«En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”. Él contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: ‘Yo soy’, o bien: ‘El momento está cerca; no vayáis tras ellos’. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida”. Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”». (Lc 21,5-19)
Jesucristo en este evangelio habla de destrucción. Se diría que está un poco a la baja, pesimista, pero ¡nada de eso!; Él no sabe de derrotismos. Sencillamente, quien avisa no es traidor y quien ama informa. “Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe lo que hace su señor; mas a vosotros os he llamado amigos, pues todas las cosas que de mi Padre oí os las di a conocer” (Jn 15,15). Creo que este es el enfoque adecuado para adentrarnos en las palabras tremendas, no tremendistas, del Señor. Un enfoque de amor y un amor que comunica, informa, avisa.
Jesucristo pone las cosas en su sitio, ordena. Dice el Evangelio “algunos”, indeterminado, es decir todos, cada uno de nosotros. Estaban hablando, razonando sobre la cosmética del templo, sobre la belleza de sus muros. Es un lenguaje que responde a uno de los trascendentales del ser: el pulchrum. Lo creado, por proceder de las manos de Dios es hermoso. La creación de la nada por parte de Dios es fruta de hermosura.
Los primeros capítulos del libro del Génesis nos presentan a un Dios alegre que veía bien todo lo que había creado. El cosmos recién hecho, es decir, el orden y la hermosura, estaba bien. La manufactura del hombre en comunión con Dios, con el ser, también resulta siempre hermosa. El templo es belleza sagrada, orden y pulcritud. Sin embargo, no deja de ser un pálido reflejo de la Vida eterna. Nuestra piedra hermosa no es la de mármol sino ”la rechazada por los arquitectos” (Sal 117,22). En otro lugar dice a sus discípulos que no se alegren porque los espíritus se les someten sino porque sus nombres están escritos en los Cielos (Lc 10,20).
En esta misma línea, resulta más llamativo aún aquel pasaje de los cambistas sentados: “habiendo hecho un azote de cordeles, los echó a todos del templo, y con ellos las ovejas y los bueyes, y a los cambistas les desparramó las monedas y volcó sus mesas; y a los que vendían las palomas les dijo: Quitad eso de ahí; no hagáis la casa de mi Padre casa de tráfico. Recordaron los discípulos que está escrito: El celo por tu casa me devoró. Respondieron, pues, los judíos y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras que acredite tu modo de obrar? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este santuario, y en tres días lo levantaré. Dijeron, pues, los judíos: En cuarenta y seis años se ha edificado este templo, y tú ¿en tres días lo levantarás? El, sin embargo, hablaba del santuario de su cuerpo” (Jn 2,13-22)
En este texto, Jesucristo, con sus gestos y palabras derriba las impurezas de una vida ritual viciada. En el texto de san Lucas, no son ya los empellones sino las ideas las que hablan de la destrucción del templo. En San Juan, Cristo mismo “destruye” para construir; es un acto de amor, de celo divino. En san Lucas, Cristo avisa de la destrucción del templo; es igualmente un acto de amor.
Es el tiempo el encargado de erosionar la belleza temporal. Es la vida escatológica la que tiene por misión consumar la vida presente. El Cuerpo de Cristo es el templo vivo de Dios, destrozado humanamente y divinamente resucitado. Siempre elevando el Señor: “llega la hora, y es esta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre tales quiere que sean los que le adoren” (Jn 4,23) La primera creación (genésica) es bonita, la segunda (crística) incomparable (Ap 22). El primer templo es hermoso y caduco. El segundo es eterno, personal y de belleza infinita. “Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-4)
La Iglesia ha soportado temporales, disparos, atropellos… y nunca le ha faltado el aliento del Señor: “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas”. El espíritu milenarista siempre suele engolosinar a numerosas personas ávidas de novedades y novelas. Jesucristo habla de la verdad con verdad, sin traicionarla o deformarla. La historia de la Iglesia es rica en ejemplos de santos pero también de personas extremistas, reformistas con aires de “deformistas”, que manipulan la verdad escatológica. Sería muy aconsejable releer el extraordinario estudio que H. de Lubac SJ hizo sobre la posteridad espiritual de Joaquín de Fiore.
No se trata de huir de la realidad sino de recibirla en toda su riqueza y complejidad. Es un modo convincente de ser sencillos y sensatos. Sabemos que un día “esto” se acabará, para dar comienzo a lo que no acaba. El único susto es no amar a Dios de por vida. El resto no tiene mayor importancia, ni siquiera el que priven a mi cuerpo de vida (cfr. Mt 10,28)
El Maestro acaba con una recomendación de la paciencia como fuente de salvación. “La belleza salvará al mundo”, decía Dostoievski. Pero no está de más decir con el evangelista: “la paciencia salvará el mundo”.
Francisco Lerdo de Tejada