en Tierra Santa. Desde el principio, los alrededores del mar de Galilea o Tiberiades (Kinneret en hebreo) nos impactaron por su natural hermosura. La joya de Galilea, siempre brillante como una esmeralda y con su tranquila superficie rodeada de montañas, en tonos verdes y ocres, expande el corazón del peregrino, como respuesta ante tal belleza. En su orilla noroeste y dominando el lago, se encuentra el Monte Eremos (Ojo de Dios, para los árabes), donde Jesús se retiraba a orar según Marcos, sobre todo después de los momentos difíciles vividos en Cafarnaún. Pero lo que en él aconteció, hace dos mil años, lo convertiría en el monte del Nuevo Pacto, el Monte de las Bienaventuranzas. En este monte Jesús expuso al mundo de todas las épocas, consciente de la autoridad que tenía, su propia interpretación (Halajá) de la “Torah”.
En un emplazamiento cercano desde donde Jesús derramó el amor de su corazón a sus discípulos, más por razones estéticas que históricas, se edificó en los años treinta, una pequeña iglesia de estilo neorrenacentista, que conmemoraría, en lo sucesivo, tan importante evento. El propio arquitecto italiano Barluzzi describe el lugar y la obra con sus palabras:
“Sobre las dulces colinas que rodean el lago de Tiberiades, al Norte, y como recuerdo del sermón de la Montaña, ha surgido en 1938 el santuario de las Bienaventuranzas. Domina el lago desde una altura aproximada de 200 m. De planta octogonal (pues ocho son las bienaventuranzas), rematada por una cúpula y arcos abiertos en torno al altar. Y desde la galería exterior que la circunda, se puede disfrutar al máximo de la contemplación de tan singular panorama, mientras el alma descansa entre el azul del cielo y el mar, al tiempo que se escucha el gorjeo de los pájaros, entre el colorido de las flores sobre el fondo verde de la colina.”
el Sermón más bello del mundo
Hace un par de semanas, he vuelto a ser bendecido con la oportunidad de volver a pisar aquellas tierras y, en esta ocasión, he podido ser testigo de revelaciones muy interesantes sobre el “verdadero” emplazamiento donde pudo haber tenido lugar el “Sermón más bello del mundo”:
El texto nos ha llegado básicamente a través de dos fuentes la de Mateo 5,1-20 y la de Lucas 6,17-49;[1] en ambos contextos se hace referencia a que “el monte” se encontraba en los alrededores de Cafarnaún. Ya desde los primeros tiempos, la Iglesia primitiva identificaba el lugar del sermón, exactamente con el monte que se eleva detrás de Cafarnaún y Tabgha.
Tras las invasiones, primero, de los persas y, después, de los árabes, se perdió toda referencia al respecto, en particular la localización de Cafarnaún, Tabgha y Corazín. Diferentes estudiosos, desde el año 900, han ido postulando diversas hipótesis sobre cuál podría ser el Monte de las Bienaventuranzas: desde los Cuernos de Hittim (donde Saladino derrotó definitivamente al ejército cruzado) al monte Tabor. En los últimos años dichas hipótesis, gracias a las distintas campañas arqueológicas impulsadas por la Custodia Franciscana, han ido desestimándose, carentes de toda verosimilitud. En la primera década del siglo XX, fue encontrada gran parte de Cafarnaún; después en los años veinte se pudieron identificar con certeza las ruinas de Corazín y, finalmente, en 1932 se descubrieron los restos de la capilla bizantina en Tabgha, que señalaba el lugar de la multiplicación de los panes y los peces. Tales referencias arqueológicas dan luz sobre el hecho de que el Monte de las Bienaventuranzas es el lugar donde Jesús instituyó a los doce apóstoles y proclamó el sermón. En cambio es más difícil localizar el lugar preciso donde éste fue proclamado a sus discípulos.
