“Es muy difícil transmitir la fe si no hemos dado ejemplo de felicidad en ella”
Alonso Morata Moya, natural de Mula (Murcia), es desde hace unos meses el nuevo director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades. Su dilatada experiencia como rector en los Seminarios de Toledo, Valladolid y Zaragoza le permite ahondar en el profundo sentido de toda vocación —en especial en el de la vocación sacerdotal— y descubrir que donde hay amor no puede faltar entusiasmo, disponibilidad, generosidad y fortaleza.
¿Qué representa para usted este cargo?
Una muestra de confianza a la que he de responder con un trabajo hecho no desde la teoría, sino desde el conocimiento real de lo que necesitamos hoy para que el sacerdote mire adelante y escuche las palabras que Dios le dirige. Echar la mirada atrás con nostalgia es no saber caminar en la dirección que Dios pide a la comunidad cristiana, no solo a los sacerdotes.
Animar la vocación sacerdotal es uno de los desafíos del Papa Francisco.
Es uno de los tres deberes que el Papa Francisco nos pone a obispos, sacerdotes y comunidad cristiana: los pobres, la sencillez de vida y las vocaciones. Él califica la falta de vocaciones de “grande” y “doloroso” problema. Grande, porque sin el sacerdocio las comunidades van a la deriva, el pueblo empieza a sentirse no-pueblo de Dios, el sentido de comunidad se pierde y la “vida cristiana” (la vida, no los preceptos que son indicadores de cómo ha de ser esa vida) se convierte más en una ideología que en una forma de reflejar el ADN de Dios Padre: su misericordia, su ser bondadoso, su estar con los brazos abiertos para acoger… La Parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) es el retrato del Padre que nos da Jesús: un padre que sale al encuentro del hijo y lo abraza, sin pedirle explicaciones. Lo importante es que ha vuelto; y por otro lado, el problema es doloroso porque apunta a una falta de comprensión de quién es el que llama, ya que no hemos descubierto el rostro auténtico de Dios, sino el que nos hemos forjado con nuestros prejuicios y “lugares comunes” recibidos. Así es muy difícil transmitir la fe a nuestros hijos, que buscan afanosamente la felicidad y solo la encuentran en las cosas externas, porque no les hemos dado ejemplo de felicidad en nuestra vida creyente.
tras las huellas de Jesús
¿Ejercemos los católicos esa labor testimonial o la dejamos en las manos de los sacerdotes?
Durante muchos años se ha identificado Iglesia solo con sacerdotes, religiosas y religiosos —ya el mismo nombre de sacerdote es un error, porque todo bautizado es sacerdote—. El ministerio ordenado es cosa de toda la comunidad, como lo son los laicos comprometidos, pero durante muchos siglos el “sacerdote” asumió todas las tareas y —pese a que el Vaticano II habla de comunidad, de pueblo sacerdotal y dedica a los laicos y su función el Decreto “Apostolicam actuositatem” que es una prolongación de la Lumen Gentium y después la encíclica Christifideles laici de San Juan Pablo II— parece que no es fácil que el laico tome las riendas de las tareas que le son propias. Solo una comunidad viva hace que haya quienes respondan a ella en su modalidad laical —la más numerosa—, vida consagrada o ministerio ordenado.
¿Cree que la juventud de hoy conoce la espiritualidad de la Palabra?
Los jóvenes siempre son la fuerza de futuro. La vida cristiana no les es fácil en los ambientes en los que se envuelven, pero también hay que decir que faltan más testigos de la alegría del Evangelio. Según eso ellos responden con ilusión a la Palabra pero muchos han sido meros receptores de palabras, a veces de sermones tediosos, sin vida… ¿Cómo responder así en tensión de discípulo? Quizás necesitemos ponernos al ritmo de ellos para que reciban un mensaje actualizado. Jesús no es un personaje de la historia, sino quien hace nuestra historia personal. Él es la Palabra; vivir como Él es empaparse de la Palabra. No consiste tanto en saber como en vivir.
En el día del Seminario de este año se escogió el lema “La alegría de anunciar el Evangelio”. ¿Cómo se anuncia hoy el Evangelio?
