«En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos». (Lc 6,12-19)
Sucedió por aquellos días, dice el Evangelio de Lucas, que Jesús después de orar toda la noche la oración de Dios, elige a doce apóstoles, número que hace referencia a plenitud, y los llama por su nombre. Reparo que el Evangelio dice: “la oración de Dios” y me sugiere que no puede ser otra cosa que el deseo de Dios que todos los hombres lo conozcamos, pero aunque no le podamos poner deseos lo que sí sabemos es que lo que Dios sí quiere es que todos los hombres se salven.
Esta Palabra contiene la acción y el fundamento de la relación que Dios ha tenido y tiene con su pueblo y con la Iglesia: la Elección. Sin ella es difícil comprender nada del designio y de la voluntad de Dios acerca del hombre. La Elección y la Alianza son inseparables. “Yo tomé a vuestro padre Abraham…” (Jos 24,3), y con esta elección se nos sigue diciendo: “Elegid hoy a quién queréis servir” ¿al dinero o a la fama? El pueblo en el Sinaí dice: “recíbenos por herencia tuya,” (Ex 34,9). ¿Tú y yo qué decimos hoy?
La elección del pueblo está preparada por elecciones anteriores y se desarrolla con nuevos escogidos. En los profetas se manifiesta la elección a través de la vocación o llamamiento directo de Dios, que propone un nuevo modo de existencia y pide una respuesta. Los reyes son elegidos: Saúl, David, Salomón (1Re 2,15). La elección del Ungido de Yahveh está siempre ligada a la Alianza de Dios con su pueblo. Dios también elige a sacerdotes, a levitas y a su pueblo para que sea todo él “un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19,6).
El origen de la elección es una iniciativa gratuita de Dios. Tiene como fin constituir un pueblo santo, sacarlo de entre los otros pueblos y hacerle experimentar que siempre será elegido por encima de su pecado y de su ruina. Así, experimentando el amor de Dios puede ser testigo en medio de sus contemporáneos.
El culmen de la elección es Jesucristo: “Yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Elegido de Dios” (Jn 1,34). Cristo es el elegido de Dios y todos somos elegidos en Él, única piedra capaz de sostener el edificio que Dios construye (1Pe 2,4s). La elección de los doce manifiesta pronto que Jesús quiere cumplir su obra teniendo consigo a los que quiere. Esta elección se hace bajo la acción del Espíritu Santo “no me habéis elegido vosotros”. La voluntad de Dios no es otra que elegir testigos para edificar su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. Los carismas dentro de la Iglesia son la garantía de que la elección de Dios sigue viva, por tanto no nos cansemos de pedir a Dios que mande obreros a su mies.
Ante la elección, hoy podemos preguntarnos: ¿por qué a unos sí y a otros no? O bien, ¿por qué unos son desgraciados de principio a fin y a otros nos les alcanzan los horrores de la vida?, ¿Dios es bueno con unos y malo con otros? Ser elegido significa, ¿qué no te toca la desgracia o que te toque? Jesús, elección y culmen de la historia de salvación, terminó en la pasión y en la muerte de cruz; los apóstoles en su mayoría acabaron mal; las persecuciones ayer y hoy están presentes en la historia de la Iglesia…
A estas preguntas hay que responder: nunca la elección se realiza para protegernos y ponernos un paraguas que nos libre de los sufrimientos, la enfermedad y la muerte. Lo que aporta la elección a la vida de los seres humanos es la posibilidad, la verdad y la gracia de sentirse amado por Dios, de tal manera que nos capacita para ser testigos de este amor en medio de la Iglesia, en medio de la vida que a cada ser humano nos toca vivir: nacimiento, desarrollo y muerte. La elección por tanto no es un privilegio, es un regalo que nos permite salir de nosotros mismos y descubrir que no estamos solos, que no nacemos solos, que no sufrimos solos y que no nos morimos solos. Por otro lado la elección nos posibilita y nos potencia para construir un mundo nuevo, donde sea posible la paz y la justicia. ¡Demos gracias a Dios por ello!
Alfredo Esteban Corral