La peregrina Egeria (siglo IV) da indicaciones bastante precisas y escribe en su itinerario: “No muy lejos de Cafarnaún, sobre el monte vecino, hay una ‘specula’ (altura) sobre la cual el Señor subió a proclamar las bienaventuranzas…”
En la época de las cruzadas, hay textos en los que se indica que el lugar del sermón de la montaña estaba en torno a una milla de Tabgha (Compendio “De Situ Urbis Jerusalem”, año 1130). Burchardus, del Monte Sión, sacerdote dominico del siglo XIII, que viajó extensamente a través de Tierra Santa y de Oriente Medio, fue mucho más preciso, ya que refiere el lugar del Sermón: “El monte que se encuentra viniendo de Safed y siguiendo el camino hacia oriente, que llega hasta Tabgha. Desde allí se puede gozar de un panorama magnífico del lago y de toda la región de Galilea hasta el Hermón y el Líbano”.
el camino que accede a la alegría plena
En la actualidad, considerando que las costumbres locales beduinas son las más antiguas e ininterrumpidas, Clemens Kopp, estudioso de tales tradiciones, propone tres argumentos, ciertamente interesantes.
Una antiquísima tradición local beduina, confirmada por un análisis detallado de todas las fuentes antiguas y medievales, propone que estos árabes nómadas identificaban un grupo de árboles milenarios como “Es-sajarat el-mubarakat”, que se traduce como “los árboles bendecidos por el Mesías” (el profeta Issa). Estos tres árboles bimilenarios (un terebinto, una encina y una “spina christi”) se encontraban justo sobre una explanada en torno a dos mil metros en línea recta, ascendiendo monte arriba, desde la actual iglesia de las bienaventuranzas, siendo durante muchos años venerados por tales “moradores del desierto”, como memoria de la presencia del Mesías. Hasta que en 1913 un beduino taló dos de ellos, la encina y la espina de Cristo, lo que provocó la indignación de las comunidades locales, consiguiendo así la Custodia Franciscana acceder a la compra del terreno. El terebinto, hoy en día permanece aun vivo (ver foto adjunta)
La misma zona, la de los árboles sagrados, era también conocida por los beduinos como “Der makir”, ya que, según las mismas tradiciones, se encontraba un santuario eremita dedicado a San Macario. Se encontraron restos del mismo en los movimientos de tierra realizados en la construcción del Centro de formación espiritual católica para seminaristas y sacerdotes, “Domus Galilaeae”, durante el año 2000.
Clemens Kopp establece una estrecha correspondencia de este emplazamiento con el contexto evangélico: “el lugar permite estar en soledad pero al mismo tiempo es fácilmente alcanzable viniendo por el camino que parte del lago y sube a lo largo del “wadi Ed-dshamus”. La altura se inclina ligeramente hacia este “wadi”, y por esto hay espacios llanos para grandes multitudes…”, siendo éste el único punto del monte desde el que existe una panorámica completa de todo el lago, hasta el Jordán; divisándose incluso hasta el Hermón, si nos giramos hacia el norte. Otros autores, como Bernabé Meistermann y P. Lievin de Hamme, también hacen referencia a esta tradición, según la cual fue justamente junto a estos árboles sagrados desde donde el profeta Issa (Jesús de Nazaret) pronunció el “sermón más bello de la historia”.
Sin dejar de importarnos conocer la ubicación exacta de la proclamación de las Bienaventuranzas —no podemos evitar que el entorno nos lleve a imaginar que en cualquier momento podemos estar pisando allí mismo donde Jesucristo pisó—, sin duda lo verdaderamente importante es que podamos abrirnos a realizar en nuestra propia carne lo que Jesús allí enseñó: las Bienaventuranzas. Que no son, ni mucho menos, una promesa de bienestar perpetuo, de ausencia de preocupaciones o de carencia de problemas; pero si hay algo que caracteriza a los que las sigan, es que serán bienaventurados, dichosos y felices, e incluso mucho más, serán la verdadera “sal de la tierra” y la auténtica “luz del mundo” que llegue a salar y alumbrar a todos los hombres.
[1] En Lucas 6,17ª se lee: “Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano”, haciendo referencia a la costumbre de Jesús de retirarse a lugares aislados o elevados para orar a solas, descendiendo después para buscar un lugar más accesible desde donde poder hablar a la multitud.