embarazo, cuando le comentamos a la ginecóloga la enfermedad del primer hijo, sin mediar palabra nos dispensó un volante para abortar por urgencias. ¡No nos lo podíamos creer! ¡Venimos de una sociedad donde la vida humana no vale nada, ya que te pueden matar por unas zapatillas, y llegamos a otra donde pasa lo mismo, puesto que la vida del no nacido también está en peligro! ¡Por amor de Dios, no quiero más experiencias!, pensé.
Mariela: Tuvimos que luchar contra viento y marea, pero finalmente nació Camila. Aunque también Dios quiso encontrarse con nosotros por medio de ella: al nacer nos comunicaron que sufría una parálisis facial y debían comprobar si le había dañado el cerebro. ¡Otra vez a llorar y a rezar! Gracias a Dios, neurológicamente no le ha afectado y solo es una cuestión estética que se aprecia al sonreír.
Después habéis tenidos dos hijos más. ¿Por qué no os habéis cerrado a la vida, sabiendo que podían padecer o transmitir la enfermedad?
Arnold: Simplemente nos hemos fiado de Dios. Al principio nos rebelamos, pero luego fuimos descubriendo que Dios es nuestro Padre y nos cuida. Y que si estos hijos están aquí es por su gracia, pues yo cuando estaba secuestrado le pedí al menos conocer a Arnold y he podido conocer a tres más.
Mariela: Dios lo ha cuadrado todo muy bien y las cosas han ido sucediendo a su debido tiempo. Camila fue un punto de inflexión en nuestra vida, porque descubrimos que el futuro es impredecible y no está en nuestras manos. El Señor siempre ha actuado en nuestra vida, por eso nos fiamos de Él, pase lo que pase. He tenido cuatro cesáreas y, aunque el último fue un parto difícil, salió todo bien. Sabemos que Dios está desde el primer momento en la vida de nuestros hijos; que Él los cuida y vela por ellos. Ya había nacido el pequeño, Mateo, cuando descubrieron que yo no soy portadora y que nuestro hijo Arnold es el pionero en la familia.
¿En qué manera os condiciona la enfermedad de Arnold?
Arnold: En muy poco. No nos impide llevar una vida normal y tratarlo como a uno más. Mentiría si no dijera que a veces, como padres, lo pasamos mal cuando vemos que no puede hacer lo que para los demás es muy simple, como correr o jugar al futbol. Esa impotencia a veces nos frustra, por eso el combate lo tenemos a diario. Pero sabemos que Dios lo cuida y le da otras compensaciones. Además su enfermedad ha venido en ayuda nuestra, porque nos hace vivir el hoy. Hemos aprendido que no vale de nada proyectarnos ni programarnos.
en tu mano hay poder y fortaleza
¿Cómo se sobrevive a una tribulación tan repentina: el secuestro, la enfermedad de Arnold, la parálisis de Camila?
Arnold: ¡Y el paro! Abrimos una tienda de decoración y al principio nos fue bien, pero con la crisis la tuvimos que cerrar. A los dos meses yo me quedé sin trabajo y así llevo casi un año. De nuevo la misma experiencia de no poder hacer nada: no cobro la asignación por desempleo porque soy autónomo y tampoco mi carrera de Arquitectura ni mis tres másteres me pueden dar un trabajo si Dios no lo permite. ¿Que cómo se vive? Con mucha oración y pidiendo discernimiento. Hay días durísimos —porque el demonio pretende interpretarme la historia de otra manera—; sin embargo, Dios ha provisto para nuestra familia a través de formas inimaginables. Pero hay que vivir la precariedad para saber realmente que es Dios quien provee. Todos los días damos gracias a Dios por la vida, que es una gracia, porque hemos estado a un tris de perderla. Desde hace poco, Mariela ha conseguido un pequeño trabajo durante los fines de semana.
Todo ocurre para el bien de los que lo aman. ¿Cómo seríais vosotros sin estos acontecimientos?
Mariela: Muy diferentes. Antes de suceder esto creíamos que todo lo merecíamos y controlábamos. ¡Qué bueno es Dios con nosotros!, pensábamos, porque todo nos salía según nuestros planes. Ahora vemos que nuestra vida es como un electro, tiene picos de subidas y bajadas, pero Dios lo quiere y es lo mejor. Como matrimonio también nos ayuda a vivirlo juntos ya que cuando uno cojea, el otro está fuerte.
Arnold: Yo le pedí a Dios una experiencia fuerte de su presencia porque esa vida tranquila no me satisfacía. También le pedí que fortaleciera nuestro matrimonio y me escuchó. Estos acontecimientos de sufrimiento lo han robustecido porque nos han unido entre nosotros y con Dios. Nos hacen ver que el “otro” es Cristo.
¿Dónde está realmente la felicidad? ¿Dónde reside la paz?
Arnold: Para mí en refugiarme en el Señor y que Él lo haga todo, porque me doy cuenta de mi impotencia y de mi incapacidad. Yo soy un soberbio y así seré toda mi vida; pero cuando empiezo a murmurar rezamos y Dios nos concede la paz. El demonio nos dice: “¿Dónde está ese Dios del que tanto te hablan en la Iglesia? Si es tu Padre, ¿por qué no te da un trabajo?”. Pero después miro lo que tengo y digo: “Las cuentas no salen si no es Dios quien las cuadra”. Vinimos a España para hacer un máster y volver a Honduras con la vida resuelta; sin embargo, los planes de Dios con nosotros son otros.
¿Dios lo hace todo bien?
Arnold: Sí. Yo soy muy soberbio y violento, y el Señor me está trabajando duramente la humildad. Me tiene cerrado en un puño, porque si no, ¿qué sería de mí? Desde bien joven he trabajado para no pedir nada a mis padres y demostrar que “yo soy”, que “yo puedo”, y así tener el afecto de los demás. Poco a poco el Señor me ha demostrado que donde yo ponía mi afán, no vale nada. Ahora estamos viviendo un tiempo de gracia, aunque con sufrimiento, es verdad.
Mariela: Él no deja de buscar oportunidades para encontrarse con nosotros. Hay veces que no me resisto y otras, en cambio, lucho y lucho como Jacob. Pero Dios me vence porque Él lo puede todo.
¿Creéis que Dios ha sido bueno con vosotros?
Arnold: Ha estado grande y esta experiencia es lo que me sostiene en las dificultades. No hay otro dios fuera de Dios.
Mariela: Llevamos una vida intensa, pero esto nos hace valorar cosas tan simples como ir al parque con los niños, ya que en Honduras es impensable por la delincuencia. A veces le digo al Señor: “No te empeñes tanto en nosotros”; pero sé que siempre es para nuestro bien.
Victoria Serrano