Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda (San Mateo 5:38-42).
COMENTARIO
En pleno Sermón de la Montaña, alguno pudo preguntar ¿qué es ser manso, y poseer la tierra? Jesús sabe que la mansedumbre supone superar un ambiente de crispación y violencia, bofetón en la mejilla, y hasta quedarte sin manto y sin túnica. Pero esa es la mansedumbre, el DNI de la tierra del Reino. Unos versos antes (Mt, 5, 29-130), Jesús dijo con el mismo tono imperativo, “Si tu ojo te escandaliza, sácatelo,… si tu mano derecha te lleva al pecado, córtatela.” Misterio y hasta contradicción parecen.
Es la obra del Espíritu en el cristiano, fortaleza y generosidad. Es fácil identificarnos al oír este Evangelio con el abofeteado, con el tuerto, con el que quieren quitarle la túnica, o le obligan a caminar por caminos y tiempo no queridos, o le piden prestado. Pero habrá que valorar nuestro espíritu, no sea que el que saca el ojo y el diente y abofetea en la mejilla derecha sea yo, y a veces hasta en la izquierda. ¿Estoy obligando a caminar conmigo y a mi ritmo a los demás?, ¿soy yo el que siempre está pidiendo cosas, y volviendo la espalda cuando me piden a mí? Porque en la viña del Señor hay de todo, y cada uno tenemos esos dos impulsos.
En la Ley del Talión se ordenaba no ir más allá del menoscabo inferido, pero como protección del atacante. Si te sacan un ojo, sácale tú solo otro, pero no lo mates, ni le cortes la cabeza. Ahora con Jesús será distinto. No resistir al mal con ningún otro mal, sino dejando en ridículo al ofendente, poniéndole la otra mejilla. Y seguro que volverá a pegarte, pero tendrás la certificación de ser alguien del Reino, alguien que ha escuchado a Jesús y con Él posee la tierra del amor.
Cumplir a rajatabla el mandato de Jesús sería el final de los abogados y pleitos económicos, y el comienzo del estilo de vida del Paráclito, el Gran Abogado, el Espíritu y el tesoro inagotable del Reino. Si alguien quiere tu túnica, dale también tu manto. La justificación a tan extraña conducta de los habitantes del Reino la dará en los versos siguientes, “Amad hasta a vuestros enemigos, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial”. Así se entiende. Porque nuestro Padre es así, amor y entrega a todos.
El éxito contra los exigentes y sus impertinencias, está en cumplirlas. Si te pide andar una milla, vete con él dos, y háblale de Dios por el camino, porque si no es de Dios, se aburrirá y te despedirá para no oírte.
Se pide la entrega total, sin hacer distingos si es hermano o enemigo, o la hacienda pública, si te piden, le das, y si quieren que le prestes no le vuelvas la espalda.
Estamos lejos de ser cristianos de ese modo y lejos de tener la dicha de las bienaventuranzas, pero teniéndolas como guía de nuestros caminos sabremos al menos que no somos así, teniendo la virtud de saber lo que debiera ser, aunque aún no lo sea. Y quiera Dios que no me dé la espalda a mí mismo, cuando descubro lo que debo ser, y lo poco que tengo que poner, —la obediencia y el amor—, me lo niego y lo escondo.
¿Qué país y que gentes estaba viendo Jesús en su cabeza-corazón, cuando decía estas cosas? Estaba proclamando el Reino de su Padre en los cielos. Pero aún tardaría mucho tiempo en hacerse efectivo en la tierra, al menos de forma generalizada. ¿Es el Reino de los Cielos una cumbre utópica inalcanzable? Creo que con la sola fuerza humana no hay nada que hacer para lograr ese país. Pero la gracia del Evangelio supera la utopía. Se pueden acabar los malos, empezando por el corazón de cada uno. Y en la cosecha de esta semilla de la Palabra, habrá frutos de treinta, de sesenta o del cien por cien. Puede que ponga la mejilla, pero no quiera caminar dos millas más con el que me pega. O puede que le de la túnica, pero no le preste nada, porque sería a fondo perdido.
Ningún sistema político-social humano, por más avanzado que se crea, alcanza esta realidad, porque solo la gracia de la Cruz produce una crítica coherente y efectiva de nuestras costumbres personales y una entrega semejante a la que se pide hoy. Quizás por el asombro de su puesta en práctica, la Iglesia se extendió tan rápidamente en el mundo. Todos quedaban asombrados de cómo vivían los cristianos.
El estado de paz que lo comparte y lo soporta todo, está en la genética del hombre, pero llegar a desarrollarlo será una plenitud de nuestra especie aún no alcanzada. Al menos yo, estoy seguro que no he llegado a eso. El amor todo lo soporta, todo lo cree, todo lo comparte… A veces puede que tengamos las dos mejillas hinchadas, ciegos y sin dientes, sin manto, y sin nada que prestar. Puedo asegurar y aseguro que entonces el Reino, está presente.
Dará fe la alegría interior.