«En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: “Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber”. Jesús les contestó: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán”. Y añadió esta parábola: “Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: ‘Está bueno el añejo’”». (Lc 5,33-39)
¡Hay que ver con la manía de hacer creer que se tiene una actitud más religiosa por hacer prácticas que, entre otras cosas, van contra la naturaleza humana! ¡Como si Dios fuese una especie de “ogro” caprichoso al que hay que aplacar con conductas que, por sí solas, si no se hacen con un sentido rayarían en lo “sadomasoquista”!
Es el caso del ayuno. En sí mismo y sin ninguna otra referencia, ¿qué sentido tiene? ¿Qué vean públicamente tu capacidad de sacrificio? Ya sabes lo que dice Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt 6, 16-18). El profeta Isaías denunciará también la hipocresía de esta práctica: “El día que ayunabais buscabais vuestro negocio… ayunáis para litigio y pleito, para daros puñetazos… ¿Acaso es este el ayuno que yo quiero?” (Cf. Is 58,3-5)
Y sin embargo, la práctica del ayuno, desde la sinceridad de corazón y con un verdadero sentido, junto con la oración y la limosna constituyen un trípode de armas contra el “enemigo” empeñado en arrebatar al “novio” y hacer que nuestro mundo se parezca a cualquier cosa menos a la fiesta de un banquete de bodas.
Tiene sentido ayunar y compartir con el que no tiene pan (nos lo propone cada año “Manos Unidas”). Tiene sentido ayunar como signo de dominio del propio cuerpo, como la Iglesia nos propone en Cuaresma, para sentir la saciedad de que “no solo de pan vive el hombre”. Y hay también un ayuno que podríamos llamar “profético” y que probablemente incluya también a los anteriores: “¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? (Is 58,6). Ayuno como grito silencioso y pacífico, voz de los que se han quedado mudos en tantos lugares y circunstancias de nuestro mundo, donde han arrebatado al novio y no hay lugar para la fiesta. El infierno no es un lugar; es la ausencia de Dios.
“Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas en los ojos, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra.” (Flp 3,18-19). ¿No son acaso las mismas lágrimas que el pasado domingo brillaban en los ojos de papa Francisco durante el rezo del “ángelus”?:
“Mi corazón está profundamente herido por lo que está sucediendo en Siria y angustiado por los dramáticos desarrollos que se presentan” (…) ¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso de las armas químicas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en cuantos niños no podrán ver la luz del futuro! (…) Les digo que aún tengo fijas en la mente y en el corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede escapar! Jamás el uso de la violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra, violencia llama violencia!” (Francisco, “ángelus” 1 de septiembre).
“Llegará el día en se lleven al novio, y entonces ayunarán”. Ese día es, sin ir más lejos, mañana. En la víspera de la Natividad de la Virgen María, Reina de la paz, el papa convoca a toda la Iglesia, y a todos los hombres de buena voluntad, creyentes o no, a una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en todo el mundo.
En la audiencia general del miércoles, Francisco reiteraba esta invitación: “Que se eleve fuerte en toda la Tierra el grito de la paz”. Grito silencioso y a la vez elocuente, lleno de esperanza: “La tribulaciones, las pruebas, las dificultades, la violencia y el mal no podrán derrotar nunca a Aquel que derrotó la muerte, Jesucristo.” (Francisco, Aud. Gral. 4 septiembre)
Porque hay “especies de demonios”, y el de la guerra seguro que los es, que solo pueden salir con ayuno y oración. (Cf. Mc 9,29)
Pablo Morata