Para funcionar bien y obtener el mayor beneficio posible, las empresas se toman su tiempo para aplicarse un programa de calidad, basado en detectar sus puntos fuertes y débiles, para lo cual se dejan aconsejar y confían en quienes entienden de calidad.
Y una vez detectados, la atención se fija de modo preferente en los puntos fuertes. En ellos reside la calidad presente y futura: en potenciar lo que nos hace buenos, únicos, funcionar con éxito, porque nos hará aún mejores. Sobre los puntos débiles, no es que no sean tenidos en cuenta: se tendrán identificados, conoceremos cuáles son, para orientarlos hacia lo que sí merece el esfuerzo potenciar: lo fuerte, lo mejor.
Las personas, pues también tenemos nuestros puntos fuertes y débiles, y habrá que ver lo que nos hace funcionar y estar bien, para seguir bien y aún mejor. Sobre todo, es urgente aplicar el programa de calidad en momentos de incertidumbre, cuando uno está a oscuras, agotado, muy herido, o sin ilusión ni esperanza, incluso.
Habrá que confiar en quien nos pueda ayudar y orientar. No somos islas, no somos entes aislados ni extraños unos de otros. Así no hay quien funcione. Ni mucho menos somos una empresa cuyo objetivo es el mayor beneficio económico posible… sea de la manera que sea, y mal programa de calidad tendrá la empresa entonces: a los resultados nos remitiremos.
Los que tenemos fe, tenemos la certeza de que la fe es el mejor programa de calidad, porque nos hace verdaderamente felices: nos ayuda a examinarnos, a conocernos, saber lo que hemos de potenciar, para funcionar cada vez mejor y tener éxito.
A los resultados nos remitimos, de generación en generación: sabemos en Quién ponemos nuestra confianza. Yo sé de Quién me he fiado. No soy una extraña para Él.
Una vida sin fe no tiene primavera. ¡No podemos ver la primavera! El mayor regalo para nuestros hijos es llevarlos a la fe en Jesús crucificado, muerto y resucitado, que te ofrece la salvación: pide tu confianza. Tal es su amor, tal es su misericordia: me mira con amor a lo que soy… de Corazón a corazón. No deja de mirarme. Ahí, precisamente, en la intimidad, Él espera. Espera a que lo mire, en una entrega mutua de amor y confianza, en la que Él da más de lo que podamos imaginar.
La Fiesta de la Divina Misericordia se celebra en primavera, el domingo siguiente al de la Resurrección de Jesús, este año, el 23 de abril. Ahí se producen milagros, de Corazón a corazón. En la ciudad de Albacete, será en la Catedral, a las 19,30 horas, organizada por el Movimiento Apostólico de la Divina Misericordia.
Felicidad Izaguirre.