Con sus cardenales hemos sido curados. (Is 53,5).
Se burlaban de él y le golpeaban. Le cubrían con un velo y le preguntaban: “Adivina, ¿quién te ha pegado?” Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas. (Lc 22, 63-–65).
Este velo[2] ha recibido la sangre que sale a borbotones de la nariz, y de la cabeza de Cristo golpeadas por los hombres que le tenían preso, uno le atizó con mayor vehemencia aún… «Uno de los guardias, que allí estaba, dio una bofetada a Jesús diciendo: ¿Así contestas al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn, 18, 22-23).
El original griego rapisma, da otra traducción posible al texto. Lo que hicieron con Jesús no fue darle una simple bofetada, sino un duro golpe en el triángulo de la muerte, según el lenguaje de los que hacen boxeo y kárate. ¿Propinado con el filo de la mano? Para romperle el cartílago, como aparece en las imágenes de Turín y de Manoppello, tuvieron que hacerle esa fractura con un bate, como los de beisbol.
Es un tejido de unos 83 centímetros de longitud que ha cubierto el rostro del Crucificado, un rostro que vomita sangre, por la boca y la nariz con el cartílago y el pómulo aplastados.[3]
La huella de la nariz, medida tanto en la Sábana Santa como en el Sudario, resulta que tiene la misma longitud de ocho centímetros. El hombre al que pertenece la sangre presente en el Sudario de Oviedo murió por las mismas causas que el hombre de la Sábana Santa.
Los estudios llevados a cabo sobre los lienzos y el sudario, en san Juan, nada dicen de este primer velo. ¿Alguien lo recuperó? ¿Sería uno de los que se conocen al día de hoy? Pero, la cuestión que importa, que nos importa realmente, es lo que revelan las Escrituras.
Porque entre la Palabra profetizada por Cristo en las Bienaventuranzas y su misma Palabra hecha carne en la Pasión, existe una correspondencia importante:
Al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra… Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto. (Mt 5,39-40).
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,4.11-12a).
La fe en la Resurrección no es una elucubración… de la comunidad cristiana primitiva, para consolarse de la muerte del Señor. La fe en la resurrección del Señor crucificado, muerto y sepultado, ha dejado evidencias que no se pueden negar.
La fe viene de la escucha de la predicación apostólica que, a su vez, es testimonio de un Cristo histórico y también glorioso. La fe se apoya en fechas y tiempos reales, en personas reales, en hechos que ayudan a confirmar las Escrituras. (Cfr. Jn 20, 5-8). No son cuentos de hadas, como ha llegado a afirmar S. Hawkings. Las hazañas de la antigua alianza se quedan pequeñas ante los grandes signos llevados a cabo por el Mesías de Nazaret (Ha 1, 5).
Las Escrituras profetizan y hablan de la muerte y resurrección de Cristo.
Sé que buscáis a Jesús el Crucificado, no está aquí ¡HA RESUCITADO! Ved el lugar donde estaba. (Mt 28,5b-6).
No está el cuerpo; esos lienzos y el sudario en la posición en que se encuentran, son un signo físico que viéndolo prepara a recibir el don sobrenatural de la fe, por el testimonio de las Escrituras: “… entró también el otro discípulo, (Juan) … vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que, según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos.” (Jn 20, 9).
¡Qué mente más lenta tenéis para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les fue explicando lo que decían de él todas las Escrituras. (Lc 24, 25b-27).
Esta escrutatio de la Torá, de los Profetas, y de los salmos inspirada por el Espíritu Santo, reflejo del diálogo de Cristo con los discípulos de Emaús, nutrirá más tarde los kerigmas apostólicos en los Hechos.[4]
San Juan (20, 30), insiste en que Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”
En Jn 21, 24. 25, leemos:
Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se pusieran por escrito una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.
La “economía” de la revelación se lleva a cabo por medio de acciones y palabras íntimamente relacionadas entre sí, de tal manera que las obras, realizadas por Dios en la historia de la salvación, manifiestan y confirman la doctrina y las realidades significadas por las palabras, a su vez, declaran las obras y esclarecen el misterio que está contenido en ellas. Por eso, la verdad profunda tanto en relación a Dios como con relación a la salvación de los hombres, se nos manifiesta, por esta revelación, en Cristo, que es, simultáneamente, el Mediador y la plenitud de toda la revelación.[5]
Juan Ignacio Echegaray.