«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea». (Mc 1,21-28)
Galilea es una tierra que, debido a su situación geográfica, es tierra de paso y en la época de Jesús frontera con el comercio fenicio y la cultura griega; razones todas ellas por la que los escribas, los religiosos, los entendidos de la ley, la desprecian como tierra de gentiles, de la que no puede salir ningún profeta (Jn,7,52)
En medio de ella Jesús ha ido llamando a sus discípulos y aunque le han seguido, aún no los ha alejado de sus vidas, de su historia. Se hace parte de ella, la vive, los visita en sus casas, ve sus enfermedades, los acompaña en su faena y sacia su hambre cuando les falta pan. No solo les predica el amor del Padre con su palabra, sino también con hechos que hacen presente el Reino que ha venido a proclamar, el Paraíso que el Padre tiene destinado para todo hombre desde la creación.
Jesús con su presencia aleja los espíritus inmundos, hace presente el perdón de los pecados que apartan al hombre de Dios, mostrando que con su venida se han vuelto a abrir las puertas del Cielo. Es decir, ilumina sus vidas con su predicación, la cual es recibida por los galileos porque enseña con autoridad, sin juzgar, no así los escribas que con su juicio, su soberbia y su “seguridad” en conocer la voluntad de Dios no tienen el corazón abierto a la Buena Nueva.
Ante esto cabe preguntarnos cómo recibimos nosotros esta predicación, esta presencia de Jesús en nuestra historia. Santa Catalina de Siena nos dice: «Es necesario que veamos y conozcamos, en verdad, con la luz de la fe, que Dios es el Amor supremo y eterno, y no puede desear otra cosa que no sea nuestro bien».
¿Recibimos a Cristo con esta luz de la fe? ¿Somos como los escribas que nos quedamos con las prácticas y leyes, sin convertir nuestro corazón? ¿O somos como los discípulos, que dejan acercarse a Jesús a su vida y le siguen hasta Jerusalén, escuchando su palabra y viendo sus obras en su historia?
Que el Señor nos conceda su gracia para que nuestro corazón rechace todo lo que nos aparte de Él.
Antonio Simón