«En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: “Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá”. Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: “¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado”. Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: “¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida”. Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.» (Mt 9,18-26)
Se puso de moda en la espiritualidad de hace unas décadas la disponibilidad. La persona religiosa había de incluir en su dieta espiritual el ser y el estar disponible, como signo de madurez y como nota de verdadera entrega. Disponible para la oración, para el servicio, para todo lo bueno. Entre los religiosos de las distintas Órdenes religiosas se quería definir a sus miembros como personas disponibles, ágiles para la dedicación a Dios, al prójimo. Habría que mencionar en este momento a Gabriel Marcel, quien dedicó páginas preciosas referentes al hombre disponible. Como es natural, todo esto no es invento de hace treinta años. La disponibilidad siempre ha sido el hábitat de las almas grandes.
Resulta paradójico pero el más atareado suele ser el más disponible, en numerosos casos. La razón es porque el responsable auténtico no es el activista declarado sino el que lleva más amor dentro, el diligente, el no perezoso. Y en su ejercicio de tarea va ampliando su amor; y el amor da tiempo y dedicación para todos. El disponible no es un funcionario; es diríamos, una farmacia de 24 horas. Siempre atento, siempre ahí.
Se puede dar el caso en el que uno accede a todo por debilidad de carácter o por ausencia de prudencia. Estaríamos ante un hombre más bonachón que bueno. El ser complaciente es, desde luego, una cosa buena, pero se ha de complacer por amor, no por debilidad. Por otro lado, se puede complacer en algo que no guarda proporción con la realidad, como es por ejemplo, ir a Rusia por capricho espontáneo. No sería prudente. Para este caso no se ha de estar disponible. El bien y la verdad son los promotores de la disponibilidad. Estar disponible para la cruz parecería algo contrario al bien, y sin embargo, es fuente de vida en el seguimiento de Cristo.
En cualquier caso se ha de procurar todo aumento de la capacidad de ser disponible; trabajar este asunto, por lo que tiene de felicidad ajena y de saneamiento interior propio. El disponible sirve y sirve porque sirve, es decir, es útil por su disposición de amor; persona preparada y libre de impedimento para realizar su empresa afectuosa.
Jesús estaba hablando, conversando, e interrumpe su quehacer para atender una necesidad. Su disponibilidad no es el aturullo de actividades que se superponen. El orden da perfección al disponible y a su vez este mismo se ordena. El nervioso pierde eficiencia cuando tiene mucho que servir. El disponible distribuye admirablemente su amor para hacerlo rendir más. Así es Jesucristo. Siempre disponible en su misión. La disponibilidad lleva a más entrega, atrae nuevas situaciones en las que apacentar su amor.
El Mesías se muestra siempre dispuesto cuando habla, cuando acompaña dos millas (Mt 5,38-48), cuando deja tocar su manto, cuando cura un enfermo… Disponibilidad plena, especializada en todo (1 Co 9,22). El amor es universal y abarca a toda la persona en sus distintas facetas.
Es admirable ver al Señor siguiendo al hombre sufriente por la muerte de su hija. Era la Humildad la que seguía al hombre; la gloria era precedida por lo humilde (Prov 18,12). Entre los humanos siempre obra prodigios la humildad. Jesús lo siguió con sus discípulos. Iba a ser este un milagro precedido por un acto de mansedumbre sacerdotal. Cristo va detrás de la oveja hasta llegar al corazón del problema, al centro muerto, para dar vida, salud. Cristo detrás de su oveja. La humildad y la fe de este hombre reclama la humildad del Maestro. Acude fiel a la cita el Señor donde ve sencillez.
Aparece en escena una mujer enferma de enorme fe. Pensaba, solo pensaba, y el pensamiento se hizo realidad, igual que el Logos se hizo carne (Jn 1). La fe tanto alcanza cuanto cree. La terapia de la fe. La sanación procede de mi fe, don inestimable de Dios. Pedro queda a salvo de la olas si tiene fe (Mt 14,22-33). Esta mujer queda curada en su cuerpo y aliviada en su psicología ¡Ánimo, hija! Los que tratamos de seguir al Señor hemos de hacer lo mismo que Él: curar el cuerpo, aliviar la psicología, llenar el alma de amor.
Cuando el Maestro entra en la casa ve alboroto y flautas. Todo muy humano y muy social. Y Él rompe este espacio de humanidad y lo trasciende, lo diviniza. Lo humano y lo divino no se contraponen pero a veces la irrupción de lo divino pasa por la rotura de lo humano, por las heridas. Cristo nos diviniza mediante el banquete de su sangre. Siervo de Yahvé sanador, Siervo portador de nuestros leños. Manda salir a la gente y dice algo que suena más a burla que a consuelo. Lo que yo oigo como burla, como algo irrisorio —se reían de él— resulta serla salvación de mi enfermedad. En este caso Jesús ha despejado —¡fuera!— lo humano para divinizarlo. Ni flautas ni gente; solo la soledad de la oración. Allí está Cristo y la niña. Una caricia en la mano la puso en pie. La muerte quedó dormida entre los dedos del Señor.
Francisco Lerdo de Tejada