«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo, Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”». (Mt 10,28-33)
El día a día de nuestra vida está lleno de decisiones que tenemos que tomar, continuamente estamos eligiendo y descartando. La mayoría se trata de cuestiones triviales, otras son más importantes, pero ninguna más que la que el Señor nos presenta en el evangelio de hoy.
Existen dos caminos, trascendentales y a la vez diametralmente opuestos, por los que podemos transitar durante nuestra vida. El salmo 1 los revela perfectamente. Se da la circunstancia, además, de que si los intento compaginar estoy condenado al fracaso.
Puedo tomar la decisión de elegir el camino más ancho, el que el mundo me presenta y que me lleva a vivir una vida con fecha de caducidad y en la cual me sitúo en el centro de todo. Mi objetivo principal va a consistir en combatir todo aquello que me pueda reportar sufrimiento, sin reparar en medios o armas que estén a mi alcance. Mi existencia debe ser lo más cómoda y placentera posible. En este contexto, el “otro” tendrá que ser utilizado para mis fines. La sociedad intenta camuflar y falsear este proyecto de vida con el propósito de calmar conciencias, utilizando mentiras y cayendo en la hipocresía.
El camino ancho conduce directamente a estados de crisis como el que actualmente padecemos y de nada sirve poner remiendos si el corazón del hombre, no retorna a Dios. La ambición y la codicia se encuentran en la raíz del problema y estas son consecuencia de un rechazo al Señor. El Maligno se pasea cómodo y satisfecho en medio de esta sociedad gravemente enferma.
Pero solo utilizando mal la libertad que Dios nos ha concedido podemos caer en este infierno. Hoy Jesús me abre una vía de salvación, me marca una hoja de ruta en la que no me va a dejar solo. Me puedo fiar porque Él no me va engañar. El camino que me presenta es estrecho para la carne y ancho para el espíritu. Si le digo que sí, como hizo la Virgen María, nada ni nadie tendrá el poder de destruirme ni de robarme la vida eterna.
Negarse a mí mismo es que coloque al Señor por encima de todo lo que me rodea teniendo en cuenta que el otro es Cristo. Tendré que dejar aparcado eso que tanto me gusta para escuchar a esa persona que humanamente rechazo o no me agrada. No tomaré en cuenta esa injusticia de la que he sido víctima en el trabajo. Anularé o pospondré planes y proyectos en beneficio de las personas que me necesiten. Rechazaré, como mentira, pensamientos que me lleven a creerme superior a nadie o inmune a determinados vicios o pecados. Si Dios me ha prometido una vida eterna puedo, sin miedo, darme y entregarme a los demás. Mi tiempo ni se desgasta ni se malgasta. Puedo experimentar que el otro es Cristo.
El Señor, en este evangelio, nos marca un punto de encuentro desde el cual, podemos caminar con Él y seguirle. Y ese lugar no es otro que la Cruz, de la que tantas veces me escandalizo y rechazo, pero en la que misteriosamente se encuentra plenamente el amor de Dios y que es parte imprescindible y fundamental del plan de salvación. Tomar la cruz es vivir en el descanso de saber y experimentar que la voluntad de Dios es lo mejor para mi vida. Gracias a ella puedo descubrirle y experimentar que los acontecimientos más duros, lejos de destruirme, me acercan a Él, porque está ahí para salvarme. Dios se hace presente en mi debilidad, para que me dé cuenta que la fuerza viene de Él. Y Él lo puede todo. Puede hacerque atraviese el sufrimiento de la muerte de un hijo, la aparición de un cáncer o quedarme sin trabajo, porque me dará el consuelo, la esperanza y la paz que necesito para ello.
Tomar la cruz y negarse a uno mismo es un camino intransitable para el que ha apartado a Dios de su vida. Por eso el mundo tacha de locos o necios a los cristianos. Pero nosotros sabemos, y así lo tenemos que decir, que es la única vía que te lleva al Señor y que da sentido y plenitud a la vida.
Siguiendo este camino evitaremos caer en el pesimismo y en el desaliento, por muy adversas que sean las circunstancias. Si mi mirada se dirige al cielo puedo dar el valor que se merece a lo que me suceda en la tierra y superar todo tipo de dificultades y penalidades. Hoy, el Señor me advierte que su camino es estrecho, pero me da ánimos, porque el premio es incomparablemente superior a las renuncias que me pide y, además, no me deja solo. “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo, Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”.
Hermenegildo Sevilla