«En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”. Él les contestó: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. (Lc 8, l9-21)
En este capítulo —y en ese contexto comentaremos el breve evangelio correspondiente al día de hoy— el Señor acoge la dedicación y asistencia de las mujeres que cooperaban en la tarea apostólica de la predicación del Reino de Dios. Lucas es el único evangelista que cita el nombre de tres de ellas: María Magdalena, que será el primer testigo de la resurrección de Jesús; Juana, también testigo del mayor milagro y persona de posición social acomodada, y Susana, de la que no hay ningún otro dato. Es muy probable que todas ellas colaborasen con su trabajo doméstico y quizás también con sus bienes. Todas ellas fueron curadas por Jesús de alguna enfermedad del cuerpo o del alma, y se ve cómo corresponden agradecidas al favor recibido.
El capítulo narra a continuación las parábola del sembrador y la de la lámpara encendida, y es entonces cuando acontece nuestro pasaje en el que Jesús dice un gran piropo a su madre, María Santísima y a los que como ella deseen y luchen por vivir con Dios. Dice el Señor: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”.
Tener fe en lo que dice Jesús, confiar que lo que nos ocurre es lo que Él nos presenta para amarle más, para no desistir del encuentro cotidiano con Él cada día, cada hora, cada instante; todo eso exige vida interior, crecer para adentro, asimilar, rezar. Se entiende lo que señala el Señor de quién es su madre porque esa actitud de cumplir y amar la Voluntad de su Hijo fue absolutamente real en su vida. Así se recoge en el Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 149: “…Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el cumplimiento de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe”.
Hace poco tiempo, una persona de condición sencilla, dispuesta a que su hija se formara bien, y buscando el centro educativo apropiado para esa circunstancia me comentaba: “Quiero que me hija consiga todo el Dios que pueda”. Es la enseñanza vivida por María y tan bonitamente trabajada por San Agustín en sus Confesiones: “Porque Tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo sumo mío”.
En la sociedad que nos toca vivir, en este mundo, que es el nuestro y en que es importante encontrarse “como pez en el agua”, y aprovechando que este capítulo 8 comienza hablando de las mujeres que acompañan a Jesús, me venía a la memoria para saber vivir como vamos exponiendo, unas programáticas palabras pronunciadas por San Josemaría hace muchos años (cfr. Conversaciones, núm.87): “La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia algo característico, que le es propio y que solo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad (…). No olvidemos que Santa María, Madre de Dios y de los hombres, es no solo modelo sino también prueba del valor trascendente que puede alcanzar una vida en apariencia sin relieve”.
Creo que este aporte femenino enriquece a todos: hombres y mujeres, mayores y jóvenes, enfermos y sanos. No es un camino fácil ya que la vida se nos presenta agitada, con prisas, sin tiempo para nosotros y para los demás o incluso, cuando no se tiene este panorama, a veces hasta no se sabe qué hacer…. Pero siguiendo el consejo de Jesucristo, viviendo con la cercanía de su Madre, tanto en la actividad y en el reposo podemos y debemos preservar nuestra intimidad, enriqueciéndola, al redescubrir los mejores lazos familiares que existen: ser hija de Dios, ser hermana de Jesucristo.
Por último estas realidades no serían, curiosamente, realidades si no nos empeñáramos en mostrar y ofrecer a todos esta suerte.
Gloria Mª Tomás y Garrido