Al hilo de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, con el Papa Francisco “pidamos al Señor, que es el primero en cuidar de nosotros, que “nos enseñe a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala” (QA 41), desde la honda espiritualidad evangélica que nos alienta. Unámonos en este quinto aniversario de la encíclica “Laudato Si” a la convocatoria del Papa Francisco para celebrar un año especial, que va desde el 21 de mayo de 2020 hasta el 24 de mayo de 2021, año en el que “todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades” (LS, 14).
Sin duda que el respeto y cuidado de la naturaleza es un camino de encuentro con Dios. El “principio de la Sabiduría” es conocer y vivir en el Temor o respeto que Dios tiene por su creación. Sin el TEMOR DE DIOS por su obra no podemos conocerlo a Él, ni progresar en el auténtico sentido de la ciencia humana. Sin respetar que la unidad y simbiosis de todo lo creado, tiene un solo fin: el conocimiento por el hombre de su Creador y la acción de gracias. Esa es la “eudokía” o complacencia del Padre, dicha por Él mismo en las pocas veces que se oye su voz según los Evangelios, Bautismo y Transfiguración de Jesús.
El hombre que tiene en su alma y en su vida el TEMOR DE DIOS, no es el que se aterre en su presencia por los terribles signos y formas de manifestarse. Ni siquiera por su juicio y castigo finales. Nuestro ‘Temor’ más firme no es el terror y el miedo, sino el respeto y admiración. El Temor de Dios que hace ser sabio al hombre, -como le pasó a Salomón el Qohelet-, es llevar dentro del alma, en el corazón y en la mente, el respeto que el mismo Dios tiene por todas sus creaturas, principalmente por el hombre al que ama. Respetar o “temer” con el respeto y “temor” que Dios tiene por su obra, su universo y sus hombres, nos hace más iguales a Él, porque tenemos dentro una virtud suya, inherente a su omnipotencia: su conocimiento y respeto a todo lo creado. El temor o respeto por toda vida que ha creado, es la Verdad que sostiene el universo. Jesús y María, como el primer Adán y Eva, no tenían las cortinas que nos ponen el egoísmo y el pecado. Podían ver y conocer la Verdad sin esfuerzo alguno. Era natural en ellos ser igual a Dios y ver las cosas como Él las ve, quererlas como Él las quiere, cuidarlas como Él las cuida, pero a nosotros nos cuesta mucho ver y aceptar así el mundo. No tiene el hombre desde que nace, el temor y respeto de Dios por la naturaleza, porque lo perdió Adán cuando quiso usar lo creado por Dios para su gloria, y ponerlo a su solo servicio y placer, sin que diera en su ser gloria al Creador. Quiso el hombre ser Dios antes de tiempo y a su modo.
Las manos de Jesús nos enseñan de nuevo a tocar y acariciar todas las cosas creadas y coexistentes con nosotros en esta banda de energía que llamamos universo nuestro. Las maderas, los árboles, los animales, la tierra, las aguas y el aire, aunque sea viento fuerte, con el respeto que Dios les tiene y la forma de uso que Él le ha dado a su hombre. El Padre, por Temor de todo lo creado, por su respeto a todo lo que hace, alimenta a las aves del cielo, y viste de hermosura los lirios del campo. Su Temor y respeto se manifiesta especialmente en el hombre y en la libertad que le ha dado para que encuentre el amor en todo lo creado y le devuelva su auténtico sentido. Por eso Dios aguanta su locura, porque no existe amor sin libertad, que el hombre puede transformar en locura. Jesús es así, como su Padre. María y José nos enseñan cada día de su vida de trabajo humilde, que no puede haber amor sin que viva en nosotros el Temor de Dios, sin el respeto a lo que Él quiere y le regala a cada persona, aunque sea tan difícil de entender como lo que les tocó a ellos: su Espíritu Santo engendrando la nueva humanidad, Jesucristo. Es la fuente de todo nuestro amor y respeto, ser y hacer las cosas como Él, porque es «El justo que gobierna a los hombres, y los conduce con el temor de Dios». (II Samuel 23:3) El justo que sabe del amor de Dios en todos los caminos, lleva como sello de autenticidad en su pecho la Sabiduría. Y si en la Iglesia creemos que la Sabiduría se encarna en el Mesías, su cuerpo y sangre son el Temor de Dios mismo para el hombre.
Solo con el temor de Dios, y con el respeto que Él tiene a todo lo creado, se puede amar al hombre en su verdad. El Temor es elemento integrante y primer paso para amar. Es el “principio” el “arje”, el alma o eje nuclear de la vida en el tiempo y fuera de él.
Si se pierde el Temor de Dios, el respeto que Él tiene por el ser de cada hombre y cosa creada, se pierde el amor.
Tampoco la ciencia puede prosperar ni ser efectiva sin el respeto por el ser de cada cosa, su estado actual y sus posibilidades. Por eso dice Proverbios (2:5) «Entonces entenderás el Temor de Yahveh y la ciencia de Dios encontrarás». La ciencia de Dios es su conocimiento del auténtico ser de cada cosa, y esa es incluso la sabiduría científica del hombre.
El acercamiento a todo, incluyendo al hombre, con el respeto que Él tiene por todo, es el amor. Y tampoco podemos amar sin el “Amor de Dios” en nosotros, que es el Espíritu Santo.