Dijo Jesús a sus discípulos: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y Yo le amaré y me manifestaré a él”. Judas, no el Iscariote, le dijo: “Señor ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”, Jesús respondió: “el que me ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. Las palabras que oísteis no es mía sino del Padre que me envió. Yo os digo estas cosas mientras permanezco con vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará lo que os he dicho” (San Juan 14, 21-26).
COMENTARIO
Acabamos de vivir el acontecimiento grande y central del cristianismo, la Resurrección de Jesús, de la cual, Benedicto XVI señala que es una explosión de luz, y el teólogo Calaghan a que es el mayor acto de misericordia de Dios. Con su resurrección Jesús ha entrado en la inmensidad de Dios y, desde allí, se manifiesta a los suyos; vendrá temporalmente a la tierra, después, en sube al cielo, y lo que ya nos anuncia este Evangelio, es que después de estos acontecimientos no nos deja ni huérfanos ni solitarios, sino que, si guardamos su palabra, recibiremos al gran Consolador, al Espíritu Santo. Su presencia no es espacial sino divina.
Vemos en este pasaje que los apóstoles se extrañan debido a que entienden las palabras de Jesús como una manifestación reservada sólo a ellos, mientras que era creencia común entre los judíos que el Mesías se manifestaría a todo el mundo como Rey y Salvador. Jesús, en cambio, habla de su manifestación a quien le ama y guarda sus mandamientos, es un “habitar de Dios en el alma”. Por eso al Espíritu Santo que se le llama “Consolador”, Paráclito (que significa “llamado junto a uno”).
Es este Evangelio una ocasión estupenda para tratar al Señor, cumpliendo sus mandatos y preparemos nuestro corazón para que seamos ese Templo del Espíritu Santo. Me viene a la mente el punto 999 de Camino: “¿Qué cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. Enamórate y no le dejarás”, y una consecuencia que deducía el beato Álvaro del Portillo: “no le dejes y te enamorarás”.
Vamos a vivir en este clima la vida de piedad. Vale la pena.