La palabra ya lo indica: euaggelion significa anuncio alegre. No se puede anunciar el Evangelio, la buena noticia por excelencia, en estado de depresión o, como suele decir el Papa Francisco, en situación de acedia, desencanto. El lema está claramente tomado de la Evangelii gaudium, el estado de ánimo apropiado para anunciar el Evangelio.
mira que estoy a la puerta y llamo
La vocación sacerdotal ¿no se presenta más como una vida que se entrega y no como una vida que se recibe al decir a Dios “aquí estoy”?
Creo que no hay mucha diferencia: es una llamada de Dios que te insufla vida para que la transmitas. Al responder, sabes que no te la entregan para ti sino para la comunidad humana.
¿Habría más amor al sacerdocio si los que participamos de la Eucaristía viésemos en su liturgia una teofanía?
Cuánto más se sienta en una celebración como la Eucaristía la presencia de Dios en Jesús, con el Espíritu, mayor será el deseo de que los que presiden la celebración, en servicio al pueblo, sean numerosos y santos. Lo malo es considerar que es una obligación y que voy porque hay un precepto. Si es así, nos desconectamos y nuestra presencia es tan viva como la de las imágenes que tenemos en el templo. No hay fiesta del Señor con la comunidad.
¿Se puede ser discípulo de Jesús sin amar su Evangelio con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas?
El Evangelio es Jesús. Sus palabras explican quién es el Padre y quién es Él; la identificación que hay entre ellos y la necesidad de que el Espíritu sostenga nuestras vidas. La shemá judía dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”.
“no temas, desde ahora serás pescador de hombres”
El Papa Francisco les dice a los sacerdotes que sean pastores que huelan a oveja. ¿Cómo puede ser esto si algunos tienen que asistir hasta a seis parroquias?
Incluso más. El sacerdote tiene que compartir la vida del pueblo, ser uno más. Desde el momento en el que viene solo un rato a celebrar los domingos o los sábados por la tarde, se convierte en un funcionario que sella nuestros documentos. De aquí la necesidad de más sacerdotes. Porque no es solo quien celebra la Eucaristía, sino quien nos da con su vida ejemplo de evangelizador y vivimos desde él una evangelización continua.
Como consecuencia del Concilio Vaticano II se secularizaron numerosos sacerdotes que hoy están dentro de la fe. ¿Se les podría encomendar algunas funciones similares al diaconado?
Si son sacerdotes siguen siéndolo. Yo conozco más de un caso de vuelta a ejercer el ministerio. Hace poco el Papa nos ha dicho que el celibato, que es un don, no es una ley que no se pueda modificar. Mientras tanto hay bastantes que ayudan en sus parroquias con eficacia y alegría.
¿Cuáles pueden ser las causas de la fragilidad vocacional: carencia de maduración humana, falta de motivaciones de fe, debilidad de los caminos formativos, escaso dinamismo espiritual de las diócesis…?
He dedicado la mayor parte de mi ministerio a la formación de seminaristas de cara al sacerdocio, y he visto que las causas de la falta de respuesta son muchas. Algunas parten de la misma visión que se tiene del ministerio, de la imagen que se ha dado. Otras son causas que dimanan de la sociedad en la que vivimos: los medios de comunicación son muy importantes a la hora de las decisiones de los más jóvenes. La falta de presencia activa en algunas diócesis, el refugiarse en pasados sin horizonte. Pero hemos de tener en cuenta que Dios sigue invitando a muchas personas a hacer este servicio, por lo tanto, hay que proporcionar los espacios de silencio para que se escuche esta Palabra que llama, como a Samuel, en tiempos en los que no era frecuente la escucha de la Palabra y en el ámbito de la noche. Para eso es necesario que haya buenos acompañantes que hagan surgir las preguntas en los jóvenes.
¿Esperanza en tiempo de desesperanza?
La esperanza es virtud de aquellos que confían en Dios. Charles Peguy decía que la virtud que Dios más admira es la esperanza. La Sagrada Escritura está llena de personas que esperaron contra toda esperanza y, por medio de ellas, Dios llevó a cabo su proyecto de salvación para el hombre. ¿Por qué ahora no? Somos hijos de un Dios que, como dice la Madre Esperanza —fundadora de la Congregación de Esclavas del Amor Misericordioso—nos ama tanto que no puede vivir sin nosotros.
Miguel Iborra Viciana