Un método nuevo para una juventud distinta
Alfonso López Quintás es catedrático emérito de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid, de L’Academie Internationale de l’Art (Suiza) y de la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador en 1970 del Seminario Xavier Zubiri y, en 1987, de la Escuela de Pensamiento y Creatividad (EPC), proyecto formativo con gran presencia en España e Iberoamérica. Ha dado numerosos cursos y conferencias en diversas naciones y escrito más de cincuenta obras de filosofía, teoría de la creatividad y pedagogía. Esta amplia labor se ha dirigido, desde el principio, a realizar una misión muy determinada: elaborar un método de enseñanza adecuado a la infancia y la juventud actuales. Este método lo expone en varias obras y, de modo especial, en tres cursos online que, avalados por la universidad madrileña Francisco de Vitoria, ofrecen a quienes los realicen el título de Experto universitario en creatividad y valores. Vale la pena conocer esta oferta, fruto de tan generoso esfuerzo.
Usted promueve desde hace años, en España e Iberoamérica, un proyecto formativo denominado “Escuela de Pensamiento y Creatividad”. En una gran universidad privada de México se creó una “Cátedra de creatividad y valores” que lleva su nombre, y en diversas universidades se están dando cursos en la línea de esta Escuela, caracterizada por su peculiar método de enseñanza. Esos cursos los está ofreciendo usted on line, con notable provecho —al parecer— para quienes los realizan. ¿Cuál es su finalidad?
Ofrecer a niños y jóvenes el tipo de formación que los padres suelen desear para sus hijos. Un joven de unos 18 años hizo en TVE esta declaración: «Hasta hace poco yo era totalmente feliz: adoraba a mi madre, con la que vivía; admiraba a mi novia, disfrutaba con mi carrera. Pero un mal día me entregué al juego de azar, y me convertí rápidamente en un adicto, un enfermo del juego, un ludópata. Y, desde entonces, ni mi madre, ni mi novia ni mi carrera me interesan nada; solo me interesa seguir jugando. Y lo que más rabia me da es que todo lo hice libremente, y ahora me veo convertido en un esclavo». El pobre chico se expresó con una infinita tristeza y terminó con las manos cruzadas, como si estuviera esposado. ¿Qué tipo de educación hubiera querido su madre que le hubieran dado?
Sin duda, una formación que lo alertara de los peligros de la adicción…
Ciertamente. Pero esa alerta debe extenderse a otras cuestiones, por ejemplo la necesidad de conocer las diversas formas de libertad y ejercitar sobre todo las formas más valiosas. Los padres sugieren a sus hijos lo que pueden hacer y lo que deben evitar. Esos niños acaban intuyendo que unas acciones son convenientes para ellos y para los demás, pero otras no. Y se ven llevados a seguir las instrucciones de sus mayores, es decir, a obedecer. Pero llega la adolescencia y se acrecienta su afán de actuar libremente. La libertad parece enfrentarse a la obediencia, y los jóvenes se ven enfrentados a un dilema: o lo uno o lo otro. Un día, explicaba en una clase las distintas formas de libertad. De pronto, una joven alumna levantó la mano y me dijo con tono amable: «Profesor, no se fatigue, pues todo es más sencillo. La libertad y las normas se oponen; y, como yo prefiero la libertad, me quedo con ella y aparco las normas». Le respondí, muy tranquilo: «Señorita, estoy de acuerdo con usted, pero solo en el nivel 1, cuando ejercitamos la libertad de maniobra, la libertad para hacer lo que nos viene en gana. En el nivel 2 —el de la creatividad y el encuentro— sucede todo lo contrario: la libertad y las normas se enriquecen mutuamente. ¿Ha visto alguna vez tocar a Daniel Barenboim los conciertos para piano y orquesta de Mozart? Obedece a la partitura, y cuanto más fiel le es, más libre se siente, es decir, más seguro en la interpretación, más elegante y expresivo. He aquí las cualidades de la libertad creativa. Ya tenemos una segunda forma de libertad, más elevada y fecunda. Intenta cantar a coro una obra polifónica. Verás cómo cada voz es independiente; el bajo no puede inmiscuirse en la actividad del tenor o la soprano, pero todos colaboran al mismo fin de interpretar bien la obra. A ninguno le interesa hacer lo que quiera al cantar; lo único que desean es cantar bien su parte y adaptarse a los demás con el fin de lograr una interpretación perfecta.
libertad de maniobra y libertad creativa
Me parece magnífico que hayamos descubierto una nueva forma de libertad que no se opone a la otra —la de maniobra—, sino que la enriquece.
