«En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: ‘Chaparrón tenemos’, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo”». (Lc 12, 54-59)
Vivimos en la sociedad de la comunicación, de la tecnología, de unos medios como jamás hubiera pensado tener el hombre de hace cincuenta años. En cambio este mundo del “bienestar” es solo una mascarada donde todos estos adelantos no son más que la anestesia de una larga enfermedad que nos está destruyendo; anestesia sin la que no podemos vivir , creando una terrible dependencia y unas falsas necesidades para justificarlas.
La creciente falta de trabajo, las hipotecas desorbitadas imposibles de pagar, la disminución del poder adquisitivo, los recortes sociales… Son signos ¿de qué? Cientos de observadores económicos y sociales que dan fórmulas para salir de la crisis, ideologías cada una con su filosofía de vida, videntes, echadores de cartas, fechas que se cumplen y ¡nada cambia sino para peor!
Somos capaces de predecir el tiempo que hará la próxima semana, incluso el próximo mes, pero somos incapaces de interpretar los acontecimientos, los signos de este tiempo convulso que nos ha tocado vivir. Un cristiano de verdad sabe que el origen de todo esto procede del interior del hombre, no de afuera; procede de su corazón, de un mal que le aqueja desde el comienzo de los tiempos, que le ha causado una herida profunda que le hiere el Ser y que le impide vivir en plenitud.
Un encuentro con el árbol del bien y del mal y que le condena a ofrecérselo todo a sí mismo, a ser el dios de su historia, a no poder amar. Porque su enfermedad se llama soberbia. Por eso este estilo de vida social inconsciente y despilfarrador, que no era sostenible, y un modelo de sistema económico que cada día deja a mas personas fuera de él. Decía el beato Juan Pablo II: “Europa o es cristiana o no será”.
Hoy España es un reflejo de estas palabras, solo hay que mirar los acontecimientos.
Somos expertos en muchas cosas, pero quizá solo estamos acumulando información y esclavizándonos de las técnicas. A lo mejor tampoco nosotros estamos leyendo profundamente, desde la fe , este Kayrós, que nos llama a “juzgar por nosotros mismos lo que se debe hacer”.
¡Caritas Christi urget nos!
Juan Manuel Balmes Ruiz