Siento que, como Nicodemo, soy torpe en esto del Espíritu. A Jesús y a Dios se les puede descubrir, manifestar, sentir…; pero el Espíritu no sabes de dónde viene y a dónde va, es algo que está dentro de mí, en mis más profundas entrañas, es quizá como dice San Pablo: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co 3,17); está su soplo; es cuando mi alma se siente esponjosa, cuando me siento profundamente feliz, cuando quiero cantar y gritar a los cuatro vientos, cuando me encuentro en armonía con la naturaleza, con el aire que respiro, con la humanidad; es cuando siento amor por toda criatura, cuando estoy conectada en su presencia y todo lo que me acontece me hace ver que viene de Él.
Es cuando duermo a gusto y tranquila por el trabajo realizado en la jornada, es cuando descubro que en lo más sencillo está mi mejor obra, es cuando sonrío, cuando escucho profundamente al otro, cuando tengo pequeños detalles, cuando descubro la humanidad, cuando me dan las gracias por algo que a mí no me parecía importante; cuando soy capaz de acariciar, de sentir, gozar, amar, enjuagar unas lágrimas de alguien herido y también de llorar…
Es entonces, cuando el Espíritu del Señor está sobre mí, cuando mi cuerpo es su Santuario, cuando los frutos brotan sin pretenderlo; es, en definitiva, cuando encuentro y siento la libertad.