Justo. Tendemos mucho a oponer las distintas formas de actuar y olvidamos lo más importante: que en la vida nos desarrollamos al conjugar acciones de distinto valor. Yo puedo cantar y mis compañeros de coro también. Tenemos libertad de maniobra para interpretar una obra o no. Pero, si nos ponemos a ello, debemos hacerlo siguiendo las indicaciones de la partitura y del director. Al usar nuestra libertad para obedecer a quienes nos perfeccionan, coordinamos la libertad de maniobra y la libertad creativa, la libertad para dar vida a una obra. Esa coordinación es fuente de inmensa belleza.
Lo que no entiendo es que algo tan claro y prometedor como lo que acaba de explicar no suela ser reconocido por los jóvenes.
Hablando en general, así sucede, y no sin motivo, pues la sociedad les ayuda poco a descubrir las diversas formas de libertad y su capacidad de integrarse y enriquecerse mutuamente. En cierto telediario de gran audiencia, un locutor dio la noticia de la muerte de la cantante Janes Joplin. Recordó que había sido considerada como “la reina blanca del blues” y, tras entregarse a toda suerte de drogas, había sucumbido por una sobredosis. Terminó diciendo: «¡Fue una mujer totalmente libre!». ¿Están los jóvenes de hoy preparados para advertir el tipo de manipulación que late en este mensaje?
Obviamente, los jóvenes están sometidos a todo género de afirmaciones y sugerencias, y, para discernir de entre ellas cuáles son constructivas y cuáles negativas se requiere una preparación muy aquilatada.
Sí, necesitan una preparación sólida que solo es posible si los formadores disponen de un método adecuado. Recuerdo que, en un programa memorable de TVE, dos grupos de jóvenes discutieron sobre el tema del amor humano. Un grupo defendía el amor libre de toda traba y cauce. El otro era también partidario de un amor libre, pero libre para crear un verdadero encuentro entre quienes lo profesan. Precisaban los conceptos, distinguían los diversos niveles en que podemos movernos al actuar, mostraban un singular poder de discernimiento. Al día siguiente, toda España se preguntaba de dónde procedían estos jóvenes tan sorprendentemente maduros. La respuesta era sencilla. Habían realizado un curso de la Escuela de Pensamiento y Creatividad.
el ideal de la unidad
¿Cuál es el contenido de ese curso?
No se trata solo de aprender determinados contenidos, sino de hacer una experiencia que moviliza el entendimiento y la voluntad, la capacidad de razonar y la de sentir. Es la experiencia de realizar doce descubrimientos, que culminan en la experiencia del encuentro y del ideal auténtico de la vida. Cuando un niño, un adolescente, un joven descubren lo que significa encontrarse con una obra de arte y una persona, y, al experimentar los frutos de tal encuentro, descubre que el ideal de la vida es el ideal de la unidad —que va unido al de la bondad, la justicia, la belleza…—, da un salto decisivo hacia la formación personal. Le faltarán muchos contenidos que aprender y muchas experiencias que realizar, pero está orientado, se halla básicamente formado. Formado en el sentido profundo de que toda su vida se irá desarrollando bajo la inspiración de ese ideal que lo transforma todo: nos da sentido, capacidad creativa, energía para crear relaciones y desarrollar cabalmente nuestra afectividad…
Seguramente, los otros dos cursos complementan lo asumido en este primero…
Lógicamente. En el segundo curso se aplica el método a varias tareas del mayor interés formativo para niños y jóvenes. Les enseña cómo convertir las obras literarias y cinematográficas de calidad en otras tantas lecciones de ética, les descubre el insospechado poder formativo de la buena música y de las artes plásticas. Es un injustificado desperdicio dedicar tanto tiempo a leer obras literarias, ver cine, oír música, y dejar de lado la capacidad de tales actividades para dar madurez a nuestra personalidad y abrirla a horizontes cada vez más elevados. La música, por ejemplo, es muchísimo más que una mera diversión, elevada y noble, ciertamente, pero mera diversión al fin y al cabo. El tercer curso ayuda al cursillista a dar un paso de gigante en su formación. Le permite a) descubrir por sí mismo claves para discernir cuándo lo que llamamos amor es mera pasión y cuándo se mueve en otro nivel más valioso; b) conocer los valores y asumirlos como principios de actuación personal, c) distinguir lúcidamente los procesos de vértigo —que destruyen la vida personal— de los procesos de éxtasis —que la construyen—, d) conservar la libertad interior frente a las astucias de la manipulación. Ningún niño, ningún joven debiera salir de las aulas sin saber exactamente qué significa manipular a las gentes a través del lenguaje, quién manipula, para qué lo hace y cómo; y, finalmente, qué antídoto tenemos a mano para neutralizar las técnicas de confusión movilizadas por los manipuladores.
