En aquel tiempo, Jesús, pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó: – «Señor, ¿son pocos los que se salven?».
Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos»; pero él os dirá: «No sé quiénes sois».
Entonces comenzaréis a decir. «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas».
Pero él os dirá: «No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad.»
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a lsaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Lucas 13, 22-30
Ha de ser bien grande el Palacio, la casa del Amo, del v. 25, para albergar una sala en la que puedan celebrar un espléndido banquete cuantos se alleguen de Oriente y Occidente. En realidad se corresponden en grandeza y esplendor el Amo, la casa y la Sala. La voluntad universal de Dios de que todos se salven no tiene límites; su casa no puede tener muros. Es como el espacio y el tiempo, que se dilatan indefinidamente con el solo fin de ubicar y cronicar para nosotros las infinitas historias que “fabricamos” la entera Humanidad.
Y seguro que en esa casa “se come bien”; seguro que en ella vive de asiento el auténtico bienestar, sólo que el dueño ha puesto para entrar una puerta que, al decir de Lucas, es estrecha, angosta (v.24). No dice que sea baja: la dificultad no es la estatura, sino el perímetro de cada uno. (Pero siempre ha sido posible, por otra parte, el adelgazamiento).
Puerta que es dificultosa para los hinchados por la “vana ciencia”, como dice la Escritura; para quienes van por la vida no precisamente como sencillos y de corazón noble y sincero. Que los primeros serán los últimos y los últimos primeros significa esto mismo: no tener como acreditación para entrar al banquete más que la ostentación de la propia presunción. Pero aún así, se puede uno someter a la dieta de la humildad, comenzando por considerar a los otros como superiores. Luego vendrá ya la recomendación del Señor (2Cor. 10,17-18). La imitación del “Manso y Humilde” es adelgazante, y aligera la carga para hacer mucho mejor el camino angosto.
Ser humilde es conocer y amar la Verdad…; la de la Cruz, tras el Maestro. El final de la senda es la Casa del Padre. Saber esto es, ya lo dijo Pablo, tener la mentalidad de Cristo (1Cor. 2,10).