Cuando bajaban del monte, los discípulos preguntaron a Jesús:
«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
Él les contestó:
«Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».
Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista. (Mateo 17, 10-13)
Acababan, algunos discípulos, escogidos de Jesús, de bajar de la montaña, en donde habían sido testigos de la Transfiguración; habían contemplado la misma gloria de Dios, como un anticipo del mismo cielo. Eso les debía haber bastado y no necesitar ya más respuestas, ni ninguna añadidura. Sin embargo, no pueden evitar preguntar a Jesús el por qué dicen los escribas que “primero tiene que venir Elías”. Jesús les anuncia que Elías ya ha venido y no lo han reconocido. Se dan cuenta entonces que se refiere a Juan el Bautista.
Ciertamente, a Juan el Bautista no quisieron o no supieron escucharle. Igualmente, hoy, la corriente única de pensamiento, se niega a tener en cuenta cualquier mensaje que provenga de Dios. También ahora los profetas y discípulos cristianos son perseguidos de una u otra manera. Pero, por encima de peligros y del miedo, todo bautizado está llamado, como Elías y Juan el Bautista, a entregarse como un instrumento válido para preparar el corazón del hombre a la llegada de Jesús.
Elías defendió en el siglo IX a.C. la pureza de la fe, enfrentándose a los cultos idolátricos. En nuestra época el mundo ha entronizado a una serie de dioses, encabezados por el dinero. Es mucha la fuerza de estos ídolos, porque están patrocinados por el mismo demonio, pero todo cristiano tiene la sagrada misión de desenmascarar a la mentira que reina sobre este escenario de muerte. Tenemos la firma esperanza de la victoria del Señor, en el tiempo señalado y dispuesto por Él. Dios nos ha llamado a participar en este combate, porque en él seremos salvados.
En plena dominación romana y debilitada la convivencia familiar, los judíos esperaban a Elías que, según la profecía de Malaquías, tornaría el corazón de los padres hacia los hijos. Elías restauraría la paz y la “normalidad” en el culto al Señor. Esta era la esperanza de la gente.
Ahora, también, asistimos a la desintegración de la familia y la destrucción de la vida misma por parte del sistema neoliberal. Corrupción, degradación y codicia forman una parte importante del tejido social. El hombre ha creado un sórdido ambiente, entregándose con “normalidad” a las bajas pasiones, que se traduce, prácticamente, en el “bebamos y comamos que mañana moriremos”. Intentar regenerar el tejido social representa una amenaza para el sistema, por este motivo mataron a Juan el Bautista. Jesucristo mostró el único amor capaz de salvar al mundo del dominio del mal y lo crucificaron. Muchos de sus discípulos siguieron el mismo camino y desenlace. Pero los asesinos del bien ignoran que la muerte ha sido derrotada por el mismo Jesucristo y que están labrando su propia condenación.
El Evangelio de hoy viene a nuestra vida para interrogarnos sobre qué lugar ocupa en ella el dinero y Dios mismo. Diariamente pasamos por situaciones en las que podemos renovar nuestra fe o ser infieles a ella. Para poder agradar a Dios en nuestras decisiones la humildad es indispensable. En la debilidad del hombre está la fortaleza de Dios, como diría San Pablo. Siendo humildes podemos preparar el camino al Señor y abrir el corazón a su amor. Elías vio a Dios no a través de grandes fenómenos sino en la brisa suave y el mismo Dios se encarnó en un niño que necesitaba el amor y cuidado de sus padres.
Actualmente el rechazo al anuncio del Evangelio toma diversas formas, que van desde un no rotundo hasta la presentación de un Jesús “moderno” adaptado al pensamiento dominante, un Dios moldeado a imagen y semejanza del hombre. También los cristianos podemos caer en las redes de la mentira, que nos resulta más cómoda y apetecible. Podemos engañarnos con un dios manejable y adaptado a nuestras aspiraciones, evitando así, además, el ser marginados o señalados con el dedo, ofreciendo a los demás un mensaje más “comercial”.
La Iglesia también corre el peligro de ser arrastrada al cuestionamiento de algunas verdades reveladas en el Evangelio, pero que molestan mucho a la sociedad. Por este camino se puede llegar a la herejía o a teñir la Verdad revelada por Jesús con añadidos humanos. Se puede caer en el tremendo error de contemporizar con la Verdad. Permaneciendo en un estado de oración y con humildad se pueden vencer a estas tentaciones y mostrar la Gloria de Dios, que se manifiesta de nuevo en este Adviento y la Navidad que ya llega. Pero no se puede entender esto, ni al mismo Jesucristo, sin la cruz, porque esta es la base de la pedagogía con la que Jesús prepara su llegada.
El amor al enemigo, la renuncia a la venganza, ponerse en el lugar del otro y aceptar la historia que el Señor nos pone personalmente cada día, son las vías que tenemos que preparar para su venida al mundo y a nuestro propio corazón y para acercarnos a ese momento final y glorioso en el que podremos vivir eternamente bajo un cielo nuevo y en una tierra nueva.