Resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo. 13 También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. (Mc 16,9-20)
Marcos, aún en su parquedad, es el más expresivo de los cuatro evangelistas en describir aquel fenómeno de transfiguración, de presentarse en figura de otro, que usó Jesús tras su resurrección, por el que que no era reconocible a primera vista. Es una catequesis preciosa sobre lo que será la presencia de Jesús en la Iglesia ya siempre. Se aparece, se acerca, se nos pone delante «en figura de otro» o quizás mejor «en otra figura» –en étera morfe, dice el griego, o in alia effigie, la vulgata–. No quiere decir Marcos de quien era la figura, simplemente que era otra figura. Hasta podía ser una mujer. Juan dice que a la Magdalena le pareció que era el jardinero; y lo era (Jn 19), pero, como a los de Emaús, tampoco la creyeron. A Pedro y otros apóstoles que habían vuelto a la pesca en el lago, el hombre que apareció en la orilla les pareció que era un comprador de pescado esperando impaciente el fruto de su trabajo; y así era (Jn 21). Solo los ojos con mirada mezclada de amor y fe que tenía Juan conocieron a Jesús. A él sí le creyeron, aunque no lo reconocían.
Para Lucas, Jesús en persona se aparece a los de Emaús, pero tampoco «sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24). Cuando lo reconocieron al partir el pan, volvieron a contarlo en Jerusalén, y no los creyeron. Aquellos mismos incrédulos apóstoles, esa misma noche en el cenáculo, «aterrorizados creían ver un espíritu» Al ver a Jesús vivo, en medio de ellos. Y ciertamente era un Espíritu, pero también era mucho más. Lo supieron mejor cuando Jesús sopló sobre ellos su Espíritu, y entendieron que allí, delante de sus ojos y sus manos tenían el nuevo material del hombre nuevo para manifestarse a los que creyeran en la novedad: La carne y la sangre de Jesús resucitado, para ellos fue tangible, visible y ¡hasta comió pescado con ellos! Pero no era eso lo que quería Jesús y les echó en cara su incredulidad y la dureza de su corazón. La cuestión era de fe. La forma de creer que ablanda el corazón y capacita para ver a Jesús en la presencia de otro hombre o mujer, de otro hermano, en su voz y su figura, en su demanda y su noticia. ¡Aunque aún mi incredulidad no lo reconozca en mi datos de memoria caduca!
Eso parece ser lo que Marcos quiere decirnos hoy. Puede haber algo más en un hombre que tenemos delante, aunque no lo conozcamos. Jesús puede ir a nuestro lado por el camino «en otra figura», de hombre o mujer, rico o pobre, simpático o cuestionante y hasta algo insultante, como comprobaron los de Emaús, pero era Jesús, no cabe darle más vueltas. Nosotros tenemos lugares teológicos en los que sabemos, también por la certeza de la fe, que un hombre hermano nuestro, de nuestra comunidad, actúa «in persona Cristi», en la misma persona de Cristo, con sus manos y sus palabras derramando gracia para nosotros, perdonando pecados y dándonos a comer su propio Cuerpo. Es el hombre sacerdote ungido y caracterizado por su sacramento, que actúa en comunión con Cristo y que preside su Iglesia, su Eucarisristía. Eso ciertamente es Evangelio.
Pero la frase de Marcos que subrayo en esta octava de la resurrección, es también un baremo de nuestra fe en el Resucitado y nuestra capacidad de hacer creíble el Evangelio. Además del sacerdote presidiendo la celebración de los sacramentos, ¿creo yo que Jesús camina conmigo en los hombres y mujeres que me acompañan en el camino, los que están en mi orilla o esperando mi trabajo? Uno de los regalos más fructíferos de nuestra fe, será ciertamente la ‘apertura de los ojos’, velados por el mundo y la carne, para ver la realidad de Jesucristo que vive en el hermano, conocerlo y hacer con Él Iglesia. Esos ojos de la fe, necesitan para abrirse, además de su gracia. ser lubricados con unas gotas de amor.
Lo que quiere Jesús para cumplir el gran mandato final de «proclamar el Evangelio a toda la creación», no es solo que creamos en su resurrección, sino también en su cercanía que hoy aparece «en otra figura», y posiblemente en figura de todos los otros hombres y mujeres, los pobres y los ricos, los simpáticos y los antipáticos, los que son algo y los que no son nada, los amigos y los enemigos. En esas escalas están las medidas de nuestra fe. Eso también es Evangelio.
Manuel Requena