«En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda’. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: ‘La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda’. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?’. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: ‘Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”». (Mt 22,1-14)
Esta parábola es semejante a la que recoge San Lucas en el capítulo 14,15-24, y en ambos casos, completan el significado de las que la preceden. Así, en la de Lucas se narra cómo los invitados a la gran cena, que eran muchos, se van excusando por diversos motivos; en el pasaje del Evangelio de hoy, los convidados no hacen caso de la invitación. La imagen que se describe del banquete tiene un importante y preciso significado, con ella el Señor nos describe el Reino de los cielos, al que se llega entrando en la Iglesia, porque a ella somos invitados ya que es el sacramento universal de salvación.
El episodio del que no lleva el traje de bodas puede servirnos como una llamada de alerta de que pertenecer a la Iglesia, al buscar la salvación, conlleva una actitud, “el traje de bodas”. Esta actitud puede ser el estar en gracia, acudiendo siempre que sea necesario al sacramento del perdón y de la alegría, la confesión. También, y es importante en estos tiempos, el “traje de bodas” puede ser la fidelidad personal, el amor a la Verdad; para ello aconsejo releer los quince folios de la Declaración Dominus Jesus, refrendada por el Magisterio de la Iglesia el año 2000 y de plena actualidad. Por último, y siguiendo a San Gregorio Magno, este punto de atención —“el traje de bodas”— puede ser la caridad, así nos lo dice: “¿Qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas pero no entra con vestido nupcial quien entrando en la Iglesia tiene fe, pero no tiene caridad” (Hom. In Ev 2, 18,9).
Tres modo importantes: gracia de Dios, fidelidad y caridad para vivir el Evangelio de este día con la alegría de participar en el mejor banquete, de estar en la Iglesia, agradando a Jesucristo y cercana a sus miembros
Gloria María Tomás y Garrido