En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará» (San Juan 16,12-15).
COMENTARIO
Sorprende en el Evangelio de hoy la forma en la que Jesús se dirige a sus apóstoles hablándoles de “cargas” con las que todavía no pueden.
Quizás se comprenden mejor estas inquietantes palabras desde la perspectiva de la gracia, desde el sentido mismo del Espíritu Santo que Cristo anuncia está por llegar. Jesús se encarnó, vino a nuestra tierra ante la incapacidad del hombre de poder “cumplir” con los preceptos que Dios había dado al pueblo de Israel.
Cualquier ser humano se siente impotente ante las palabras de Jesús que le hablan, no de preceptos externos, sino de “circuncidar” el corazón, palabras que superan nuestra capacidad humana y que nos impulsan a amar a nuestros enemigos, a poner la otra mejilla, a no juzgar, a tener misericordia con los que nos agreden.
Por eso Jesús, sabiendo que todavía los Apóstoles no estaban en condiciones de poner en práctica el “imposible” de su Evangelio, les habla con ternura y les dice con paciencia, “todavía no podéis cargar”, como si quisiera transmitirles que el Padre ya conoce su incapacidad pero no se escandaliza, que precisamente ésa fue la razón por la que Jesús vino a nuestra tierra , a morir en la Cruz y a “cumplir” su misión, entregarse para que ya no existiera distancia entre los hombres y Dios, para que el plan que Dios tiene preparado para cada ser humano, sea una realidad, mas allá de la incapacidad de nuestro corazón para realizarlo.
Y por eso, también, les anuncia la llegada del Espíritu Santo para tranquilizarles, para decirles que Dios, desde el cielo, les guiará con su mismo espíritu, depositado en el corazón de todos los hombres y mujeres que buscan a Dios.
Deberíamos dar gracias a cada instante por tener fe y poder disfrutar cada día del Espíritu del Señor , presente en nuestras vidas para guiarnos hacia la verdad plena.
Tendríamos que gritar de alegría por haber sido depositarios de tanto amor y por tener sin merecerlo, a Dios mismo dentro de nosotros, a través de su Espíritu.
El Espíritu Santo que nos enseña, nos ayuda a distinguir entre el bien y el mal, nos da esperanza, nos permite amar sin límites y nos ilumina el camino que nos acerca cada día a la vida eterna.