Parece un programa sumamente sugestivo…
Sí lo es, afortunadamente. Y no solo sugestivo, sino muy eficaz. Puedo afirmarlo con decisión porque me he tomado la molestia de comprobarlo con distintas personas y en diversos países. A la eficacia del método se debe que muchos de los cursillistas nos digan al final que les “ha cambiado la vida”, su modo de afrontar los problemas, de plantear los temas y tomar decisiones…
¿Este método suyo se ha inspirado en las frecuentes declaraciones que ha hecho el Papa actual sobre la formación de los jóvenes? Sé que usted lo conoce personalmente y colabora con una institución que él dirigió durante muchos años: el Consudec, de Buenos Aires.
Es para mí un honor haberlo conocido y haber sido invitado tres veces a dirigir el Curso de los rectores que convoca cada año el Consudec argentino. Durante varios días tuve el gusto de exponer mi método a unos tres mil directores de colegios de orientación católica. En una ocasión, el entonces cardenal Bergoglio tuvo la deferencia de recibirme en audiencia privada y animarme a continuar difundiendo dicho método. Recuerdo que, al despedirme, me puso la mano en el hombro y me dijo casi al oído: “Si tuviera dinero difundiría su método por todo el mundo”. Hasta el día de hoy, estas palabras me sirvieron de gran estímulo.
pasión por la Verdad, el Bien y la Belleza
Supongo que conoce usted el libro del Papa publicado no hace mucho en España por Publicaciones Claretianas: Educar: Exigencia y pasión. Desafíos para educadores cristianos…
Por supuesto. Este libro reproduce las conferencias que el entonces arzobispo de Buenos Aires solía dar a los directores de colegios que asistían a los cursos antedichos. A petición de la editorial, le hice una recensión muy cuidada, con objeto de subrayar las metas que nos propone a los educadores. No se limita Mons. Bergoglio a incentivar el logro de resultados: buenas calificaciones, conducta correcta, marcha ordenada de la vida académica… Promueve, además, el cultivo de verdaderos frutos: sobre todo, la maduración de la personalidad de los alumnos, tarea que implica integrar la mente y el corazón, elevar el pensamiento y comprometerse con la realidad, vincular la verdad con el amor, dar primacía al ser sobre el tener, a la actitud servicial sobre el afán de lograr una excelencia competitiva. En su afán de resolver los problemas por vía de elevación, no duda en delatar los fallos de la sociedad actual y mostrar como remedio la elaboración de una antropología profunda, que sepa intuir las implicaciones más hondas del ser humano —su enraizamiento en la familia, su necesidad de abrirse al tú y crear formas auténticas de encuentro y vida comunitaria, su apertura a la trascendencia religiosa. Consciente de que el mundo contemporáneo ha visto sacudidas sus certezas básicas, el arzobispo recomienda a sus educadores que “forjen ideas luminosas, para que, apropiándoselas, orienten a los jóvenes y a los niños por los campos de la vida, y ayuden a generar lazos y vínculos con personas, ideas y lugares, porque se crece alimentando pertenencias” (p. 25). Esta forja de ideas clave podemos realizarla si “vamos en busca de la sabiduría, siempre convencidos de su capacidad de conmover y enamorar” (p. 103). De ahí la recomendación cordial a los educadores: “Tengan pasión por la Verdad, el Bien, la belleza” (p. 25). En fecha más cercana —la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro—, el Santo Padre destacó la necesidad de superar la manipulación y promover la cultura del encuentro. Ambos temas son tratados a fondo en mi proyecto formativo.
¿Le influyó el pensamiento del Papa en la elaboración de su método? Directamente no, pues, cuando lo conocí ya estaba mi método fraguado. La afinidad con su pensamiento procede, tal vez, del hecho de que ambos somos discípulos de Romano Guardini, como ocurre también con Benedicto XVI. Guardini dedicó su vida a encontrar un método de difusión del kerigma cristiano acorde a la sensibilidad de los jóvenes de la difícil época en que él ejerció su apostolado. Mi empeño se dirige a elaborar un método y un estilo de pensar que nos dé lucidez y seguridad en momentos de alarmante desconcierto espiritual. Al leer el libro del Papa sentí la inmensa alegría de comprobar que las metas que él señala con su habitual agudeza se logran plenamente, una a una, si aplicamos el método que propongo, inspirado en una Pedagogía del descubrimiento y la admiración.
¿Podemos concluir que este método y sus aplicación a temas como el amor humano, el conocimiento de los valores, las tutorías escolares, la manipulación, la prevención de las adicciones —droga, alcohol, sexo, violenciason explicados ampliamente en los cursos online que está impartiendo?
Así es, como se expone con cierta amplitud en las web www.cursos.epc-online.es