Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”.
Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquéllos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación” San Lucas 11, 1-4).
COMENTARIO
“Estando él (Jesús) en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos, enséñanos a orar, como enseño Juan a sus discípulos” (Lc, 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones). San Mateo nos transmite una versión más desarrollada (con siete peticiones).
El Evangelio de este día lo situamos en el contexto del viaje a Jerusalén. En él, Jesús va instruyendo a sus discípulos sobre qué significa seguirle y cuáles son los elementos imprescindibles para ello; Uno de los aspectos fundamentales para vivir el discipulado es la oración. Pero ¿Cómo entrar en relación con Dios? ¿Cuál es la manera de dirigirnos a Él? ¿En qué consiste la oración? Jesús nos invita a entrar en esta relación filial acogiendo el amor de Dios que nos crea y nos hace hijos e hijas y, gracias a ese amor, vivir la confianza que nos permite desplegar nuestras alas; a reconocer su santidad revelada a través de la creación porque toda ella es reflejo de su gloria y a entrar en la comunión trinitaria que nos hermana y pone en nuestro corazón el anhelo del Reino. Hoy, el Señor nos invita a profundizar con calma y esperanza en el Padrenuestro, para que nos sintamos cada día más hijos amados y necesitados de él.
Dime cómo oras y te diré cómo vives. ¿Cuánto tiempo le dedicas a la oración en tu vida personal y familiar? De la radical importancia de la oración para la vida cristiana habla hoy la Palabra de Dios. Sin oración no hay fuego en el corazón. La oración es el alimento de la fe, la fuente nutricia de la esperanza y el manadero permanente de la caridad. Sin oración no ha misión, cuando no oramos, nos sobreviene la «di-misión», nos pasa como al pueblo de Israel en el desierto: sucumbimos ante nuestro Adversario que es más fuerte e inteligente que nosotros. Sin descubrir el arte de la oración, estamos a merced de nuestros enemigos. Hoy los bautizados no sabemos orar y, en consecuencia tampoco enseñamos a orar a nuestros hijos. De aquí la anemia espiritual que padecemos y que está conduciendo a un empobrecimiento muy acelerado y progresivo de nuestras comunidades parroquiales; a un enfriamiento de la caridad y a un desentendimiento de la misión esencial y fundamental de la Iglesia, de toda comunidad cristiana, como es la evangelización. Sin oración, solo nos quedan ritos vacíos y fríos que no calientan el alma ni despiertan la vocación misionera. Sin oración, la fe se vuelve sosa, la caridad se apaga y la esperanza se difumina del horizonte de nuestras vidas.
Enséñanos a orar, le pidieron los apóstoles a Jesús. Y el Maestro les dijo cómo había que orar: siempre y en todo lugar, con intrepidez, sencillez y humildad, como un hijo habla con su Padre, en total confianza y abandono; como la viuda inoportuna del Evangelio de hoy: insistiendo a tiempo y a destiempo, orando constantemente. Es más, Jesús nos señaló el contenido mismo de la oración: «Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en el cielo…» (Mt 6, 7-9). Santa Teresa de Jesús, experta orante, nos dejó esta bellísima definición sobre la oración: «A mi parecer no es otra cosa oración sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama«. ¿No es cierto que tratamos poco al Señor, que le dedicamos muy poco tiempo? ¿Cuánto hace que no visitas, ni frecuentas la visita al Sagrario donde está el Señor presente esperando para escucharte y amarte? ¿Cuántas horas dedicas -en la intimidad- a leer la Biblia que contiene la Palabra misma de Jesús que ilumina, orienta y guía nuestra vida cuando la ponemos bajo su mirada?
Lucas, en su Evangelio, nos ha dejado una enseñanza preciosa sobre la iniciación a la oración de Jesús a sus discípulos y de la Iglesia primitiva a sus catecúmenos. También nosotros, hoy, necesitamos, aprender el arte de la oración. Sí, necesitamos aprender a orar: ¿Dónde puedo aprender el arte de la oración? Jesús, nuestro Maestro de oración, nos ha enseñado la oración más importante para un cristiano: el Padrenuestro. “La oración dominical, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio (…). La expresión tradicional “Oración dominical” (es decir, “Oración del Señor”) significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús, es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado. Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración” (nn. 2761.2764). Digámosle al Señor hoy, también nosotros, como un día se lo dijeron sus discípulos: “Enséñanos a orar”.