En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡ Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. (Mt. 16, 13-20)
Dos mil años después, resuena esta pregunta en la sociedad actual. Como entonces, Jesús pregunta “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” ¿Qué dice el mundo de Cristo hoy? Está claro que el signo esencial que representa a Cristo, la Cruz, se desea abolir, prohibir, como si molestara. Los mejor intencionados dirán que Cristo fue un personaje histórico muy importante, un revolucionario, pero que eso de que resucitó y que está vivo es una leyenda urbana. Muchos aprovecharán para poner sobre la mesa la crítica más feroz a la Iglesia, a los “poderosos” de la Iglesia, justo para expresar que ellos en realidad seguirían a Cristo pero no a los curas ni a los obispos…
Pero Cristo siguió preguntando, y dirigiéndose a los apóstoles, dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Y tenemos la respuesta de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Pedro fue entonces instituido como cabeza de la Iglesia, como roca, y sobre ella se edificará la Iglesia. Cristo además le dice: «Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
En realidad ésta es la misma pregunta que nos hace Jesús a todos los que le seguimos. Y aquí no importa lo que dice el mundo, lo que afirma la prensa o aparece en las redes sociales sobre Cristo. Es una pregunta que nos interpela directamente a cada cristiano. Ahora no importa el rechazo de nuestra sociedad a Jesús, la cerrazón hacia la Buena Noticia, hacia el mensaje del Reino de Dios, hacia el Evangelio. Tampoco importan los condicionantes sociales: la situación económica, la crisis de valores, el hambre o las guerras que asolan tantos países, incluso la opinión de los teólogos… Es una respuesta simple que nos hace Cristo y que tenemos que contestar a la luz de nuestra fe, de nuestra propia experiencia, de nuestra vivencia cotidiana. Invito a que cada lector conteste íntimamente.
Pero hay una cuestión clara: fuimos elegidos por Dios para una misión. Si seguimos a Cristo espero no lo hagamos sólo por nuestra salvación personal. Los cristianos, hijos de Dios y de la Iglesia, somos unos privilegiados, aunque como las demás personas, vivamos con la cruz de cada día y no tengamos un seguro que nos libre del sufrimiento y de los problemas. En realidad Cristo, como a sus apóstoles, nos llamó para una misión: proclamar en nuestro tiempo, en cualquier lugar donde estemos, la Buena Noticia de que Dios ama al mundo, de que Cristo está resucitado y vive entre nosotros. Este es el gran tesoro que hemos encontrado por pura misericordia del Señor y que tenemos que compartir con quienes, a nuestro lado, viven cada día inmersos en un modelo de vida que reniega de Dios.
Cristo es nuestro camino, nuestra verdad, nuestra vida e ilumina nuestra trayectoria cotidiana. Y si a veces nos falta fe sólo tenemos que pedirla, orar intensamente para que, a pesar de nuestras limitaciones y pecados, podamos ser realmente discípulos de Jesús.