En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)» (San Juan 1, 35-42).
COMENTARIO
Le preguntan al Señor en este evangelio dónde vive. La pregunta es maravillosa. Y el mismo hecho de preguntar también. Hoy día la gente no dialoga o no sabe hacerlo. Es un ejercicio humano de amor que tiene algo de divino. Dialogar esa comunicar por medio del logos, de la palabra. Palabras con sentido que van y vienen con una lógica y una finalidad. En el diálogo los niños aprenden a ser humanos y cuando falta esta realidad la realidad se hace irreal, terrible, dañina.
El diálogo no es mera cuestión lingüística, es, como decimos, vital, además de profundamente humana. Dialogar es amar, y el que ama dialoga. Se convierten los dialogantes en comunicadores del interior. Por la palabra sale fuera el amor para quedar en el otro, que a su vez devuelve amor con nuevas palabras que van tejiendo el diálogo.
Tampoco es mera cuestión cognoscitiva. Dialogar es mucho más transmitir información o simple mercancía intelectiva. Es verdad que dialogando aprendemos podemos aprender muchas cosas y transmitir en su caso conocimientos. Los diálogos de Platón son muestra del aspecto intelectivo de los mismos.
Hay algo principal en el diálogo y es el afecto. Cuando se dialoga bien se produce una conexión de afecto entre las partes. Y esto aun cuando se trate de una sencilla transmisión de un mensaje. Aunque se trate de algo funcional, el diálogo lleva carga afectiva de amor. Es una persona que se pone en relación con otra por medio de la palabra.
Dialogar es viajar por el corazón del otro, aunque el viaje dure poco. Es reconocer, aceptar, recibir, aprender, comunicar, escuchar. Las almas vibran sin saberlo en ese acto de confianza que supone confiar.
¿Por qué se rompen los matrimonios? No hay diálogo. No saben. No quieren. No pueden. El afecto es la raíz de pecados y de virtudes., Un afecto picado produce pecados. Un afecto sano produce virtud. Es un espectáculo lamentable ver a niños que han perdido toda capacidad de empatía, de relación, de diálogo. Niños que no son niños sino viejos desagradables, estropeados para el amor y la educación.
El mismo diálogo puede pervertir su esencia. Se puede dialogar con el mal, con el mal pensamiento, con el diablo, con el malo. Y en el calor de la
conversación se va pudriendo la verdad y la relación. Eso les pasó a los primeros padres dialogando con la serpiente. No era propiamente diálogo, era trampa verbal, baile de frases, apariencia de diálogo, discurso fatal. Fue un afecto el detonador del pecado mortal. Seréis como dioses… El árbol era bueno para todo. Y todo se vino abajo por afecto enredoso en apariencia de diálogo. Mismo formato que uno de verdad, pero con contenido de maldad que malogra la misma esencia del diálogo. Como hemos dicho antes, en los diálogos de Platón se dan los dos ingredientes para que el diálogo no solo sea fructífero sino real: La verdad y el afecto.
Pero en el evangelio de san Juan se da un paso más. Además de ser Palabra de Dios, la estructura del cuarto Evangelio presenta célebres diálogos. Son progresivos en su tensión y acaban en conversión. Diálogos largos, verdaderos procesos de conversión.
Así se ve en el evangelio de hoy. Cristo les pregunta, es decir, está comunicando su amor. Espíritu Santo una cadena de amor, de verdad y afecto. ¿Qué buscáis? ¿Dónde vives? Venid y veréis. Ahí está la cadena, el enlace.
Ha sido el Señor el que ha lanzado la pregunta. Ha suscitado el deseo de preguntar lo que no se atrevían a preguntar. La pregunta de Cristo ha sido claro. Ha indagado en el deseo de ellos, en su búsqueda. Y les ha respondido con misterio. “Venid y veréis”.
Me gusta a Cristo verle preguntar y quisiera que me preguntara. Es señal de que le intereso, claro. Que pregunte y pregunte, que no hará más que sacar más y más amor. A Pedro le preguntó que si le amaba más y le obligó así a sacar su mayor amor, pues dijo que sí, que le amaba más. Así, así quiero que me pregunte para que pueda sacar yo mi mayor amor. No son preguntas formales sino palabras de amor, palabras del Verbo encarnado.
El evangelio acaba en la comunicación de la persona de Jesús. El enlaza, genera comunidad de amor. Todo ha sido un intercambio, verdadero diálogo y por serlo, es productivo y creativo. Genera fe. Así es todo verdadero diálogo que se precie de serlo.